Un trozo de París en el corazón de Sevilla
lo que el tiempo se llevó
gran britz3Como guinda excepcional para el edificio que Aníbal González diseñó en la esquina de Tetuán con Rioja, años después, en 1945, el arquitecto Joaquín Díaz Langa levantó un café restaurante que iba a convertirse en referente de una hostelería que desde su primer día lo miró como algo extraordinario
Entramos de lleno en el meollo de aquella Sevilla surcada por la red de raíles del tranvía y que se movía a ritmo lento, moroso, para bien de la tertulia. Y la tertulia era lo que mantuvo al lujosísimo Gran Britz, un establecimiento ubicado en el edificio que en la calle Tetuán esquina a Rioja levantó Aníbal González por encargo de Javier Sánchez-Dalp en 1917. Un edificio regionalista que subsiste, pero que en su planta baja ya no alberga al exclusivo café, bar y restaurante, sino a una tienda de Inditex llamada Oysho como varias que la antecedieron al cierre del Britz bien entrados los años sesenta.
Durante más de veinte años, desde su inauguración el 20 de septiembre de 1945, fue referente en la ciudad y lugar de encuentro de celebridades que tenían en la figura del genial Rafael el Gallo su máximo exponente. Y es que el Divino Calvo, por la cercanía de su domicilio en los altos del Palacio Central, se pasaba las mañanas en una de las mesas que daba al ventanal de Tetuán.
Allí con sus eternos soliloquios acordándose de Pastora Imperio, la pesadilla en forma de mujer que le acompañó hasta la muerte, tomando innumerables cafés y encendiendo continuamente el puro que tanto se le apagaba, Rafael recibía visitas de partidarios y, sobre todo, de chavales que querían ser toreros. Uno de sus visitantes más frecuentes era Antonio Escobar, un novillero de Écija que anhelaba la gloria y que diariamente acompañaba al Gallo hasta su casa. El ganadero de bravo Enrique Pérez de la Concha, gran amigo de Rafael, era otro de los habituales, como Federico Cazorla, un gallista irredento y presidente que fue de la cercana Tertulia Bética.
Otro personaje que estaba dentro de su paisaje fue un agricultor al que llamaban Pechohierro porque siempre iba despechugado por mucho frío que hiciese. Se llamaba Manuel Vázquez Alcaide y era cuñado de dos toreros mexicanos, Carlos Arruza y Antonio Toscano, que estaban casados con sus dos hermanas.
Pero expliquemos en qué consistía aquel café, bar y restaurante que no envidiaba para nada a los mejores de Europa. Fue proyectado por el arquitecto Joaquín Díaz Langa en 1945, su fachada e interior con planta baja y entresuelo, era un conjunto barroco e isabelino, con mármoles, maderas nobles, bronces y grandes espejos que le dieron personalidad y estilo propio. Contaba con refrigeración y calefacción, zona reservada a señoras, lo que eran novedades y motivo de atracción en aquel tiempo y pertenecía a la cadena hostelera y cafetera Catunambú. La planta baja estaba coronada por una maravillosa lámpara de araña, era lugar de tertulia y contaba con una hermosa escalera en el frente por donde se accedía al entresuelo, planta superior en la que se encontraba el comedor.
Poco después de su inauguración, el Britz fue escenario de un curioso suceso que hizo las delicias de aquella capital de provincias con ritmo de aldea. El flamante establecimiento sufrió la acometida de un toro bravo como anécdota que ha ido corriendo de generación de sevillanos. Un toro bravo se escapó del vagón en que era transportado. Salió de la estación de Plaza de Armas, corrió por Reyes Católicos, San Pablo y Rioja, y al verse reflejado en los grandes espejos de la fachada, arremetió contra ellos, entró en el local y prosiguió con la destrucción de casi todos los espejos del salón. El animal estaba en la creencia de que acometía a otro semejante y no paró de tirar cornadas hasta que cayó en el cruce de la calle Sierpes, tiroteado por agentes de la Policía Armada, hoy Nacional.
El Britz era también estación intermedia en aquellos paseos que la juventud de la época daba desde el Duque a la Puerta Jerez como una de las pocas diversiones en aquel tiempo. Cerrado a mediados de los sesenta, el edificio fue respetado en su exterior por las distintas firmas comerciales que lo ocuparon, aunque a veces las apariencias desentonan bastante de la filosofía con que fue levantado, la de ser como una especie de sucursal del mejor café parisino en pleno corazón de Sevilla.
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