Sevilla tuvo una playa y la llamaron María Trifulca
Tribuna de opinión
Hubo un tiempo en el que los sevillanos tuvieron un lugar donde bañarse en el río, entre los años 40 y 50 del siglo pasado, aunque también fue el escenario de múltiples ahogamientos
EL río Guadalquivir siempre ha contado, en su tramo bajo, con orillas arenosas fruto de la erosión y posterior decantación de sus sedimentos. Se trata de riberas que hoy por hoy los sevillanos entienden más por barro y suciedad, pero que antes se aprovechaban para el baño público.
María Trifulca fue la “playa prohibida” de los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado en la capital, la que escandalizaba a los fiscalizadores de pecados en plena dictadura. Esta tenía un nombre polémico y no está claro su origen, aunque podría deberse a los numerosos chiquillos que se ahogaban casi todos los domingos de verano. O también pudo recibir esa denominación por los escándalos morales que se daban lugar en los ventorrillos de la zona.
Sin embargo, la versión más extendida sobre el origen del nombre entre los vecinos es que en los años veinte vivió en las tierras del cortijo del Batán, en una de las zonas parceladas para huertas, vaquerías y pequeñas granjas, una mujer anciana con pasado desconocido. Algunos la identifican con la antigua dueña de una casa de citas en la calle Montalbán. La vieja se llamaba María, pero nadie conocía sus apellidos, y pronto se ganó el apodo de La Trifulca por su carácter agrio, conflictivo y poco dado a la convivencia. Durante los años treinta, la tal María La Trifulca convirtió su choza de hortelana en un ventorrillo donde criaba gallinas y conejos. Pronto se hizo popular entre los pescadores y los cazadores de patos que iban los domingos y días festivos por la zona.
Pero, ¿cómo podía existir una playa de fina arena en el Guadalquivir? Su origen lo encontramos en una aparente falta de espacio. Justo frente al actual puente del Centenario tenía su desembocadura el río Guadaíra. De su histórico trazado solo nos ha llegado el parque del mismo nombre, desde el Real Club Pineda al barrio de Heliópolis. Con el cierre de la dársena (1949) su cauce se desvió hasta la Punta del Verde, mientras que durante las obras de excavación del canal Sevilla-Bonanza (1969-76) nuevamente fue redirigido hacia la corta de Los Olivillos. Pero en su original desagüe, y dada su condición de afluente del Guadalquivir, los sedimentos transportados empezaron a quedarse depositados por la corriente en la orilla opuesta (hoy muelle del Centenario y zona de actividades logísticas del Puerto de Sevilla) después de la excavación de la corta de Tablada o Canal de Alfonso XIII (1909-26). Esto provocó que durante casi veinte años se fuese formando una playa natural de arena. Después, el lugar sería descubierto y ampliamente difundido en la posguerra.
La playa de María Trifulca ocupaba unos doscientos metros de largo en ambas orillas. Para cruzar a la margen derecha, la gente tenía acceso principalmente a ella por Heliópolis usando una barca que llevaba a los trabajadores de Astilleros desde la barriada Elcano hasta la factoría, pero también se podía llegar a la zona de baños por el cortijo del Batán y las huertas colindantes de Los Gordales.
La margen de Sevilla era generalmente la más utilizada por los niños y jóvenes que residían en Heliópolis, El Porvenir y el Cerro del Águila. Huelga decir que su presencia era siempre a escondidas de sus familiares, como nadadores furtivos… Por el contrario, la margen derecha del cortijo del Batán tenía una clientela adulta, más afín al ambiente frívolo de los ventorrillos. Sobre estos últimos establecimientos hemos rastreado los de Concha, Alonso, La Cigüeña, La Francesa, La Carbonera, Pernales, el de Pepa Pilares o la venta Antonio. En este último actuaban los homosexuales La Pompi, La Larga y La Gamba. Muchos de ellos también se dedicaban a las tareas de cocina y limpieza, en las que participaban junto a las prostitutas.
La playa de María Trifulca también se encuentra ligada a la catástrofe del verano de 1941, del 23 de julio, cuando hizo explosión uno de los polvorines que tenía instalado un regimiento de artillería en la zona norte del cortijo del Batán. Fueron dos días de pánico ciudadano, hasta que quedó sofocado el fuego y se evitaron nuevas detonaciones. Durante ese tiempo, el barrio del Heliópolis fue evacuado. La onda expansiva causó desperfectos en una amplia zona de la ciudad. Hasta en los edificios de la Universidad y del museo provincial llegaron a romperse cristales por la deflagración. Los periódicos solo informaron de algunos heridos, aunque en realidad hubo varios muertos.
Pero todo lo bueno se acaba, y los baños en María Trifulca comenzaron a perder su carácter quizás por el fuerte trasiego de barcos (que provocaban más erosión en las orillas), la aparición del tráfico de hidrocarburos en las cercanas instalaciones de Campsa o Tablada (con el consiguiente aumento de la contaminación), o la falta de reposición de limos por su intenso uso (no había corriente). Es el momento en el que, junto con corte del río a la altura de Chapina y la primera esclusa, se acabó por borrar todo recuerdo de aquellos populares baños que fueron una imagen de nuestra ciudad.
Lo cierto es que a Sevilla, a su manera, nunca le ha faltado algo que una ciudad de costa tuviera.
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