En la tramoya de los pabellones

Calle Rioja

Regreso al futuro. 'Grupo 7' empieza cinco años antes de la Expo, corre paralela a sus preparativos y termina con el discurso inaugural del rey Juan Carlos en la Cartuja.

Alberto Rodríguez, con Inma Cuesta y Mario Casas en el rodaje.
Alberto Rodríguez, con Inma Cuesta y Mario Casas en el rodaje.
Francisco Correal

29 de marzo 2012 - 05:03

CURRO volvió a Sevilla. No el diestro de Camas, sino la mascota que el checo Heinz Eidelmann diseñó para difundir en todo el mundo la imagen de la Expo 92. En 1987, año en el que se inicia la acción de la película Grupo 7, no existía el centro comercial Nervión Plaza en el que tuvo lugar su estreno oficial. El actor Mario Casas tenía un año: nació en 1986 en La Coruña. Los dos centenares largos de adolescentes que le aguardaban en la alfombra roja del multicines, cinco horas con Mario y las que hicieran falta sin libreto de Delibes, probablemente no sepan quiénes eran Eidelmann, Jacinto Pellón, Maurizio Scaparro o Tadao Ando, pero estaban encantadas con este regreso al futuro de sus padres. Cuando el futuro, que decía García Montero, estaba en su sitio.

Un gallego y tres andaluces. Allí estaba el cuarteto de Alejandría del Grupo 7, cambio de guarismo para no cogerse los dedos: junto a Mario Casas, los malagueños Antonio de la Torre y Joaquín Núñez y el jerezano José Manuel Poga. Éste enlazó la larga noche de la película y la fiesta posterior en la sala Monasterio (calle Amor de Dios) con el mediodía de la Alameda, la esquina de Peris Mencheta donde se funden los bares Hércules y Guadiana.

El primer nombre propio de la película es el del tabernero Eulogio. Lo encarna el actor Pedro Cervantes, pariente de la maquilladora. Hubo un Eulogio real en la calle Lumbreras, tabernero de Santa Olalla de Cala, que cerró su local justo en puertas de la Expo.

La película se clausura con el discurso inaugural del rey Juan Carlos. El príncipe y las infantas eran todavía solteros. El Rey no era abuelo ni suegro ni cuñado de nadie. Los retrasos en la Exposición del 29 le regalaron a Sevilla ese juego capicúa con el 92. Alberto Rodríguez, el director de Grupo 7, se va al otro lado de la tramoya. Una Sevilla sin Giralda ni Torre del Oro, ni de Moneo ni de Calatrava. Una película de barrio, de suburbio. Suburbi et orbi. En el 92 había guerra en los Balcanes y media Sevilla vivía balcanizada por la vida difícil y el dinero fácil.

El equipo de la película salió al escenario del Nervión Plaza. Dos filas enteras estaban reservadas para la Junta de Andalucía; cuatro, para Canal Sur. En la sala, nombre fundamentales de la industria audiovisual: Antonio Pérez, bético del Iliturgi, productor de Maestranza Films; Antonio Dechent, actor de los grandes; Carlos Rosado y Piluca Querol, de Andalucía y Sevilla Film Commision; Perico Barbadillo, aventurero de historias imposibles, como la Giralda de Nueva York.

Alberto Rodríguez es el padre de Alberto Rodríguez. El progenitor del cineasta trabajó durante 34 años en el centro de Televisión Española en Sevilla, primero en la Palmera (la Sevilla del 29), después en el Alamillo (la del 92). Ya sabemos de qué escuela bebió el vástago. Su exposición universal tendrá buena acogida en los festivales. Una carrera que inició con Santi Amodeo rodando en Londres El factor Pilgrim. No es un regreso nostálgico a la Expo ni a sus sobras completas.

Antonio de la Torre celebró que ha hecho una de las películas en las que menos habla. No se suma a la corriente del cine mudo, pero prefiere la comunicación no verbal. Llegó al cine desde el periodismo deportivo, bien representado por compañeros como José María Gutiérrez. El 92 fue un año interesante desde el punto de vista balompédico. España no jugó la Eurocopa. La víspera de la inauguración de la Expo, Gordillo jugaba su último partido con el Real Madrid (7-0 al Español: cuatro goles de Fernando Hierro) y Valdano fichaba como entrenador del Tenerife. Guardiola ganaba el oro olímpico en Barcelona, la Copa de Europa en Wembley y la Liga... en Tenerife. El Betis estaba en Segunda. Los honores deshonoran, decía Carpentier. Al Cádiz le ha cogido el bicentenario de la Pepa en Segunda B.

Una adolescente a la que su madre le puso de segundo nombre Federica en homenaje a Federico Fellini no perdía la esperanza de fotografiarse con Mario Casas. El latin lover de esta Expo-nada de crisis, déficit y primas de riesgo. En el patio de butacas había otro ilustre tocayo del director de Amarcord. Federico Casado Reina, crítico de cine, tuvo en su casa una versión doméstica, entrañable, de Ginger y Fred. La Expo 92 fue la de su madre, Juanita Reina, que compartió escenario de Azabache con Imperio Argentina, Rocío Jurado, Nati Mistral y María Vidal, con libreto de Gerardo Vera. Perdió en 1999 a su madre y hace unos días se fue Federico Casado Caracolillo, el hombre que pudo reinar y reinó entre bastidores de una diosa de la gracia.

El otro Curro, el de Camas, lloró aquel 92, fatídico arranque del mes de julio, la muerte de Camarón. Igual que Gordillo lloró la de su amigo Juanito. Torero del fútbol. El viaje de Alberto Rodríguez.

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