Veinte años no es nada para el Sevilla y veinticinco, menos

Con el nuevo siglo, el señero club de Nervión ha descrito un frenético viaje en montaña rusa en el que las alegrías ganan por goleada, como refleja el brillo plateado de sus once títulos

Las muertes de Antonio Puerta y José Antonio Reyes, dos puñaladas de las que se repuso la entidad con su proverbial casta y coraje

Los Reyes de España, entonces Príncipes de Asturias, posan con los flamantes campeones de la Copa de la UEFA 2006.
Los Reyes de España, entonces Príncipes de Asturias, posan con los flamantes campeones de la Copa de la UEFA 2006. / Antonio Pizarro

Sevilla/Decía el tango de Gardel que 20 años no es nada. Y 25, aún menos. Sí. Un cuarto de siglo en un soplo de vida. Lo ha sido para el Sevilla Fútbol Club y a su frenético compás, como fedatario, lo ha sido para la redacción de Deportes de Diario de Sevilla. El club de Nervión vive el siglo XXI deprisa, deprisa. Como los chicos de aquella descarnada película de quinquis que rodó Carlos Saura a inicios de los ochenta. Pero a diferencia de la mayoría de sus protagonistas, el frenesí le ha traído muchas más alegrías que penas. Eso que contamos.

Y el prólogo no pudo ser más prosaico: derrota por 1-0 en el Nuevo Vivero de Badajoz el 28 de febrero de 1999. Cuando el número 1 del periódico se amontonaba en pilas tibias y con olor a tinta al pie de los quioscos, el Sevilla afrontaba dos misiones preferentes: recuperar terreno y subirse al tren del ascenso y esquivar a los acreedores que acudían en tropel a las oficinas del Ramón Sánchez-Pizjuán. “Ni para balones tenían”, según un abnegado empleado que ya nos dejó.

Una de las muertes más sonadas en los albores de este diario fue la de Juanita Reina, reconocida sevillista. Ocurrió el 19 de marzo de 1999 y al día siguiente, el Ramón Sánchez-Pizjuán guardaba un minuto de silencio hondo y sentido, como ella cantaba las coplas. Una hora y media después, el filial del Barcelona, con Carles Puyol en la defensa, consumaba un 0-3 tras sacar un capote de azul, grana y oro.

Nadie daba entonces una peseta (aún tintineaban en nuestros bolsillos) por el quebradizo bloque de Marcos Alonso, pero tres meses después, los sevillistas celebraban a través de las ondas radiofónicas (qué antiguo suena) dos goles del griego Vassilis Tsartas en Villarreal unos días antes de que la Bombonera de Nervión fuera un manicomio para festejar el ascenso.

La montaña rusa en la que el Sevilla se había instalado desde aquella amenaza de descenso a Segunda B, de agosto del 95, aún depararía otra abrupta caída en picado la campaña siguiente, la que todos recuerdan por el asalto de la masa enfurecida, en busca del vestuario del árbitro Mejuto González, tras aquel Sevilla-Deportivo que para la hinchada local fue la gota que colmó el vaso.

Alés en la presidencia, Monchi en la dirección deportiva y Caparrós como entrenador, providencial punto de inflexión

Ese segundo descenso en tres años, tras el primero, amarguísimo, del 97 en Oviedo, sonaba a réquiem. Roberto Alés, presidente sin máscara, miró a la miseria cara a cara con sus pequeños ojos verdes, sentó en el brazo derecho de su sillón a Monchi y en el izquierdo a Joaquín Caparrós. En la pretemporada, un empate a cero en el Pizjuán ante el Farense invitaba a los aficionados a firmar la permanencia en Segunda. Pablo Alfaro vio ese partido en la grada y, aun así, se decidió a firmar.

Y en ese verano del año 2000, cuando el nuevo siglo estaba a punto de ver la luz, el profuso cuadernillo extraíble de Deportes, con su riqueza de géneros y su fresco enfoque (desde los análisis tácticos a las infografías, o las entrevistas que huían del amarillismo y perfilaban a la persona que latía tras el futbolista) fue testigo de los estertores de un fútbol que se acabaría yendo para no volver. Un fútbol en el que los jugadores se paraban a charlar con la prensa de forma improvisaba antes de subirse al coche tras el entrenamiento. Un fútbol en el que el área de prensa de cada club cabía en un Fiat Panda y no cocinaba y procesaba esa quinta gama, de rancio gusto oficialista, que tanto copa hoy los menús del aficionado.

Porque si aquel Sevilla ascendió con la gorra como campeón en 2001, fue ante todo porque se sintió como una familia. Sin las ínfulas ni los ampulosos discursos que hoy esparcen los clubes. No quiere ello decir que se pusieran paños calientes o se blanquearan los episodios negros, ominosos incluso, que alimentaron el morbo en los telediarios nacionales: fueron aquellos primeros años del siglo XXI demasiado crispados cuando tocaba derbi.

La ley de los vasos comunicantes, que conectan Nervión con Heliópolis en unos ignotos canales subterráneos, se ha venido plasmando durante esos 25 años de suspiro con la misma rotundidad de la ley de la gravedad. El Betis dinamitó en 2005 el poderoso galope del Sevilla que gestó la ambición de José María del Nido Benavente y la mirada aguda de Monchi, arrebatándole la condición de primer equipo sevillano en jugar la Liga de Campeones (que no Copa de Europa). Además, trajo a Sevilla el primer título oficial desde el 77 con la Copa que ganó al Osasuna de Javier Aguirre.

Y precisamente haber derrotado al Vasco en la final del Calderón cortó la llegada del mexicano a Nervión por Caparrós, lo que precipitó la rutilante eclosión del Sevilla de Juande Ramos (Palop, Daniel Alves, Kanouté y Luis Fabiano mediante). Y esa inopinada lluvia de plata, hasta cinco títulos en quince meses (dos Copas de la UEFA, una Supercopa de Europa, una Copa del Rey y una Supercopa de España) algo tuvo que ver en la descomposición definitiva del Betis de Lopera, que acabó con el recordado don Manuel fuera del club en 2009. La ley de los vasos comunicantes...

Curiosamente, el Sevilla revolucionó su historia y se hizo con un lugar ya eterno en el firmamento del fútbol europeo cuando se estaba gestando otra revolución silenciosa a nivel mundial: la de los smartphones y luego las tablets, que han reinventado el feedback entre informante e informado.

Tras cinco títulos en apenas quince meses, sobrevino la tragedia de Antonio Puerta

Las pronunciadísimas subidas y bajadas del club en su particular montaña rusa no pararon. Y si 2006 y 2007 pusieron al Sevilla en la primera línea del mapa continental, la muerte de Antonio Puerta cortó el vigoroso vuelo de un equipo que había rozado la Liga. Juande huyó. Y aunque Jiménez reconstruyó un mecano cuajado de piezas lujosas, no pudo levantar la Copa de 2010 en la que tanto tuvo que ver.

Luego el Sevilla atravesó un tramo valle, en el que los sucesivos pasos del interino Antonio Álvarez, Manzano, Marcelino o Míchel no dieron con la tecla mientras Del Nido se entregaba a los designios de Doyen. El encarcelamiento del racial abogado por sus affaires marbellíes fue otro tiro en un ala que amenazó con devolver al Sevilla a un desierto de mediocridad, como en décadas precedentes, pero siempre que sonaron las alarmas, la capacidad de Monchi para rebuscar en el mercado resucitaba el sueño. Y con vueltas a la gloria: las Europas League de 2014, 2015 y 2016 de la mano de Unai Emery. O la que forjó a su vuelta de Roma, la de Julen Lopetegui en 2020, con el mundo todavía confinado por la pandemia y el sevillismo aún compungido por la muerte de José Antonio Reyes un año antes en la carretera. O la última de 2023, bajo la mano huesuda y firme de José Luis Mendilibar. Tras ella, Monchi se volvió a marchar y el Sevilla ha vuelto a la depresión. Su galimatías accionarial, que parece irresoluble bajo la guerra de los Del Nido, se hace aún más descarnado si los resultados deportivos no llegan y afloran los números rojos.

Convertirse en un asiduo de la Champions (jugó siete de las nueve precedentes) hizo al Sevilla inflar presupuestos y masa salarial, no sólo de plantilla (sus profesionales de la información ya no caben en un Fiat Panda...) y la burbuja ha estallado con una gestión digna de estudio... para hacer lo contrario. Otra vez cuesta abajo en la montaña rusa. La esperanza del sevillista es que cinco veces han enfilado el hoyo desde 2000 y otras tantas han tenido arrestos para volver a dispararse: por algo ha sido el tercer club español con más títulos europeos del siglo (ha ganado ocho continentales y tres nacionales) y el cuarto con más puntos sumados en el global de las Ligas de Primera. Ni el más iluso de los sevillistas se hubiera atrevido a soñar eso en el autobús de vuelta de Badajoz aquel 28 de febrero. Pero ha sucedido. Y lo contó Diario de Sevilla.

El silencioso y eterno ídolo del Sevilla

De la mano de este periódico se crió en la ciudad deportiva del Sevilla, debutó en el primer equipo y se hizo plusmarquista de todo lo que tiene que ver con el club, y también con el palmarés de la selección española, un extremo reconvertido a lateral que vio la primera luz en Los Palacios. Jesús Navas cumplirá en noviembre 39 años y su dolorosa artritis lo forzará a dejar el fútbol en el salto a 2025. Será entonces cuando su imparable contador de registros en clave sevillista se pare y el palaciego quede investido, definitivamente, como la mayor leyenda del club. Dos Copas de la UEFA, dos Europa Leagues, dos Copas del Rey, una Supercopa de Europa y una Supercopa de España. Más un Mundial, dos Eurocopas y una Liga de Naciones con la selección. Las lágrimas que se derramarán con su adiós serán una salada anécdota comparadas con las lágrimas de alegría que ha provocado con sus galopadas por la banda.

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