El triunfo de las gominolas
La comitiva, que tardó en salir 45 minutos, se desarrolló sin incidencias y con puntualidad británica Los caramelos blandos se imponen y las carrozas ganan en calidad artística.
"Quiero que las calles se llenen de mucha ilusión y de esa luz que sólo Sevilla ofrece en un día tan especial". Así expresaba el alcalde de Sevilla su expectación por una cabalgata que acababa de salir minutos antes del Rectorado, justo en el momento en el que el suelo comenzaba a alfombrarse de azúcar, los sones de las bandas se mezclaban en el aire y los gritos -más de las madres que de los hijos- hacían imposible escuchar nítidamente lo que Juan Ignacio Zoido decía a los periodistas de prensa escrita (ni uno solo de radio) con una chaqueta de ante marrón que recordaba a muchos presentes aquella década de oro del felipismo.
Pero el día no estaba para hacer memoria histórica. Es verdad que la luz era especial en una tarde que había vencido al frío mañanero. Sobraba cierta ropa de abrigo y se echaban en falta las gafas de sol. La puesta en marcha del cortejo vino precedida de la tramoya que en los últimos años se vive dentro del Rectorado. Salones de maquillaje efímeros bajo unas bóvedas que en su día cobijaron a cigarreras. Ahora eran beduinos y pajes los que recorrían patios y pasillos. Algunas de las protagonistas de las carrozas desfilaban no una, sino hasta cuatro veces para que su presencia no resultara indiferente a fotógragos y otras personas que miraban de reojo aquellas curvas que el fino tejido dejaba entrever. Calor en la mirada para atenuar la gélida sombra del edificio universitario.
Afuera, mientras, estallaba el sol y la impaciencia en los ojos de críos y mayores. Antiguos reyes magos, como Francisco Herrero, presidente de la Cámara de Comercio, exhibían con orgullo el cordón de oro del Ateneo. No andaba tampoco muy lejos el presidente del Consejo de Cofradías, Carlos Bourrelier, ni el delegado de Fiestas Mayores, Gregorio Serrano, cuya hija no se olvidó de la bolsa para recoger caramelos. Por cierto, tras muchos años de intento es cierto que empiezan a triunfar las gominolas, para salvaguarda de cabezas y gafas.
La fuerza de los participantes de la cabalgata a la salida es notoria. Por un instante aquello parece un bombardeo. Se quiere dejar plena constancia de las ganas de fiesta y la mayoría no da tregua a los brazos. La euforia del público se mezcla con las voces de Luis Miguel Martín Rubio, speaker desde hace varios años de la coronación de Sus Majestades de Oriente, acto que se celebra en el balcón de la Facultad de Filología, lo que conlleva más de un sacrificio de cervicales para contemplar con perfección la escena.
El saludo de la Diosa Palas Atenea desde el balcón recuerda al que hizo la malograda Diana de Gales el día de su boda. Referencia británica como la puntualidad con la que se desarrolla la cabalgata. A las cuatro en punto sale el cortejo y tres cuarto de hora después ya está toda la comitiva en la calle. En 45 minutos hay tiempo para reír, enfadarse con el que te ha tocado al lado, reñir al hijo y hasta para lamentar no haber traído más bolsas para atiborrarlas de caramelos.
En esto de atrapar todo lo que se tira de las carrozas hay auténticos especialistas. Sobre todo, aquellas madres que hacen alarde continuo de flexibilidad para agacharse cuantas veces haga falta con tal de no dejar rastro alguno de azúcar en un metro cuadrado. No importa si en este intento se rompen gafas de sol y se acaba con el peinado que costó lo suyo. Adiós a la belleza capilar. Se trata de llenar la bolsa cuanto antes, objetivo que se cumple a partir de la séptima carroza, lo que provoca que desde ese momento el número de golosinas esparcidas por el suelo se incremente de forma considerable.
Las novedades del cortejo son un acertijo para los presentes. Al margen de quienes se leyeran los estrenos en los periódicos, existe, por lo general, mucha confusión para saber cuál es la carroza nueva, o simplemente, de qué trata. Ese año, como dijo Ángela Agüera, se veía mucha "naturaleza muerta", en alusión a las carrozas sobre El Mar, La Fábrica de Chocolate o El Bosque Animado. La percepción generalizada es que la decoración había mejorado bastante.
Los participantes no dejaban de gritar sus consignas, algunas difíciles de entender y otras inimaginables, como en la carroza de Lipasam, donde se coreaba a una tal "Miguelita" que resultó ser la barredora. No sólo la infancia se apodera de estos tronos de tela y cartón. Hay sitio también para la juventud y para las que han superado el medio siglo. Era el caso de la carroza número 25, a la que un espectador -con ración y media de guasa- rebautizó como La Abuela de Narnia por la edad de varias de sus integrantes. En un cortejo tan variopinto también hay cabida para el clero. El párroco Ignacio Jiménez Sánchez-Dalp iba integrado como beduino, mientras que el canónigo Pedro Ybarra contempló la salida de la cabalgata desde el Rectorado.
La luz del 5 de enero se difuminó antes de que Baltasar llegara al Arco de la Macarena. Se estrenaba una iluminación led que fue del gusto de casi todos. La jornada transcurría sin incidencias. El suelo otra vez tapizado de gominolas. La dulce huella de la ilusión.
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