Con las uvas a la Puerta del Sol… de Sevilla
calle rioja
Por la de la Macarena entra don Fadrique para morir y Carlos V para casarse
Sevilla tiene puerto y aeropuerto, pero durante varios siglos fue una ciudad a la que se entraba y de la que se salía por sus puertas. Hitos de una muralla almohade que se vio reducida a la mínima expresión por el paso del tiempo. Sevilla es ahora una ciudad de aeropuertas, porque son puertas que en su gran mayoría volaron por la desidia o la ignorancia, vicios que en su grandilocuencia la ciudad tapó con sus dos disfraces preferidos, la modernidad y el progreso.
Por la de la Macarena entra don Fadrique para morir y Carlos V para casarse
Puertas que volaron y que tienen en Juan Miguel Vega (Sevilla, 1962) al mejor de los controladores aéreos. Es un experto en cerrajería porque ha sido pregonero de la Semana Santa de Sevilla y un pregón es lo más parecido a abrir una puerta: la del paso del tiempo. Su libro Veintitantas maneras de entrar en Sevilla (El Paseo) tiene un prólogo a la primera edición, de Enriqueta Vila, y Eduardo Osborne ha prologado la que se presentó en la Casa de Pilatos.
La americanista Enriqueta Vila elogia este ejercicio de cartografía urbana de un “sevillano de extramuros” y se sitúa en las cuatro puertas que el abad Gordillo sitúa como cuatro puntos cardinales de la ciudad: la de Carmona al oriente (la calle Luis Montoto con sus caños de Carmona la conoce el vulgo como calle Oriente); “la de Jerez al mediodía, la de la Macarena al septentrión, y la de Triana al occidente”.
Tiene razón Eduardo Osborne: el libro de las puertas de Juan Miguel Vega, a quien uno se imagina con su ramillete de llaves recorriendo la ciudad, podría encuadrarse “dentro de la antropología, la arqueología, la sociología, el arte”. El autor revolucionó la manera de contar en la radio la Semana Santa y ahora enhebra una carrera oficial llena de arterias oficiosas con las puertas de Sevilla. Un libro que en esta nueva edición (ambas estarían separadas por el pregón en el teatro de la Maestranza, la puerta de Mozart y Mañara) le costó dios y ayuda al editor convencerlo para que lo terminara. Se metió por medio primero su nombramiento como director de Canal Sur radio y después la llamada del Consejo General de Cofradías para nombrarlo pregonero de la Semana Santa de 2024, la que ha terminado con la Magna y el II Congreso de Hermandades y Piedad Popular.
El libro es un pozo sin fondo, un juego de la oca para salir por una puerta, quedar preso en la historia de otra y viajar a los fastos y nefastos de la ciudad, a sus ortos y ocasos. Un cursi diría de Juan Miguel Vega que es un escritor transversal, pero realmente lo es. Lo mismo le presenta un libro Isidoro Moreno, antropólogo marxista-capillita, que Ignacio Medina, duque de Segorbe, cuya casa de Medinaceli heredó del ducado de Alcalá el gobierno de las puertas de la ciudad.
Como los cuatro puntos cardinales de que habla Enriqueta Vila en el prólogo, hay cuartetos fundamentales en esta historia: las cuatro puertas que se salvaron (puerta de Córdoba, arco de la Macarena, Postigos del Aceite y del Carbón); las cuatro que cayeron con la furia iconoclasta y derribista de la Revolución Gloriosa de 1868: la de Triana, San Fernando, Carmona y Osario. Hay puertas que ya no existen pero que permanecen en el imaginario popular e incluso en las paradas de Tussam: el C3, por ejemplo, las tiene en la puerta de Osario, de Carmona y de la Carne.
No hace falta coger el AVE hasta Madrid para celebrar la Nochevieja en la Puerta del Sol. El libro ofrece tres grabados de un acceso del que sólo queda la calle Sol, que a la altura de Matahacas se unía con la calle Luna (hoy Escuelas Pías) convirtiéndose en la calle más larga de la ciudad. Una vecina de sus inmediaciones fue Ángela Guerrero, la que sería Ángela de la Cruz. La puerta de la iglesia de Santa Lucía en la que se cimentó su vocación fue trasladada a Santa Catalina cuando la iglesia se desacralizó.
Hay leyendas sin rigor histórico como la muerte de Hermenegildo que al menos sirvieron para salvar la puerta de Córdoba. La de Jerez tuvo menos suerte: hasta en tres ocasiones fue derribada. La primera fue sustituida en 1561, tiempos de Felipe II, por una segunda torre muy perjudicada por las guerras carlistas; en 1848 se construyó una tercera, que fue nuevamente derribada en 1864, durando sólo 18 años. No hay mayoría de edad para las piedras. Hay otra mención muy curiosa a Jerez: al zoo de esta ciudad fueron a parar algunos restos arqueológicos de la puerta de Triana.
Sevilla tenía sus particulares comuneros: personajes que en sus dominios mandaban más incluso que el propio rey. El autor destaca el papel de los adelantados, de los que queda constancia en la calle con ese nombre que desemboca en la Resolana y serpentea por los callejones de la Macarena.
Por la misma puerta de la Macarena por la que entró don Fadrique para morir por orden de Pedro el Cruel o el Justiciero (en España a los pedros siempre les acompaña esa antinomia), lo hizo Carlos V para casarse. Curiosamente los dos tenían el mismo destino, el Alcázar de Sevilla. Un palacio de palacios fundamental en el entramado de puertas de la ciudad. Hay puertas que dejaron de existir, que casi nadie conoce, pero que fueron muy historiadas en acontecimientos que sucedieron en dos décadas. El 11 de diciembre de 1822 entra por la puerta de San Fernando el general asturiano Rafael del Riego, cuyo levantamiento liberal le costaría la vida un año después; el 12 de julio de 1823 sale por esa puerta Fernando VII, el paradójico felón que pasó de Deseado a Indeseable pero tiene en su haber reabrir las Escuelas Taurinas y la apertura del Museo del Prado; y el 7 de mayo de 1848 entran los duques de Montpensier, Alfonso de Orleans y la infanta María Luisa. Una puerta que sería la primera portada de la Feria de Abril, inaugurada por Ybarra y Bonaplata un año antes de que los Montpensier llegaran a Sevilla huyendo de las soflamas parisinas.
Hay en el libro una estampa deliciosa de los poetas del 27 a punto de reeditar el Naufragio de la Medusa del cuadro de Gericault en los días que vinieron a Sevilla para honrar a Góngora. Lo cuenta Juan Miguel en el capítulo de la puerta de la Barqueta, que recuperó su nombre con la Expo e incluso se lo dio a un puente y a la zona donde Cayetana de Alba rotula una rotonda que une el río de Góngora con los cielos macarenos. Sevilla perdió las puertas pero recuperó sus nombres. Pasa con la de San Juan, tan fluvial que da a la calle Guadalquivir y que se llamó también del Ingenio “porque cerca estaba el antiguo muelle donde se descargaban las mercaderías”.
Sevilla le dedicó una de las mejores calles de su casco antiguo a García de Vinuesa, el alcalde que aprobó el derribo de unas cuantas puertas llevada por criterios “higienistas” (no le faltaba razón: fue víctima del cólera morbo). También tiene su espacio público Espartero, el Duque de la Victoria de la plaza donde construyeron El Corte Inglés, el general manchego de Granátula de Calatrava que bombardeó Sevilla; como la tiene Alfredo Sánchez Monteseirín a dos pasos de la Torre Pelli que perpetró durante su prolongada alcaldía, prima hermana, torre Melli de las Torres Petronas de Kuala Lumpur. Sevilla honra a sus nerones.
Los herederos de Richard Ford le dejaron un grabado de la desconocida Puerta del Parque. El libro cuenta con fotos de Antonio del Junco, José Antonio Zamora y Pepe Morán y un apéndice inédito de las Puertas Apócrifas de un “sevillano de extramuros” (Enriqueta dixit): Mercasevilla, Polígono Sur, Heliópolis, Gota de Leche, San Lázaro, Chapina y Tablada. Las puertas de Sevilla son en realidad las ventanas de su muralla. El futuro de su pasado, ese Pretérito Perfecto del que habla Ignacio Camacho.
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