¿Fue Sevilla la ciudad de Tartessos?
El Rastro de la Historia
Aunque recientemente científicos del CSIC y de la Universidad de Huelva han vuelto a señalar Doñana como el lugar donde pudo ubicarse la ciudad de Tartessos, hay una teoría que defiende que su verdadera ubicación no fue otra que la actual Sevilla
Durante décadas, arqueólogos e historiadores se han esforzado en buscar la mítica ciudad de Tartessos, la supuesta capital de esa civilización que floreció en el suroeste peninsular entre los siglos IX y V a. C. y cuya verdadera naturaleza sigue siendo una incógnita y materia de debate entre los especialistas. Como indica Diego Ruiz Mata en su libro Tartessos y Tartesios (Almuzara) , esta búsqueda fue una auténtica obsesión para Adolf Shulten, el alemán pionero a principios del siglo XX en los estudios sobre la materia que nunca vio recompensados sus desvelos, como sí le ocurrió a Einrich Schliemann con la ciuda de Troya. Ya después de la Guerra Civil la búsqueda de la ciudad se fue sustituyendo por un estudio menos romántico y más científico de aquella cultura orientalizante que hoy algunos ven como el resultado del mestizaje entre los fenicios y los pueblos nativos y otros, como el catedrático de Arqueología José Luis Escacena, como una fundación netamente fenicia. Incluso los hay que niegan la existencia de la gran ciudad legendaria.
Sin embargo, en los últimos tiempos ha resurgido un interés por el descubrimiento de una posible ciudad de Tartessos, realidad que recogen las fuentes antiguas, especialmente Rufo Festo Avieno, del siglo IV d. C. en su poema Ora Marítima , para cuya composición el autor usó fuentes latinas, griegas y cartaginesas mucho más antiguas. Recientemente sorprendió la aparición de un estudio publicado en Frontiers in Marine Science en el que se defendía que la ciudad de Tartessos se encontraba en las marismas de lo que hoy es el Parque Nacional de Doñana, precisamente la tesis que defendió siempre Adolf Shulten, autor de Tartessos: contribución a la historia más antigua de Occidente. Dicho trabajo ha sido realizado por miembros del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), la Universidad de Huelva y la Fundación del Hogar del Empleado y se ha basado en los nuevos estudios de las condiciones paleoambientales que existieron en esta zona durante 1150 a. C. y 500 a. C. que concuerdan con las descritas por Avieno en su Ora Martítima.
Pero hay otras teorías que apuntan a una ubicación distinta. Tal es la del ya mencionado catedrático de Arqueología José Luis Escacena, uno de los grandes especialistas sobre el mundo fenicio de España. Escacena señala directamente que la ciudad de Tartessos no fue otra que la actual Sevilla. Es decir, la capital de Andalucía fue un invento fenicio y el centro de esa realidad que los griegos llamaron Tartessos. ¿Y por qué piensa esto? Por la presencia en sus cercanías del santuario del Carambolo, el templo tartesio más grande y rico de los encontrados hasta el momento, tanto que Escacena lo califica como "la catedral del momento". Sería lógico que el templo más imporante estuviese asociado a la ciudad más importante de la civilización tartésica. El Carambolo, dedicado a las deidades de Baal y Astarté, no es algo ajeno a Spal (nombre fenicio de la ciudad que terminaría derivando en Sevilla), sino parte fundamental de su diseño. Las ciudades de colonización de los fenicios se solían ubicar en las desembocaduras de los ríos (el Guadalquivir de entonces afluía en Coria) y contaban con un templo al otro lado del cauce. Es decir, Sevilla y el Carambolo son dos realidades estrechamente unidas, petenecen a la misma unidad, no solo por la cercanía geográfica. Hasta el propio nombre de Spal tiene cononotaciones religiosas que lo vinculan al Carambolo, ya que significa "isla del señor", en mención a Baal.
El gran problema de Sevilla para ampliar y confirmar esta teoría es que cuesta encontrar yacimientos de Tartessos, algo que se debe a la protección de su casco antiguo y a que el estrato fenicio se encuentran en cotas muy profundas. Aún así se han hallado algunas casas en San Isidoro (con trozos de muros, ánforas, vajillas, pavimento de tierra roja apisonada...), en la calle Abades, el Patio de Banderas y algunas zonas del Alcázar.
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