La última carabela de Cristóbal Colón

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Historia. Múltiple presencia de Colón en la Catedral de Sevilla: su amistad con el arzobispo Diego de Deza, la Cartuja de Gonzalo de Mena, sus restos en la cripta del Sagrario

Cristóbal Colón era judío y del Mediterráneo occidental

Sepulcro de Luis de la Lastra, arzobispo entre 1863 y 1876.
Sepulcro de Luis de la Lastra, arzobispo entre 1863 y 1876. / D. s.

CUÁNTA vida desprenden estos muertos! De Profundis es una visita guiada por los sepulcros de los arzobispos de la Catedral. Se realiza en silencio, con música a propósito y una inmersión en las épocas de cada uno de los prelados. Por orden cronológico, desde Gonzalo de Mena, toledano de cuna, arzobispo de Sevilla entre 1394 y 1401, hasta Carlos Amigo Vallejo (1934-2022), vallisoletano de Medina de Rioseco, que llegó a la diócesis de Sevilla desde la de Tánger en 1982.

Por la actualidad que ha cobrado el personaje, que en realidad nunca la perdió, es muy interesante la relación que algunos de estos arzobispos mantuvieron por diferentes razones con Cristóbal Colón. Los últimos informes han demostrado que los restos que están en la Catedral de Sevilla son los del almirante, pero su presencia no se limita a la monumental escultura que representa el transporte de los restos de quien murió en Valladolid y ya muerto volvió a hacer las Américas.

La primera presencia de Colón está en el sepulcro de Gonzalo de Mena, arzobispo de Sevilla entre 1394 y 1401. Un nombre fundamental en la historia de la ciudad: fundó la Hermandad de los Negros a la que tantísimas horas de estudio han dedicado desde el hispanista Hugh Thomas al antropólogo Isidoro Moreno; también puso en marcha para ese mismo colectivo muy numeroso en la Sevilla de entonces el Hospital de los Negros. Gonzalo de Mena es además el promotor de la Cartuja de Santa María de las Cuevas, donde residió Colón antes de sus viajes a Indias, epicentro monumental de lo que cinco siglos después sería la Exposición Universal.

Diego Hurtado de Mendoza fue arzobispo de la diócesis entre 1485 y 1502. Es el máximo representante de la Iglesia cuando Colón llega con las tres Carabelas a una tierra ignota, que no era el Cipango que buscaba inicialmente. La relación fue mucho más estrecha con uno de sus sucesores. Diego de Deza (1443-1523), zamorano de Toro, además de cardenal de Sevilla fue inquisidor general, el segundo después de Torquemada, dominico como él. Amigo personal de Cristóbal Colón, conoció a los Reyes Católicos y fue confesor de la reina Isabel, que le encomendó la educación de su hijo el príncipe Juan, nacido en el Alcázar y bautizado en la Catedral. Su prematura muerte (19 años) cambió los planes sucesorios. En la Catedral está el sepulcro de Diego de Deza, pero no sus restos, que sufrieron el doble expolio de la invasión francesa y la desamortización de Mendizábal.

Hay otra presencia mucho más sutil, etérea y literaria de Colón. Bajo la parroquia del Sagrario, donde ya luce el impresionante retablo de Pedro Roldán antes de que concluya el año de su centenario, hay una cripta con una serie de enterramientos. La presencia en cada uno de una mitra esculpida indica que están enterrados arzobispos: seis son de la diócesis de Sevilla, uno de Pamplona y un octavo, arzobispo de Jaén. En el enterramiento de este último fueron depositados provisionalmente los restos de Cristóbal Colón cuando llegaron a Sevilla desde La Habana tras la pérdida de las últimas provincias de Ultramar en 1898.

Hay verdaderas obras de arte en los enterramientos episcopales de la diócesis hispalense. El de Juan Cervantes y Bocanegra (1382-1453), sevillano de Lora del Río, es obra de Lorenzo Mercadante de Bretaña, el autor del fresco de la expulsión de los mercaderes del templo que da al Patio de los Naranjos. Este Cervantes, cuya presencia en el callejero ha creado alguna confusión con el autor del Quijote, fue obispo de Ávila y Segovia antes que arzobispo de Sevilla. Participó en los concilios de Siena, Basilea y Maguncia y ofició el matrimonio de los reyes Enrique IV de Castilla y Blanca II de Navarra.

Si durante el pontificado de Cervantes y Bocanegra se ponen en marcha los cimientos de la catedral gótica, tres siglos después, otro arzobispo, Luis de Salcedo y Azcona, al frente de la diócesis entre 1722 y 1741, será el gran mecenas de este barco de piedra y evangelios. Contribuirá a la realización del gran retablo de la Virgen de la Antigua a la que tanta devoción le tenían los que partieron en busca de las islas de las Especias y durante su mandato se llevó a cabo el traslado de los restos de San Fernando, canonizado medio siglo antes, hasta la urna de plata que se abre cuatro veces al año.

La Catedral está llena de obras de arte, pero no es un Museo. Llama la atención el sepulcro de un arzobispo de Sevilla que se recorrió media España antes de tomar posesión de esta plaza. El sepulcro de Luis de la Lastra y Cuesta (1803-1876) es obra de Ricardo Bellver, autor de la imagen del Ángel Caído que está en el Retiro de Madrid. Tiene a sus pies dos ángeles que son de una profundidad casi inasible. De la Lastra, antepasado de la pintora Reyes de la Lastra, nació en un pueblo de Cantabria y realizó por otros conductos el viaje que hicieron los que serían llamados montañeses, jándalos o foramontanos (chicucos en Cádiz).

Antes de ser arzobispo de Sevilla fue canónigo en Orihuela y Valencia, obispo de Orense y arzobispo de Valladolid. Fue titular de la diócesis hispalense entre 1863 y 1876. Vivió en 1870 el Concilio Vaticano I, el mismo año que muere Bécquer y es asesinado en la calle del Turco de Madrid el general Juan Prim. De la Lastra sucedió como arzobispo a un Tarancón soriano que no tenía nada que ver con el que siglo y medio después estaría al frente de la Conferencia Episcopal.

Este viaje De Profundis encierra lecciones de Historia, como el sepulcro de Francisco Javier Cienfuegos y Jovellanos, nombrado arzobispo en 1824. Siendo canónigo de Sevilla formó parte de la Junta General de Gobierno que tomó el mando de la ciudad en 1808 ante la invasión francesa. Lo que el historiador Manuel Moreno Alonso ha llamado la Sevilla Napoleónica. Este arzobispo fue confinado en Alicante y murió en el destierro. Alma de Jovellanos, su segundo apellido.

Al venir de La Habana, sus restos estuvieron en el sepulcro de un obispo de Jaén

Y hay también alguna lección de semiótica religiosa. De Baltasar del Río (1480-1541) no existe retrato ni están sus restos (sí el sepulcro) porque nunca llegó a ser arzobispo de Sevilla, donde no pasó de canónigo. Nacido en Palencia, el sevillano era su padre. Fue arcediano de Niebla y el Papa lo nombró obispo de Scala en el reino de Nápoles. Su sepulcro está vacío, ya que los restos de Baltasar del Río están en la iglesia de los Españoles de Roma.

De Gonzalo de Mena a Amigo Vallejo, del fundador de los Negritos al arzobispo que autorizó la salida de las mujeres nazarenas, hay seis siglos de la historia de España, de Sevilla y de su Iglesia a través de los sepulcros de sus arzobispos. En la catedral de Santiago de Compostela, la diócesis le encargó al arquitecto portugués Álvaro Siza, premio Pritzker (el Nobel de su oficio) que diseñara los enterramientos para los futuros titulares de la diócesis compostelana, omega del Camino de miles de peregrinos.

Los restos de Colón están en toda la Catedral de Sevilla. Y su memoria, hasta en la cripta de la parroquia del Sagrario. A dos pasos, la Biblioteca Colombina de la que era tan asiduo don Ramón Carande, palentino de cuna como Baltasar del Río, el sacerdote que llegó a obispo en Nápoles y no pasó de canónigo en Sevilla.

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