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"El único viaje que hoy merece la pena es al interior de uno mismo"

Eduardo Jordá. Escritor

Este mallorquín, que fue colaborador de Camilo José Cela, ha ejercido todos los ministerios de la república de las letras: narrador, poeta, traductor, ensayista, diarista, biógrafo y columnista.

Luis Sánchez-Moliní

17 de enero 2016 - 05:03

Eduardo Jordá (Palma de Mallorca, 1956) es alto y tranquilo, como un personaje de John Ford. Criado en una familia de la burguesía profesional mallorquina, sus maneras son sumamente educadas y amables, como de profesor inglés. "También puedo ser muy bruto", avisa Jordá al entrevistador para que no se confíe. Al igual que muchos, llegó a Sevilla tras el rastro de una mujer y hoy asegura que no podría vivir en otra ciudad. En la república de las letras ha ejercido mucho de sus ministerios: diarista, narrador, poeta, ensayista, traductor, biógrafo, columnista. Durante muchos años fue un viajero insaciable, cualidad que dejó plasmado en algunos libros como Norte grande, en el que narra su periplo por el desierto de Atacama (Chile). Hoy en día, sin embargo, prefiere viajes más extremos, los que realiza con la lectura desde su "zulo", como llama a su estudio, un espartano ático frente a las murallas de la Macarena en el que atesora libros y recuerdos de sus viajes: una matrioska con cara de Stalin, unas figuritas de Hernández y Fernández, alguna careta tribal, etcétera. Hombre de muchas y variadas amistades, no es, sin embargo, aficionado a eso que llaman 'vida literaria'. "Al final, uno termina hablando de lo que ha cobrado fulanito por un artículo y ese tipo de cosas".

-Usted nació y se crió en Palma de Mallorca. Imagino que serían otros tiempos, otra isla.

-Palma era un sitio muy curioso. Su sociedad, como la de casi todas las islas, era muy hermética y autosuficiente. Sin embargo, yo viví los años en que ese mundo cerrado estaba estallando por la llegada del turismo y la inmigración, sobre todo la de los andaluces. Nací en un mundo que era casi del siglo XIX y cuando cumplí 20 años estaba prácticamente en el siglo XXI. A los quince años ya escuchaba a David Bowie y a Lou Reed, que es lo que escuchaban los ingleses y americanos que iban a mi colegio.

-Me da la impresión de que el turismo, al principio, fue algo enriquecedor. Todo lo contrario que ahora, que es un fenómeno bastante vulgar que degrada las ciudades y los paisajes.

-Hoy en día, los centros de las ciudades son parques temáticos. Cuando caminas por la Avenida de la Constitución ves las mismas franquicias que en Roma o en Tokio. Todo el mundo se ha convertido en otra parte. Estar en un sitio es estar en otra parte; ya no hay nada ni nadie que sea completamente idéntico a sí mismo, que era uno de los principios de Aristóteles: "Para entender el mundo hay que entender que las cosas son idénticas a sí mismas". La identidad ya no existe. Por eso hay esa explosión por la nostalgia identitaria.

-¿Su familia era catalanoparlante?

-Sí, tengo cinco apellidos catalanes, algo por lo que pagarían muchos de la CUP. Tenía abuelos no sabían hablar castellano. Mis padres hablan catalán entre ellos y yo no entiendo el mundo sin este idioma.

-¿Y qué opina de esa ofensiva nacionalista en Baleares?

-Es producto de una nostalgia que intenta recuperar un mundo desaparecido e imposible. Lo que crea es un simulacro, una falsedad.

-Palma es uno de esos sitios con pedigrí literario. ¿Cómo surgió su vocación por la literatura?

-Supongo que en la biblioteca de mi padre, un médico que era amigo íntimo de Camilo José Cela. Tenía una fantástica colección de tebeos que guardaba en la buhardilla de una de esas casas grandes que entonces se podía permitir la burguesía de provincias, el ambiente en el que yo crecí. Me pasé largas tardes de domingo leyendo El guerrero enmascarado, Tintín, Mortadelo y Filemón, Astérix... Los cómics son para un niño el camino que lleva hacia la literatura. El problema de nuestro sistema educativo es que te hace leer el Lazarillo con doce años, lo que lleva al fracaso. Si obligásemos a los niños a leer tebeos tendríamos unos índices de comprensión lectora mucho mayores.

-Es casi una leyenda el que usted fue 'negro' de Cela.

-La palabra exacta no es negro. Cuando mi padre vio mi afición por la literatura, le pidió a Cela que me ayudase. En esa época, que era la del destape, el escritor estaba editando junto a Joaquín Soler Serrano -el famoso entrevistador de A fondo- una enciclopedia en fascículos sobre el erotismo. Me metí a trabajar en el equipo de documentalistas durante un año y pico buscando datos y redactando fichas. Siempre digo que me gustaría haber participado en esa enciclopedia encargándome de la parte estrictamente práctica, pero por desgracia me tocó la teórica.

-Me temo que eso nos pasó a muchos. ¿Cómo era Cela? Los valientes se dedican a insultarlo después de muerto.

-Era un personaje muy ambiguo, muy esquinado, él mismo se buscó esa mala fama. Se acercó mucho al poder. Fíjese en Pla, hizo todo lo contrario y sólo se pringó con el franquismo durante la guerra, momento en el que todo el mundo tuvo que optar por uno de los dos bandos. Pero luego se mantuvo lo más alejado posible del poder y siempre tuvo una actitud escéptica. Sin embargo, Cela, debido a su obsesión por el dinero, estaba todo el día jugando al ratón y al gato con el poder y pasteleó con el PSOE y el PP. Ese es un juego muy peligroso. Los escritores deben vivir lo más apartados posible del poder. Más allá de eso, Cela era muy amable y conmigo siempre tuvo una actitud muy cariñosa.

-Sin embargo, la figura del escritor obsesionado por el poder es muy común. Ahí está Gabriel García Márquez.

-El García Márquez consejero áulico de Castro es una imagen lamentable.

-En 1988 se vino a vivir a Sevilla. ¿Alguna razón especial?

-Conocí a mi mujer y decidí venirme.

-¿Se ha arrepentido?

-¡Qué va! Cada vez me gusta más Sevilla. Vine con muchos prejuicios, porque en Mallorca los andaluces tenían fama de vagos y atrasados... Todo falso, pero uno crece con esas ideas... Lo que yo observaba era que los que trabajaban en Palma eran los andaluces y, además, lo hacían extraordinariamente. Esa idea de que los andaluces son vagos es completamente falsa. Lo que no tienen es iniciativa empresarial...

-Pero volvamos a Sevilla.

-Creía que era una ciudad atrasada que vivía al margen de la cultura, pero cuando la fui conociendo me di cuenta de que era un lugar mucho más abierto, dinámico, cambiante y poliédrico de lo que dicen. Sevilla tiene todas las ventajas de una gran ciudad pero también responde a la definición de ciudad humana: aquella que se puede atravesar andando en un solo día. Eso sí, está en el límite. En cuanto pase del millón de habitantes se convertirá en una cosmópolis y en un caos. A mí me costaría mucho vivir en una ciudad más grande o más pequeña.

-Usted ha tenido una vida viajera. Cuando se rastrea su nombre en internet sale continuamente una de esas frases que se multiplican en la red gracias al corta y pega: "Ha vivido en un hospital de Burundi, una isla de Malasia y una granja costera al oeste de Irlanda". Todo un aventurero.

-Internet te crea una identidad falsa. El que realmente vivía en Burundi era mi padre, porque iba allí todos los veranos como médico con un misionero amigo suyo. Yo le acompañé un verano y viví en el hospital en medio del campo, en el centro del país. La primera noche la pasé en un hotel en el que sólo había una tripulación de un vuelo de Sabena y dos ingleses que creo que eran espías, pero allí no ocurría nada y no había nada que espiar.

-Parecen dos personajes de una novela de Graham Greene.

-Exacto. Estaban allí solos en un hotel de cuatro estrellas completamente vacío y rodeado de un campo de golf.

-En cualquier caso ha viajado mucho y como escritor ha frecuentado la literatura de viajes.

-Sí, el nacer en un sitio tan pequeño como Mallorca te crea una inquietud por salir. También las lecturas -uno de los primeros libros que leí fueron Los viajes de Marco Polo- fomentaron esta afición. Pertenezco a una generación que tuvo suerte y empezó a trabajar muy joven y con 23 años ya tenía una plaza de profesor con un sueldo muy decente. Durante diez años, todo lo que gané me lo gasté viajando. Pero ya no voy prácticamente a ningún lado.

-Quizás el viaje ya ha dejado de ser la experiencia que fue en su día, ya no tiene la connotación aventurera. En esta época de los geolocalizadores, en la que hasta el último rincón del mundo está cartografiado... La última frontera es el espacio exterior, y esa es inalcanzable para el 99,9% de la humanidad.

-En la época de Google Maps, ¿qué sentido tiene viajar? Lo mejor hoy para viajar es leer. Yo recomiendo a la gente joven que lea a Stefan Zweig, a Conrad a Henry James... Van a viajar mucho más lejos que en avión.

-Despúes están los viajes del alma.

-El único viaje que hoy merece la pena es el viaje al interior de uno mismo. Es el único que tiene validez y es iluminador. Antes, había algo geográficamente distinto, pero ya no. Yo he conocido África sin móviles y con tam-tam, pero ese mundo ya ha desaparecido.

-¿Está usted en las redes sociales?

-No.

-¿Qué opina del polémico tuit de Cayetana Álvarez de Toledo en el que decía que Twitter es un vertedero?

-Hizo el ridículo y, además, ella está en Twitter. Cuando empezó a funcionar internet surgió la teoría de que esta tecnología crearía la inteligencia colectiva. Yo desconfiaba, porque la inteligencia, la conciencia o el alma nunca son colectivas, sino individuales. Lo que existe es la estupidez colectiva, porque en la red se juntan millones de gritos e insultos. Las redes sociales te impiden concentrarte, leer, escuchar música, contemplar las nubes, escuchar las conversaciones de la gente... Twitter es una cloaca en el sentido de que toda la gente vuelca su frustración, su rabia, su odio. Muy poca gente usa las redes para iluminar.

-Como columnista escribe en los periódicos del Grupo Joly. Me da la impresión de que usted tiene un sentido moral de su escritura periodística.

-La lectura de periódicos fue otra de las fuentes para hacerme escritor. Para mí, el periódico es la civilización. Es el mayor conocimiento humano al alcance de cualquiera, desde un catedrático hasta un campesino. Por eso me veo en esa tradición y creo que debo darle un sentido moral a mis artículos. Es muy divertido ser el Gran Wyoming y dedicarte a destruir y pegarle martillazos a todo, pero creo que un columnista debe intentar iluminar el mundo donde habita. Al fin y al cabo crecí en la Transición, una época en la que, gracias a Dios, había una cierta conciencia moral de lo que había que hacer. Había un recuerdo muy claro de los errores y los horrores que se habían cometido en el pasado. Eso ya no se ve. El gran problema de la civilización actual es que no hay memoria.

-Sin embargo, ahora se presume de memoria histórica.

-Eso es una creación ideológica. Me interesa mucho la Guerra Civil y la he estudiado a fondo. Me gustaría preguntarles a muchos profesionales de la memoria histórica que me hablaran de Alcalá Zamora, de lo que pasó el día que mataron a Calvo Sotelo, de Pemán, de Andreu Nin, de Orwell y su Homenaje a Cataluña. ¿Se lo han leído? ¿Qué saben? Lo que llaman memoria histórica es un constructo, un discurso ideológico. Yo he hablado con mucha gente que hizo la guerra, que estuvo a punto de morir, de ser fusilados, que se jugaron el tipo, y todos aceptaron el pacto de la Transición. Personajes como Dionisio Ridruejo o Carrillo actuaron con una generosidad que hoy en día es impensable. Deberían tener una calle en todos los pueblos de España.

-Entre los muchos libros que ha traducido al español destacaremos El corazón de las tinieblas, una de las obras cumbres de Jopeph Conrad. ¿Fue una tarea difícil?

-Conrad era un escritor muy enrevesado. Era polaco y escribía en inglés, pese a que este éra su tercer idioma tras el polaco y el francés. Yo intenté hacer la novela lo más clara posible dentro de la complejidad, porque Conrad utiliza siempre la vía más larga entre dos puntos, es una prosa llena de meandros, como la vegetación de la jungla.

-¿Y por qué es un autor que sigue fascinando a muchísimos escritores y lectores?

-Porque, como hemos dicho antes, siempre vivimos en otra parte, y Conrad era un hombre de otra parte: un polaco crecido en el Imperio Ruso que fue marino mercante, que escribió en inglés y vivió en Extremo Oriente, en África... sin unas raíces sólidas. Era el exiliado absoluto y hoy en día todos somos exiliados absolutos.

-Sus poemas suelen ser reflexivos y meditabundos. ¿Qué busca cuando escribe poesía?

-Para mí la poesía es reflexión: la vida, el paso del tiempo, el amor y la muerte. No hay más, siempre ha sido así desde Homero hasta David Bowie.

-¿Pertenece usted a la legión que lamenta su muerte?

-Es como si se hubiese muerto Tintín y eso es jodido. Al enterarnos de la muerte de Bowie muchos hemos tomado conciencia de nuestra propia fragilidad.

-¿En qué está trabajando ahora?

-Tengo pensado escribir un libro sobre mi paso por el hospital.

-¿Qué pasó?

-Una apendicitis muy rara que se complicó. Estoy vivo de milagro. El problema es que me cuesta mucho escribir sobre el tema, porque es muy duro hablar de tu propia fragilidad, de tu propia mortalidad. Quince días en el hospital dan para mucho, te planteas muchas cosas. Eso es la vida. También me gustaría reflexionar sobre la sanidad pública... Cada vez que escucho decir a uno de Podemos decir que han desmontado la sanidad pública me gustaría enviarlo a un hospital de Camerún. He estado tratado por unos médicos y unas enfermeras extraordinarias. También me he dado cuenta del papel extraordinario de las mujeres cuidando a los enfermos de la familia... He recordado un poema de Mandelshtam, un poeta ruso que se cargó Stalin, en el que dice que cuando nos levantemos de la tumba habrá una mujer que nos estará esperando.

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