OBITUARIO
Muere Teresa Barrio, madre de Alberto Jiménez Becerril

Un sindicalista de clase y con clase

XI Premio Clavero | Eduardo Saborido

Al pequeño de sus tres hijos le puso Julián en recuerdo del fusilado Grimau Defensor de la Transición, coordinó un libro en los treinta años de la Constitución

Un protagonista de la lucha por la democracia y la transición política

Eduardo Saborido, Fernando Soto y Francisco Acosta, condenados en el proceso 1001. / D.S.

La calle Morería es un lugar tranquilo y recogido entre la Alfalfa y la plaza del Cristo de Burgos. Sigue allí la galería de arte de Félix Gómez. Casi escondida de la Sevilla monumental, ahí están la iglesia del Buen Suceso y la casa donde nació el pintor Diego Velázquez, que en tiempos fue taller de costura y diseño de Vittorio & Lucchino. Parece mentira que en un lugar tan reducido pudieran concentrarse cientos de manifestantes y todavía hubiera sitio para un escuadrón de policías a caballo, los temibles grises, como se recoge en la fotografía de José Julio Ruiz Benavides. En esta calle se encontraba el Sindicato del Metal y todavía se puede ver la portada de un periódico extranjero con las fotografías de los diez sindicalistas del Proceso 1001, de cuyo inicio se cumplen cincuenta años el 20 de diciembre de 2023.

Las máximas penas, veinte años, fueron para Marcelino Camacho y Eduardo Saborido. Entre los procesados, otros dos sevillanos, Fernando Soto (1938-2014), condenado a 17 años, y

Francisco Acosta (1943), a 12. Saborido los esperaba en Madrid cuando Soto y Acosta viajaron desde Sevilla el 23 de junio de 1972 en un Seat 850 de segunda mano que se les averió en Córdoba. Los diez sindicalistas fueron detenidos el día de san Juan de ese año en el convento de las Oblatas de Pozuelo de Alarcón. Cuenta Saborido que uno intentó huir por el tejado, otro intentó deshacerse de papeles comprometedores atascando el váter; que se cruzaron con seminaristas en calzoncillos y la policía tenía la orden de detener a todo el que no fuera cura, con la salvedad del padre Francisco García Salve, condenado a diecinueve años. Todos fueron trasladados a la cárcel de Carabanchel, donde le llegarían los ecos de los Juegos Olímpicos de Munich.

Así ha sido de azarosa la vida de un hombre ejemplar llamado Eduardo Saborido Galán (Sevilla, 5 de febrero de 1940). Un tipo siempre leal a su gente, a su tierra, “fuimos casi los primeros en sacar la bandera, en hablar de Andalucía”, decía de su implicación en el 28-F, un puente fundamental con el legado del profesor Manuel Clavero; y leal a su clase, clandestino antes de cumplir los veinte años, detenido por primera vez cuando todavía vivían sus abuelos. Sólo traicionó, si se me permite la expresión, a sus colores balompédicos. Quien de niño jugaba al fútbol junto a los terrenos del 29 del antiguo campo del Betis, se hizo sevillista para poder ver en Nervión a Puskas, DiStéfano, Gento, Gaínza o Luis Suárez porque el Betis vivaqueaba en Tercera jugando con el Utrera o el Iliturgi. De vuelta de su trasiego de prisiones, un vecino de su suegro había hecho béticos a sus tres hijos. No le quedó otra que cambiar de camisa.

Sevillano del barrio de los Humeros, nace en 1940, el año del hambre; con once años coge la tuberculosis. En 1963 se casa con Carmen. El año que Franco autoriza la ejecución de Julián Grimau. En recuerdo de éste, al pequeño de sus tres hijos béticos le pondrá Julián. Como Grimau, Saborido también se topó con las garras del Tribunal de Orden Público. Es uno de los 904 procesados que aparecen en la historia de esta corte inquisitorial del franquismo escrita por Juan José del Águila.

Ya estaban los diez procesados en el juzgado de las Salesas de Madrid cuando llegó la noticia del atentado contra el almirante Carrero Blanco. Su amigo Fernando Soto fue rotundo: “Los de Eta, que no han movido en la dictadura ni un milímetro, le robaron el protagonismo a la clase trabajadora”. A Soto lo defendió en el juicio Alfonso de Cossío; a Saborido, Adolfo Cuéllar, el abogado que había presidido la Federación Andaluza de Fútbol. Soto y Saborido son como los Sacco y Vanzetti del sindicalismo andaluz. A Paco Acosta, el más joven de los tres mosqueteros de la calle Morería, como su condena era menor (doce años) lo pusieron en libertad en vida de Franco. Soto y Saborido iban esposados el 6 de agosto de 1975, aniversario de la boda del primero, cuando fueron trasladados desde la cárcel de Carabanchel a la de Jaén, en la actualidad sede del Museo Íbero. El 28 de noviembre de 1975, ocho días después de la muerte de Franco, fueron puestos en libertad, beneficiados por el primer decreto firmado por el rey Juan Carlos I, proclamado una semana antes nuevo jefe del Estado. En la estación de ferrocarril de Córdoba (plaza de Armas) los recibieron cinco mil personas. Como a dos toreros.

Hay muchos episodios de película en la vida de Eduardo Saborido, curtido sindicalmente en la fábrica de la Hispano-Aviación. Cuando los detienen en las Oblatas, él era el encargado de repartir una donación de un millón de liras (cien mil pesetas) donadas por los sindicalistas italianos, dinero que habían guardado en la casa de una norteamericana, novia de un dirigente de Comisiones de la Banca. Su contacto en Madrid, a prueba de chivatazos, era una compañera del sindicato que era la secretaria del cantante Luis Aguilé.

En el proceso 1001 recibió con Marcelino Camacho la mayor condena: veinte años

Intentó sin éxito salir de concejal por el tercio familiar, cosa que sí logró Alejandro Rojas-Marcos, nacido el mismo año que Saborido (igual que Alfonso Guerra). Fue candidato al Senado y elegido diputado por el Partido Comunista en las elecciones de 1979. Aguantó poco tiempo, con lo que se libró del susto del 23-F.

Hoy iría contra corriente, porque Saborido es un ferviente defensor de la Transición. “No hubo olvido, lo que sí hubo fue una voluntad explícita de renunciar a la venganza, a la revancha, a ese odio con el que Franco consiguió abrir un hoyo ente vencedores y vencidos”. Junto al historiador Alfonso Martínez Foronda y la archivera Eloísa Baena, Saborido coordinó un libro conmemorativo de los treinta años de la Constitución española que editaron la Fundación de Estudios Sindicales y el Archivo Histórico de Comisiones Obreras. Ahora que patronal y sindicatos han firmado el acuerdo de negociación colectiva, Saborido aparece en ese libro por orden alfabético junto a Juan Salas Tornero, histórico dirigente de la patronal andaluza y vecino del mismo barrio del entorno de la calle san Vicente.

Cuando terminaron su periplo penitenciario, Soto y Saborido se fueron con sus respectivas esposas un fin de semana a Granada. Ellas les reprocharon que “nos estábamos aburguesando”. Tiene en el currículum haber participado con Alberti en un mitin en Cádiz, Saborido marinero de aviones. En el libro ‘Crónica de un sueño’, la periodista Mercedes de Pablos retrata al personaje, “los ojos azules de la izquierda”. Con ese bigote a lo Douglas Fairbanks de un sindicalista de clase y con clase, que admira a quienes construyeron la Giralda y no desdeña a quienes hicieron las Setas.

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