“Tenía nueve años, era Martes Santo”

Calle Rioja

Silvio, El Pali yMachín, hilo musical de un ‘thriller’ de enredo y tradición

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“Tenía nueve años, era Martes Santo”

17 de marzo 2025 - 03:07

Todavía no han aparecido Jiménez y Villanueva, el policía local y el visitante, en el argot balompédico, que se juntan para investigar las tramas de El asesino de la regañá y El crimen del palodú, las dos primeras entregas de Julio Muñoz Gijón (Rancio), obras de las que este espectáculo es lo que en el mundo del cine se conoce como una precuela. ¿Qué pasó para que pasara lo que pasó? Pasado, presente y futuro proustianos que se dan la mano en El diario del asesino de la regañá, que a lleno diario ayer terminó sus representaciones en la Sala Cero con un duelo interpretativo a cargo de José María Peña y Candela Fernández.

Se invirtieron las tornas, porque Sofía Aguilar y Producciones Circulares acometieron antes las dos novelas que inspiran este Diario, El asesino de la regañá y El crimen del palodú, que en mayo, cuando pasen las fiestas primaverales, volverán a la cartelera de este teatro de la calle Sol, a dos pasos de la iglesia de los Terceros donde tiene su sede canónica la hermandad de la Cena.

El disparate es tan genial que es complicado retener la metralleta de ocurrencias. Utilizo esa palabra a sabiendas, como tributo a una entrevista que le hice a Cassen (Casto Sendra), el Plácido de la película de Berlanga. “Soy una metralleta del humor”, me dijo al entrevistarlo hace un millón de años cuando venía en un espectáculo cómico con Bárbara Rey, murciana de Totana dedicada ahora a otros menesteres.

A Julio le puso Julio su padre, José Manuel Muñoz, virtuoso de las artes gráficas en su imprenta del Muro de los Navarros, por Julio Verne. Y ciertamente, igual que a este novelista no le hizo falta salir de su casa de Nantes para darle la vuelta al mundo, viajar en globo y en submarino o rescatar a los náufragos del Jonathan cerca de las Malvinas, Julio Muñoz ha hecho de Sevilla su Nantes particular. El personaje central de una serie de historias. La hermandad matriz de un tipo dispuesto a asesinar antes de que se pierdan las costumbres y tradiciones de la ciudad. Julio nace en 1981, el año del 23-F. Su Todos al suelo es de sucumbir al ingenio, al despiporre, a la alegría inteligente, a un humor blanco con incienso de los Negritos y canciones de Machín.

Los intérpretes se baten el cobre en el escenario, y los sábados, función doble, contraviniendo el Evangelio según Triana y Nazaret. El escenario es la sala de una clínica psiquiátrica en la que la terapeuta trata de descifrar las claves de un asesino en potencia desquiciado por los gastrobares, las hamburguesas y la Pelli Tower. El espectador, a dos pasos de la Cena, hace un recorrido por las croquetas de Casa Ricardo, la ensaladilla rusa del Donald, los montaditos de Trifón y la sempiterna disyuntiva de los caracoles: los de Santas Patronas, sede de Alfonso XIV, rey de los caracoles, los de El Cateto o los de Casa Mariano, en el Pumarejo. La doctora le pregunta por su infancia: “Tenía nueve años, era Martes Santo”.

La dramaturgia corre a cargo de Ana Graciani; la dirección artística, de Antonio Campos Bernal. El escenógrafo es Antonio Marín, hijo del arquitecto Luis Marín de Terán, y la artista textil Curra Márquez; el iluminador, Manuel Madueño, sobrino-nieto de José María Romero Martínez, el médico que aparece con los poetas en la foto de la generación del 27.

Eduardo Jordá evocaba recientemente un viaje por la América profunda de Bob Dylan y Leonard Cohen. En la intrahistoria del Rancio, ese viaje lo hacen Silvio y El Pali, dos ortodoxos de la transgresión, dos transgresores de la ortodoxia cuya estela sigue creciendo conforme pasan los años de su ausencia, Paco Palacios en 1988, Silvio Fernández Melgarejo dos semanas después del 11-S de 2001. El Pali y Silvio son como los Blues Brothers de la película de John Landis. El futuro asesino de la regañá, el potencial matarife del palodú, se sienta en la camilla del gabinete de la psiquiatra y se pone a cantar una sevillana del Pali, ésas que siguen sonando en la Feria con el sabor de leyendas de Bécquer, cuadros de Murillo o crónicas de Chaves Nogales.

La obra empieza como tantos bares en Sevilla. Con los días que faltan para el Domingo de Ramos. Son seis meses, 180 días. Una eternidad. Van pasando las hojas del calendario. Las estaciones aquí no son de Vivaldi, sino de Font de Anta. Sevilla es la estrella. En un reciente homenaje a Antonio Burgos, Arturo Pérez-Reverte admitía que La piel del tambor era la única novela que se le había escapado de las manos. Ambientada en la muy escurridiza ciudad de Sevilla, título que debería figurar junto a los de heroica y mariana.

No era fácil llevar al teatro un Diario para convertirlo en un thriller psicológico, una comedia de enredo. Todavía no han llegado Jiménez y Villanueva. Uno de dentro y uno de fuera, como Pellón y Olivencia, como Cardeñosa y Rogelio, como Biri-Biri y Enrique Lora, como Blázquez y Martín Benito. Dos sabuesos que todavía están en sus asuntos de comisaría, antes de que los hechos los conviertan en Torrente y Torrebruno de esta historia.

La Expo 92 es el antes y el después de los traumas del protagonista. El 20 de abril, Domingo de Resurrección, inicio de la temporada taurina, se cumplirán 33 años de la inauguración de la Expo. La edad de Cristo, el Calvario en la Campana dice en un momento el paciente de la doctora Vanessa García; se cumplirán también 25 años de los incidentes de la Madrugada. Las autoridades de aquella Sevilla de Monteseirín deberían encargarle a Jiménez y Villanueva el esclarecimiento de los hechos. O a Dionisio el Exiguo, ya que era el año 2000. El de los Juegos de Sídney. Los primeros de Australia a los que fue España, que boicoteó los de Melbourne 1956. Rancio, que cumplió once años en plena Expo, ve en ella la caída de Constantinopla de Sevilla. En El increíble robo del informe Rinconcillo, que llama a gritos una obra de teatro o una película, un grupo de atracadores con una máscara de Curro, la mascota creada por el checo Heinz Edelmann, se confunden al atracar el Banco de España y entran en el Archivo de Indias.

Pensaron titular este Diario Anatomía de un asesino, un guiño a Anatomía de un asesinato, la espléndida película de Otto Preminger. Cineasta que estuvo en el primer festival de cine de Sevilla con El factor humano, adaptación de la novela de Graham Greene. El diario de un asesino de la regañá es una obra loca, loca, como el mundo de Mel Brooks. Un duelo de intérpretes, dos gladiadores de la comicidad con retranca. Solos frente al público, como Cinco horas con Mario de Delibes en la versión de Josefina Molina, como El gran deschave, de Carlos Gandolfo, como La huella, Michael Caine y Lawrence Olivier (que estuvo por Sevilla en Lawrence de Arabia) dirigidos por Mankiewicz.

A la salida, la calle era una prolongación de la obra. La gente con el descuento para el Domingo de Ramos, las vísperas del Pregón el Domingo de Pasión, del Viernes de Dolores; un joven hablando de las Siete Palabras, un corte de tráfico en Jesús del Gran Poder esquina con Aponte por un viacrucis del Museo o el ex alcalde Juan Espadas paseando por la calle Laraña, donde estaba la Universidad en los años de la polca y donde descansan los Sevillanos Ilustres. Que en la ensoñación del asesino de la regañá, el que canonizó a Lopera y José Manuel Soto, son sinónimos y por tanto redundancia. Sala Cero. Humor Infinito.

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