El Palmar de Troya: viaje al pueblo más 'pobre' de España
La economía sumergida y la baja población provocan que este pequeño municipio, conocido por la Iglesia Palmariana, figure en las estadísticas como el de menor renta del país
La mayoría de los vecinos se dedican al trabajo en caterings durante las ferias y a labores agrícolas
En algunas calles es notorio el olor a marihuana que sale de algunas de las casas
Un grupo de jóvenes de la Iglesia Palmariana almuerza en la terraza del bar Antonio Plata, en la avenida de Utrera, la calle principal de El Palmar de Troya. En la mesa contigua hay varios lugareños, pero ninguno de ellos quiere hablar ni se presta a salir en una fotografía. Sonríen, bromean, pero son pocos los que quieren contar abiertamente a la prensa cómo es la vida en este pueblo. Este es el municipio con menos ingresos por habitante de España, según un reciente informe del Instituto Nacional de Estadística (INE). El pueblo más pobre del país, si se tiene en cuenta la renta per cápita. La declarada, claro.
A unos metros de la terraza, una joven cierra su tienda, el Vestidor de Marina. "Uy, yo tengo que recoger al niño del colegio. No sé qué puedo decirles", se excusa. "Ellos pueden hablar", y señala a los clientes de una de las mesas del bar. Pero con ellos tampoco hay suerte. "Que hable este hombre, él se explica muy bien", dice una joven, y señala a otro parroquiano. Es Manuel Pérez Barea. Por fin alguien que habla. "Sí señor, este es el pueblo con menos renta per cápita. Y el que más es Pozuelo de Alarcón", dice el parroquiano, bien informado.
En El Palmar de Troya los ingresos medios por habitante son de 6.785 euros al año. Apenas 1.200 euros más que la renta media por persona del que está considerado como el barrio más pobre del país, el Polígono Sur, también en Sevilla. En el otro extremo, como bien dice el vecino, se sitúa Pozuelo de Alarcón, en Madrid, donde la media de ingresos anuales es de 26.009 euros. Un abismo entre un pueblo y otro. Pero en el Palmar no se ve la pobreza, el abandono y el deterioro que sí se observa en el Polígono Sur, Los Pajaritos o cualquiera de los barrios más desfavorecidos de la capital andaluza.
Pérez Barea explica que lleva muchos años viviendo en El Palmar, donde la vida es muy tranquila y plácida. La mayoría de la población se dedica a la hostelería y al trabajo en el campo. Muchos de sus habitantes trabajan en caterings y recorren las ferias y fiestas de la provincia durante los meses de primavera y verano. Cuando termina la temporada, muchos pasan al campo, donde se suelen dedicar a los cultivos anuales de secano, como el trigo, la cebada y la avena, o a la aceituna.
"Y también hay bastante economía sumergida", admite otro vecino. De hecho, tanto la hostelería como el campo son sectores en los que no es difícil encontrar a empresarios que prefieran pagar en negro o en B. A ello se le une una actividad ilícita que en los últimos años ha ido repuntando, con el cultivo de marihuana como una importante fuente de ingresos para algunos de los residentes en el Palmar.
Lo primero que llama la atención al darse una vuelta por el pueblo es la cantidad de coches que circulan por sus calles, en las que no es tan fácil encontrar una plaza para aparcar, teniendo en cuenta que se trata de un pueblo con unos 2.500 habitantes. Muchos de estos vehículos son de alta gama. Varios Audi, BMW y Range Rover pasan en apenas unos minutos. También hay bastantes bares. Y casas y construcciones llamativas, que se alternan con algunas más humildes. En estas últimas suelen vivir los miembros de la Iglesia palmariana. Las túnicas tendidas en las azoteas así lo confirman.
El periodista se dirige a los palmarianos del bar y éstos aclaran que son extranjeros y no hablan español. Lo intenta en inglés. Les explica que se trata de un reportaje sobre el pueblo con menos renta de España. O con menos ingresos declarados, por precisar mejor. Uno de ellos, que lleva la voz cantante, responde que que para él también es el "pueblo más feliz del mundo". El dueño del bar, que antes había rehusado hacer ninguna declaración con la excusa de que estaba trabajando, se interpone delante del fotógrafo. "Por favor, caballero, a ellos no se les puede hacer fotos".
La Iglesia Palmariana
La mayoría de la población del Palmar de Troya son descendientes de los presos republicanos que trabajaron en la construcción del pantano de la Torre del Águila, a apenas unos kilómetros del casco urbano. Aquí ya hubo un asentamiento romano llamado Siarum, en la zona del poblado de la Cañada. Pero el lugar es conocido sobre todo por la Orden de los Carmelitas de la Santa Faz, que fundó Clemente Domínguez (autoproclamado después como Papa del Palmar) a raíz de unas apariciones marianas en la finca de la Alcaparrosa, a finales de los años sesenta.
La congregación tuvo bastante fuerza en las décadas siguientes, pero luego fue entrando en declive. Clemente murió en 2005 y le sucedió su mano derecha, Manuel Alonso Corral, que falleció en 2011. El tercer papa palmariano fue Ginés Jesús Hernández, que dirigió la Iglesia con el nombre de Gregorio XVIII, y que protagonizó uno de los episodios más surrealistas de la historia reciente de la provincia de Sevilla.
Renunció al papado y se fugó con una ex monja, Nieves Triviño. En junio de 2018 ambos decidieron asaltar la basílica para robar, pero fueron sorprendidos por el padre Silvestre. Hubo una pelea y ambos resultaron heridos, Ginés incluso con puñaladas. El ex papa fue detenido y al año siguiente condenado a seis años de prisión.
Cuentan los lugareños que Ginés tenía a sus seguidores muy controlados y que les prohibía hablar con la población local, que era especialmente severo con sus correligionarios. Todo cambió con su sucesor y actual papa, el suizo Joseph Odermatt.
Los niños de los palmarianos están escolarizados (casi todos a partir de los seis años, la edad mínima obligatoria, y no antes) y es frecuente ver a los miembros de la Iglesia comprar en las pequeñas tiendas del pueblo o, como el caso de este grupo de jóvenes, almorzar en un bar del mismo. "The food is very nice", insiste el religioso.
A unos metros, dos chicas de la misma orden terminan de comer y las recoge una furgoneta con matrícula de Alemania. "Ellos suelen hacer las compras grandes en Utrera, donde van con sus propios vehículos y la traen de allí, pero también hacen compras aquí, y eso siempre es bueno para el pueblo. Casi todos son extranjeros, muchos no hablan español, pero están integrados. La relación con ellos es buena", explica Enrique Piñas, concejal de Seguridad Ciudadana y Protección Civil del municipio, que atiende a este periódico en el Ayuntamiento, ante la ausencia del alcalde, Juan Carlos González.
Efectivamente, es difícil ver a un palmariano mezclado con la población local, pero sí hacen su vida en el pueblo, a diferencia de lo que ocurría durante el mandato de Ginés. Hay quienes viven en una residencia que hay dentro de la basílica, y otros que tienen sus casas en el municipio. Casi todos residen en la calle Padre José Talavera, una de las más próximas a su catedral.
El concejal apunta que el Ayuntamiento atiende a las familias más necesitadas, a las que reparten comida desde los propios servicios sociales municipales. En la iglesia católica del pueblo no hay constituida una delegación de Cáritas, indicador evidente de que la pobreza que figura en las estadísticas del INE no es tan real. O al menos no tan severa.
El Palmar fue pedanía de Utrera hasta el 2 de octubre de 2018, cuando se independizó por fin como municipio. Hoy residen en él unas 2.500 personas. "Aquí todo está enfocado a la hostelería", cuenta María José, una de las mujeres que participa en el taller de cocina, que imparte Roberto Martínez en el centro cívico del pueblo, en la calle Oriente. El lunes tocó pisto y el martes salmorejo. Preparan uno normal, otro de remolacha, otro de aguacate, un ajoblanco y un gazpacho.
A la entrada del pueblo llama la atención una enorme casa de piedra, quizás la más ostentosa del Palmar. Hay varias construcciones de este tipo, pero ésta es especialmente singular porque alberga en sus bajos un taller mecánico. Una moto de competición preside la estancia, en la que un enorme cartel avisa de que "sólo trabajamos al contado" y que "los trabajos se abonarán a la retirada del vehículo". El propietario del negocio sale con un fajo de billetes en la mano, al tiempo que argumenta que está muy ocupado y no puede atender a los periodistas. "Pásense mejor la semana que viene".
La marihuana y el mayor alijo de cocaína
Dos policías locales regulan el tráfico a la salida del colegio. No son del Palmar, sino que vienen de otros municipios a prestar servicios en el pueblo esporádicamente, a completar turnos con la Policía Local palmareña. Hay determinadas calles por las que sólo hace falta pasar para percatarse, por el fuerte olor a cannabis que surge de algunas casas, de la actividad a la que se dedican algunos.
El Palmar ha sido escenario de varias operaciones antidroga en los últimos años. Dos de ellas fuerone especialmente notorias, ambas en 2019. En mayo, la Policía Nacional halló en una nave de una finca de este pueblo el mayor alijo de cocaína de la historia de la provincia de Sevilla, con 1.282 kilos de droga oculta entre un cargamento de plátanos procedente de Ecuador.
La segunda operación fue una macorredada contra el cultivo de marihuana que pusieron en marcha de forma conjunta la Policía Nacional y la Guardia Civil en octubre de ese mismo año. Hubo más de 30 registros en distintas viviendas, locales y naves del municipio, que fue tomado esa mañana por más de cien agentes de ambos cuerpos. La operación acabó con una veintena de detenidos.
En la tasca de Mariano hay varios parroquianos apurando la mañana. Toman unos vinos y unas cervezas. Son pocos pero arman jaleo. Apenas se escucha nada en el bar. Atiende la barra Manuela Pérez, que vive en Utrera y es natural de Alcalá de Guadaíra. Lleva una semana trabajando en este local. Al ver a los periodistas, la mayoría de los parroquianos se marchan. El hostelero se queja.
En la puerta está Antonio Cintas, que confiesa que no tiene ingresos y que se dedica a pedir. "Este hombre me da comida de vez en cuando", asegura, y señala a un repartidor de Donuts que está aparcado a unos metros. "No tengo ningún ingreso, ¿de qué vivo?", se lamenta el hombre.
A unos metros, en la plaza del reloj, está sentado Fernando Mariscal, de 72 años, con un litro de cerveza a sus pies. "Ya queda solo el culillo, me lo termino y me vuelvo a casa y ya no salgo por lo menos hasta las seis de la tarde. ¿Que como se vive en este pueblo? Muy bien, muy tranquilo. Si uno no se mete con nadie, nadie se mete con uno".
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