Sevilla después del verano. Todo sigue igual
El Macero
La ropa de los turistas continúa adueñándose de las ventanas de los hoteles
Las ratas en las calles se convierten en un atractivo para influencers
Un mercadillo en las alturas de Sevilla
Se fueron los calores rigurosos del verano y han llegado los pegajosos del membrillo. Sevilla encara el otoño con esa ropa de entretiempo a la que aquí, los últimos años, se le da poco uso. Será porque los 30 grados se estiran hasta bien entrado noviembre. Larga vida a la cubana y a la manga corta, aunque este septiembre -todo haya que decirlo- se muestra generoso y nos regala amaneceres frescos. Septiembre como mes del arranque. De la vuelta a empezar. Del inicio. Sin darnos cuenta, rozamos ya octubre y las ilusiones puestas al despedir agosto se nos han desvanecido tan rápidas como un helado en el paladar. Con mirar a las alturas (siempre tan reveladoras) resulta suficiente para percatarnos de que la vieja Híspalis sigue igual a como la habíamos dejado antes del éxodo playero.
Mientras alcalde y oposición continúan sin ponerse de acuerdo sobre cómo poner límite a los pisos turísticos, las ventanas de algunos hoteles muestran, cual tendedero de un ojo patio, la ropa pensada para tapar las partes pudendas del respetable. Ya lo denunciamos en estas páginas en pleno estío. La vulgarización del Casco Antiguo avanza imparable, como el legendario lema de la Junta. El turismo tiene la inmensa cualidad de darle un toque -nada discreto- de ordinariez a todo lo que arrasa. Hemos visto a visitantes de chancla y mochila colocando sus pinreles al aire libre encima de una silla en los miles de veladores que pueblan la urbe. También los hemos visto haciendo el payaso y sin el más mínimo atisbo del sentido del ridículo en despedidas de solteros (y solteras, que aquí hay bastante equidad en ambos géneros). Y, por supuesto, en fiestas insufribles en pisos (legales o no) pensados para acogerlos.
La foto que acompaña este artículo da muestra inequívoca de tal vulgarización que, en el caso de las pieles más sensibles (me incluyo entre ellas), llega a provocar alguna arcada. Se trata de una imagen reincidente. En un hotel abierto hace pocos meses, en plena calle Rioja, encima de tiendas de cotizadas firmas de moda locales y nacionales. El glamour y lo chabacano se dan la mano (perdonen el pareado) sin solución de continuidad, como ejemplo del mundo apolíneo y dionisíaco (pongámonos cursis) obligados a convivir pared con pared. Atención a la delicada vestimenta colgada en la ventana de este establecimiento que presume de diseño vanguardista en sus estancias y cuyo eslogan invita a "coleccionar momentos". Nunca mejor dicho. Camisetas, pantalones, sudaderas y unas zapatillas de deporte con calcetines incluidos que, todo indica, serán usados el día siguiente sin miedo alguno al olor poco grato que desprendan. Si los huéspedes dan tan largo provecho a los calcetines, mejor no imaginar el que pueden sacar de prendas que cubren otras zonas del cuerpo. Por su bien, dejémoslo ahí. En todo caso, estamos ante un bodegón propio de la ciudad pospandémica, devorada por su principal industria.
Sevilla, ciudad de ratas
Decíamos que, tras el parón veraniego, la imagen de Sevilla seguía intacta y no nos equivocamos en tal aseveración. Ha sido volver de las vacaciones y encontrarnos con una declaración irrefutable del alcalde. "La ciudad está llena de ratas". A estos roedores de desagradable presencia no se les puede restar méritos. No dejan de sumar titulares. Lo hicieron el pasado invierno con aquel episodio (por fortuna se quedó en un susto) en el colegio público Borbollla y mantienen vivo su protagonismo en otoño. El nuevo capítulo lo ha protagonizado una influencer (ya saben, la profesión de moda) llamada Lola Lolita, que ha estado de visita por estas tierras y se ha topado con un animal de semejantes características -y de gran tamaño- en el Muelle de la Sal. El encuentro con la rata ha quedado plasmado en un vídeo colgado en Instragam, donde la referida usuaria tiene más de cuatro millones de seguidores. A este paso, las ratas van a ser a Sevilla como los monos a Gibraltar, un incentivo turístico. Ya que no queda otra que sufrirlas, saquémosles provecho.
El regreso a lo cotidiano nos ha traído también un fin de semana que rozó el lleno en el Casco Antiguo. Las calles del centro repletas de gente. Muchísimo turista. Y un Metro saturado de pasajeros la mañana del domingo. El déficit de infraestructuras sigue siendo la gran asignatura pendiente de esta ciudad, castigada por el Gobierno y la Junta desde los tiempos pretéritos de la Expo. Al menos, eso sí, sabemos que el festivo local de la Feria de 2025 -para la que ya hay portada- seguirá siendo el miércoles de farolillos. Una preocupación menos. Podemos dormir tranquilos.
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