Un siglo en veinte metros cuadrados

Comercio

Tres generaciones familiares se han hecho cargo de Casa Rodríguez, referente de la artesanía religiosa. Entre su clientela actual se encuentra el Palacio Real.

En apenas veinte metros cuadrados Casa Rodríguez vende multitud de artículos religiosos y decorativos.
Diego J. Geniz

07 de octubre 2013 - 05:03

El reloj marca poco más de las seis de la tarde en el número 35 de la calle Francos. Concha Rodríguez Cordero despacha sobre un mostrador cuyos arañazos son llagas del tiempo. Su marido, Javier Gotor, monta una jarra de hilos de oro para los cordones de un simpecado. Los minutos parecen hilvanarse también en esta tienda de apenas 20 metros cuadrados, máxima expresión del horror vacui barroco. No hay un mero resquicio en las estanterías que no esté ocupado por alguno de los múltiples objetos de Casa Rodríguez, que cumple este mes un siglo de existencia, por lo que está prevista una conmemoración pública.

Concha Rodríguez pertenece a la tercera generación que se hace cargo del negocio fundado por su abuelo, Eduardo Rodríguez y Rodríguez, quien abrió las puertas de este establecimiento en octubre de 1913 como taller de bordados. Para ello le sirvieron las enseñanzas recibidas por Miguel del Olmo. Según su nieta, el antiguo manto rojo de la Virgen de la Alegría y el primitivo de la Virgen de la Candelaria, ambos fechados en 1926, son obras de su abuelo, aunque seguramente saldrían otras piezas no documentadas de algunas hermandades, como San Isidoro, con las que guarda estrecha relación la familia.

Fue el propio Jesús Rodríguez el que decidió en la década de los 30 cambiar la filosofía de la empresa. A partir de esa fecha dejaría de ser un taller de bordados para dedicarla a la venta de ornamentos litúrgicos. Desde entonces Casa Rodríguez será ya un referente en la artesanía religiosa, especialmente en la cofradiera. La diversificación llegaría con la segunda generación que tomó las riendas del negocio, cuando se hace cargo de él Ascensión Rodríguez Berraquero, la tía de Concha Rodríguez por la que siente una gran admiración. No es para menos, una mujer que en plena Guerra Civil se hace cargo de un establecimiento asumiendo todas las responsabilidades: desde buscar y seleccionar el género a encargarse de su venta y mantener las cuentas al día. Todo un reto para quien apenas contaba 20 años.

"Mi tía fue una emprendedora en una época difícil. Supo verle el filón económico al nacional-catolicismo que se instauró en la posguerra y empezó a despuntar con la cordonería", explica su sobrina, quien se siente una orgullosa heredera de la segunda propietaria de Casa Rodríguez. De esta época data una carta que envió Gonzalo Queipo de Llano agradeciéndole a Ascensión Rodríguez la gorra que le había confeccionado. Los complementos militares que se vendieron entonces fue otra de las líneas de negocio iniciadas por aquella joven al comprobar la fuerza que tenía ese estamento en el régimen franquista.

Ascensión Rodríguez murió hace pocos meses. Desde 1985 había dejado la gestión de la tienda a su sobrina, quien siguió la línea de diversificación con la recuperación de la venta de artículos de orfebrería y ampliando la gama de tejidos. No en vano, pocos establecimientos como éste presumen de un muestrario tan variado. Quienes se pasen por él pueden elegir entre 60 tipos de brocados que guardan en el almacén (aquí nada se compra por catálogo). Esto supone la gran diferencia con otras tiendas similares que tanto han proliferado en dicho entorno.

Telas que proceden de distintos países. A ello también ha contribuido el gusto por viajar de la actual propietaria, quien ha traído las maletas llenas de tejidos de la India, Marruecos y de Alepo (Siria), ciudad hoy destrozada tras los últimos acontecimientos. Sus proveedores más actuales le surten de piezas fabricadas en Alemania, Francia y España, a los que se ha unido Italia, con unas telas más caras de lo habitual pero que, por paradójico que resulte, han encontrado gran aceptación en la clientela.

Sus compradores más habituales no han mermado con la crisis, aunque sí es cierto que las ventas se han reducido en cantidad. Por este motivo, y siguiendo las enseñanzas de su tía, Concha Rodríguez ha ampliado el muestrario de la pasamanería de seda, mucho más asequible y que ahora está teniendo gran demanda entre los diseñadores de moda. "Mi tía superó la hambruna de los 40 y diversas crisis con ingenio. Aquí estamos para plantarle cara a la actual", dice la propietaria, quien confía en que su hijo, Javier Gotor, mantenga la misma filosofía cuando se haga con el negocio.

Casa Rodríguez es hoy día más que una suma de artículos. Cualquiera que permanezca en su reducido interior, aunque sea 10 minutos, comprobará que la relación con los clientes adquiere tintes de trato familiar y que muchos aprovechan la excusa de una visita para dar constancia de los últimos acontecimientos personales o del proyecto de un próximo viaje. "Aquí han llegado a coincidir siete hermanos mayores que han intentando en pocos minutos arreglar el mundo de las cofradías", recuerda Concha Rodríguez. Tertulias a pie de un mostrador donde la historia se cuenta ya por siglos.

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