La vergüenza de volver a Polonia

Piotr Piskozub llegó a España en 2012 para trabajar en el campo, como la mayoría de los indigentes polacos de Sevilla. Muchos no regresan por no admitir su fracaso ante la familia.

Albergue municipal donde falleció el joven polaco el pasado miércoles.
Fernando Pérez Ávila

08 de octubre 2013 - 05:03

Piotr Piskozub llegó a Sevilla en el año 2012. Salió de Swidnica, una ciudad de casi 60.000 habitantes en la que nació, para buscar un trabajo de temporero en Andalucía, en las campañas de la fresa, la aceituna y la naranja. Como tantos otros de sus compatriotas, no consiguió suficiente dinero como para establecerse en España ni tampoco para volver a Polonia. Un año después del viaje, este joven inmigrante de 23 años fallecía en el albergue municipal de Sevilla con sólo 30 kilos de peso.

En la capital andaluza hay una pequeña colonia polaca formada en su mayoría por gente que probó suerte en el campo. Algunos viven en la calle y se ganan algún dinero aparcando coches. Como hacía Piskozub, a quien la Policía Local multó en noviembre de 2012 por ejercer de gorrilla en la Plaza del Altozano. Con esta ocupación alguno intenta reunir el dinero suficiente para desplazarse a Huelva, a buscar trabajo recogiendo fresas, o a Jaén, en la campaña de la aceituna. Ninguno se plantea volver a Polonia.

La televisión polaca Polsat desplazó a un equipo de reporteros el pasado fin de semana a Sevilla para hacer un reportaje sobre la muerte de Piotr Piskozub. En Triana y Los Remedios encontraron a varios ciudadanos polacos que viven en la indigencia. Todos ellos llegaron a España para trabajar como temporeros. Todos eran de pueblos pequeños, del campo, sin estudios y con escasa cualificación, incapaces de encontrar un trabajo mejor y bien remunerado en Polonia.

La reportera les preguntó por qué no regresaban a su país y todos coincidieron en la respuesta: por vergüenza. "Si tengo que volver con mi madre, ¿qué puedo decirle? ¿Ayúdame? Me da vergüenza". Volver a Polonia supone admitir que no se ha tenido éxito fuera, en el extranjero. Algo así debió pensar Piskozub, a quien el fracaso le hizo caer en el alcoholismo. Ninguno de sus compatriotas le veía comer. Sólo bebía. Tanto que perdió peso de manera alarmante, hasta llegar a los 30 kilos.

A ninguno de los indigentes con los que compartía calle y soportales les sorprendió su muerte. Lo que sí les llamó la atención fue que se pasara apenas tres horas y media en el hospital y recibiera un alta médica en las condiciones que se encontraba.

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