Tardes de soledad en buena compañía
calle rioja
Paseíllo de cine por la Maestranza, las Ventas, Bilbao y Santander

El noruego Thor Heyerdahl ya había reclutado a los cinco compañeros de aventura (cuatro compatriotas y un sueco) para emprender una singladura que muchos consideraban una temeridad, casi un suicidio: partir desde el puerto de Lima en una embarcación formada por un balsa de nueve troncos para llegar hasta la Polinesia, los míticos mares del Sur. Un empeño personal de Heyerdahl por demostrar que ése había sido más de quinientos años antes el modo de navegación que utilizaron unos indígenas anteriores a los incas para hacer el mismo recorrido y colonizar esas islas.
Antes de partir el 27 de abril de 1947 del puerto de la capital limeña, de un bautismo en el que hubo que utilizar leche de coco porque el champán lo metieron por error en el equipaje de uno de los expedicionarios, Torstein Raaby, vivieron un sinfín de vicisitudes. Entre ellas, la búsqueda de apoyos, el aliento de algunas autoridades y una visita a la ONU, fundada un año antes y presidida por el noruego Trygve Lie. Hacía dos años que había terminado la Segunda Guerra Mundial. Dos de los aventureros viajaron hasta Quevedo, una pequeña ciudad en la selva de Ecuador, para encontrar los troncos, producidos por un tipo de árbol que recibía el nombre de balsa, que abundaban en una plantación de la que era propietario un tal don Federico von Buchwald. Pese a todos los parabienes, y el éxito de los que les precedieron medio milenio antes, el embajador de una de las grandes potencias le hizo ver a Heyerdahl los riesgos de la operación y le preguntó a bocajarro: “¿Tiene usted parientes vivos?”.
Esta historia me vino de sopetón cuando terminé de ver el sábado en el Avenida Multicines la película Tardes de soledad, de Albert Serra, donde una y otra vez se juega la vida el torero Andrés Roca Rey (Lima, 1996). Nació en la misma ciudad de la que parten aquellos locos nórdicos y que tardaron cien días en lograr su objetivo. Cuatro continentes en un empeño: europeos de nacimiento, partieron de América para llegar a Oceanía y regresar en la goleta Tamara hasta Papeete, capital del archipiélago de Tahití. El verano de aquella empresa coincidió con la visita de Evita Perón a España y la muerte de Manolete el 29 de agosto en la plaza de toros de Linares.
Alguien le habrá preguntado alguna vez a Roca Rey, a cualquier torero, que si tiene algún pariente vivo. La película de Serra, premiada en el festival de cine de San Sebastián donde el Ayuntamiento entonces gobernado por Bildu había prohibido los toros, escenifica el encuentro a solas entre un bípedo y un cuadrúpedo con la muerte como hilo conductor. Soledad en la plaza y en la furgoneta con su cuadrilla. Esos dos universos, además del hotel donde ejerce su tarea el mozo de espadas, Manuel Lara Larita, son los únicos que aparecen en esta película de gladiadores.
En la Kon-Tiki lo más parecido a un toro que se encuentran los expedicionarios es un tiburón-ballena. Esta aventura fue una de mis primeras lecturas infantiles, en una edición ilustrada. Mi mujer me regaló por Reyes el texto íntegro de Ediciones Juventud. Una versión al español de Armando Revoredo, que en el libro aparece como ministro del Aire al que el presidente del Perú le confía la negociación con esa media docena de nórdicos que han cambiado el Odín de sus leyendas por el Rey-Sol, que era la traducción del pre-incaico Kon-Tiki.
Roca Rey se ha hecho en Gerena sevillano adoptivo. En la película, donde sólo hay toro, torero, cuadrilla y el sonido de las golondrinas cuando ruedan en la Maestranza, se ve por ráfagas el tendido. Como una cariátide o un tribuno romano aparece el rostro de Joaquín Moeckel. Dos días antes estaba sentado junto a Curro Romero en la sesión necrológica que la Academia de Buenas Letras le dedicó a Antonio Burgos. Moeckel salió pitando porque tenía Quinario en el Baratillo, la hermandad adyacente al coso taurino. Es abogado de Roca Rey y por extensión moral de todos los toreros.
En un tiempo en el que paradójicamente los antitaurinos podrían ser el meteorito que acabe con el toro de lidia para que un nuevo Spielberg venga con un Parque Jurásico Micénico.
Director y protagonista principal de Tardes de soledad han sido galardonados con los Premios de Tauromaquia que ha concedido el Senado y pronto vendrán a recibir en San Telmo los que entrega la Junta de Andalucía. El ministro Urtasun se va a arrepentir de haberlos suprimido, porque Castilla-La Mancha, Gólgota de toreros (Joselito en Talavera, Sánchez Mejías en Manzanares) también los va a convocar.
La Kon-Tiki partió de Lima el 27 de abril de 1947. Ese año el Domingo de Resurrección cayó en 6 de abril. Es el día que empieza la temporada taurina en Sevilla. El torero-actor reconocido por el jurado del festival de San Sebastián tiene contratadas tres tardes: el miércoles de Feria, 7 de mayo, mi cumpleaños (seré mayo del 68), con Miguel Ángel Perera y Roca Rey. El sábado 10 de mayo, con David de Miranda y Cayetano en su despedida. Hermano, hijo, nieto y bisnieto de toreros, Cayetano aparece en Tardes de soledad. Su padre, Francisco Rivera Paquirri (1948-1984), le tuteó a la muerte, protohéroe del Seminario de Literatura Fantástica que acogió Sevilla en septiembre de 1984 (Borges, Italo Calvino, Torrente Ballester…). El 28 de septiembre, en la Feria de San Miguel, Roca Rey hará el paseíllo con Julián Zulueta y Morante de la Puebla. Dos peruanos, uno de cuna, el otro por delegación de Mario Vargas Llosa.
Mucha gente acudió al Avenida Multicines a ver Tardes de soledad. Estaba Rocío Carande, catedrática de Latín, hija y nieta de buenos aficionados taurinos. Bernardo Víctor Carande, su padre, era hombre de campo, de retiros en Capela y director de la revista Alor Novísimo. Le gustaba mucho hacer fotos en los toros.
En su Galería de raros, Ramón Carande, el abuelo de Rocío, en el retrato que hace de su amigo el arquitecto Pablo Gutiérrez Moreno, cuenta cómo iban al Ateneo a buscar al pintor Gustavo Bacarisas o cuando el tiempo era propicio, a comer en las ventas de Eritaña o Antequera. En una de ellas conocieron el 16 de mayo de 1925 que un toro había cogido mortalmente a Joselito. Les acompañaba una joven que muy compungida les decía que no le podía rezar al torero “porque estoy en pecado mortal”, a lo que el amigo de Carande le respondió: “Mira tú que si rezaran por Joselito todos los pecadores, pocas oraciones escucharía el Señor tan gratas como las tuyas de llorosa Magdalena”. En 1985 le dieron a Carande el premio Príncipe de Asturias. Antes de que fuera a Oviedo, lo visitamos en la Capela extremeña, donde nos recitó unos versos de un poema de Borges: “Cuántas voces y cuánta bizarría / y una sola palabra, Andalucía”. Los dos se murieron en 1986, con dos meses de diferencia.
De Lima a la Polinesia en una balsa de troncos. De Lima a la España taurina con escala en las Ventas de Madrid, la Maestranza de Sevilla, Vista Alegre de Bilbao y Santander, el feudo de Cossío. Las cuatro estaciones de la película de Albert Serra. Un peruano en Sevilla. El reverso de los peruleros que estudió Enriqueta Vila. La senda de Guillermo Lohman, que todos los años cruzaba el océano Atlántico para salir de nazareno con la Amargura y un busto suyo está en el Archivo de Indias. La de Fernando Iwasaki, rinconero consorte (de San José de la Rinconada), a quien Alfredo Bryce Echenique le prologó el Libro del mal amor y el miércoles 12 hablará de sus cosas con Jesús Vigorra en el Colegio Notarial. El viaje de la Kon-Tiki lo asociará con la tanda de penaltis que Perú perdió contra Australia y le privó de estar en el Mundial de Qatar que se fue para Argentina con Messi, el Tibu y Julián Álvarez.
Tardes de soledad, para nada mustio collado. Roca Rey, el torero que salió del plano de Olavide.
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