Capilla ardiente de Amigo Vallejo: los sevillanos despiden a su gran cardenal

Hermanos franciscanos rezan por Carlos Amigo en su velatorio

Con la dignidad de un príncipe. Revestido de obispo. Con su palio y su anillo. Con la mitra y el báculo a los lados. Delante de un repostero con el escudo del actual arzobispo, duc in altus, flanqueado por dos copias de los cuadros de San Isidoro y San Leandro que Murillo realizó para la Sacristía Mayor de la Catedral, y que son presentados en este lugar como ejemplos de prelados santos y entregados a su grey. Con las imágenes de San Francisco y de la Virgen de la Sede enluciendo la escena. Con las coronas de flores del Cabildo, el arzobispo emérito, el arzobispo, la Archidiócesis y la Iglesia Nacional Española de Roma. Con el hermano Pablo, monseñor Saiz, los miembros de la congregación de la Cruz Blanca y otros sacerdotes arropando la despedida. Así se abrió la capilla ardiente del cardenal Carlos Amigo Vallejo, arzobispo emérito de Sevilla, que fallecía el pasado miércoles como consecuencia de la fatal caída que sufrió en febrero en la madrileña Catedral de la Almudena.

El cuerpo sin vida del cardenal Amigo llegaba al Palacio Arzobispal poco antes de las siete de la tarde procedente del tanatorio de la SE-30. Lo hacía en una comitiva escoltada por la Policía Local y compuesta por autoridades eclesiásticas de Sevilla, el padre general de los Hermanos De la Cruz Blanca y el hermano Pablo, de la misma orden. Ya había bastantes personas a esa hora aguardando la llegada de quien fuera el pastor de los sevillanos durante 27 años. La huella dejada por Amigo es enorme y el cariño de la grey, inmenso, por eso no quería dejar pasar la primera oportunidad que tenían para darle el último adiós. “Estoy aquí por le quería mucho sin conocerle. Le tenía en gran estima. Era un gran sacerdote y siempre se hacía de querer y tenía palabras de afecto para todos. Su muerte ha sido una pena muy grande”, decía una de estas personas que esperaba sentada en uno de los bancos de la Plaza de la Virgen de los Reyes.

El velatorio del cardenal Carlos Amigo en el Palacio Arzobispal.
El velatorio del cardenal Carlos Amigo en el Palacio Arzobispal. / Antonio Pizarro

Los primeros momentos tras la llegada del cardenal a la que fue su casa durante tantos años fueron íntimos. Para sus hermanos, familiares y para los sacerdotes. En la bellísima capilla doméstica, el arzobispo Saiz ofició la primera misa en su honor. Allí estaba también monseñor Juan José Asenjo, sucesor de Amigo en la sede San Leandro y San Isidoro, que también mostraba el pesar por la tan importante pérdida. Don Juan José tuvo la oportunidad de despedirse de él hace unos días en la residencia de los Hermanos de la Cruz Blanca de Guadalajara donde ha pasado sus últimos meses.

Las coronas de flores no paran de llegar, de hermandades, instituciones, de clubes de fútbol. Todos quieren estar presentes. Como el Atlético de Madrid, equipo del que el cardenal era aficionado. Buen detalle el de los colchoneros. La cola se extiende hacia la calle Don Remondo, trágico escenario en el que ETA asesinó a Alberto y Ascen. Qué lección de dio el cardenal en la dolorosa homilía que pronunció en la Catedral durante el sepelio.

El hermano Pablo recibe un abrazo de un hermano de la Cruz Blanca.
El hermano Pablo recibe un abrazo de un hermano de la Cruz Blanca. / Antonio Pizarro

La capilla ardiente todavía no ha abierto. Lo hará a las 20:30. Se está ordenando todo. En el Salón del Trono, el espacio de mayor representatividad simbólica del papel del arzobispo en la Archidiócesis, se pone todo a punto. Los operarios sitúan en dos estancias contiguas todas las flores que siguen llegando. Se viven unos momentos de gran intensidad. La imagen del cardenal impresiona. Impone. Junto al ataúd el arzobispo inicia una plegaria. Se reza el Padre Nuestro, el Ave María y el Gloria. Hay algunos canónigos, como don Luis Rueda, prefecto de Liturgia de la Catedral que ha preparado con mimo las exequias del sábado.

Están los hermanos de la Cruz Blanca. Esta orden fue erigida por el propio Amigo Vallejo que los conoció durante su episcopado en Tánger. Corría el año 1975 cuando el cardenal los aprobó como pía unión. Su misión era la de acompañar y ayudar a los más necesitados, a muchos españoles que permanecían en el Reino Alauí. El Jueves Santo de 1989, ya en Sevilla, don Carlos los erige canónicamente. Al cardenal se lo deben prácticamente todo. Era su protector y su guía. Quien lo cuenta es el hermano Luis Miguel Martell, el superior general: “Este Jueves Santo lo compartimos con él en Guadalajara. Le pedimos una pequeña reflexión y nos contó cómo había sido toda nuestra historia. Llevamos 47 años de su mano y lo habíamos escuchado muchas veces, pero fue distinto. Se estaba despidiendo de nosotros”. Con visible emoción cuenta con el sábado portarán durante un tramo el ataúd del cardenal en su camino hacia la Catedral: “Él siempre nos llevó de la mano y ahora nos toca a nosotros llevarlo a él. El sábado enterraremos su cuerpo, pero su corazón se quedará con nosotros para siempre”.

Cola de fieles para acceder a la capilla ardiente.
Cola de fieles para acceder a la capilla ardiente. / Antonio Pizarro

El público ya accede para despedirse, el reguero es constante. Son muchas las personas, jóvenes y mayores. De toda clase y condición. Acuden a honrar al que fue el pastor de todos los sevillanos sin distinción. Una figura de gran altura. Todos coinciden en destacar su afabilidad, buen talante y cercanía. El arzobispo Saiz, atiende a la prensa para dedicar unas palabras al cardenal fallecida: “Es una gran figura de la Iglesia en Sevilla y España. Entregó su vida a Dios y las personas. Se ha entregado hasta el final. No se ha reservado nada”.

Los sevillanos ante el féretro.
Los sevillanos ante el féretro. / Antonio Pizarro

El prelado revela cómo habían sido las últimas horas de Amigo y cómo pudo estar presente en ese luctuoso momento: “La sensación que tenemos es que se ha marchado demasiado pronto. Yo esta semana estaba en la plenaria de la Conferencia Episcopal y el miércoles por la tarde la tenía libre y pensaba ir a visitarlo al hospital universitario de Guadalajara, pero me llamó el hermano Pablo a las seis y media de la mañana para decirme que estaba mal. Fue enseguida y pude acompañarlo un rato largo, precioso, junto al hermano Pablo y al hermano Luis Miguel. Estuvimos hablando del Señor, de la vida eterna, de la Virgen de los Reyes, de San Francisco... él escuchaba, pero no tenía plena conciencia. Al cabo de un rato, suavemente, nos dejó. Es una pérdida grande pero debemos seguir adelante, contempla a Cristo Resucitado, contemplar a don Carlos y seguir su ejemplo y su legado. Él nos diría que estuviéramos alegres”.

Algunas de las coronas de flores.
Algunas de las coronas de flores. / Antonio Pizarro

Han sido muchísimos los sevillanos que ya se acercaron este jueves a despedir al cardenal. El viernes, la capilla ardiente estará abierta desde las ocho de la mañana.

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