"He servido a mi patria, desde la pequeña a la mediana y a la grande"
VI premio Manuel Clavero | Manuel Olivencia
El profesor divisa desde su despacho la Giralda a un lado y las azoteas del Ayuntamiento al otro con la cúpula de El Salvador al fondo. Se le nota satisfecho de su magnífica trayectoria profesional.
-Más de sesenta años de vida profesional. Cuándo mira hacia atrás, ¿qué sentimiento le producen?
-Que he cumplido todas mis ambiciones. Veo la longitud del recorrido y doy gracias a Dios por estar en condiciones de seguir trabajando. He servido mis vocaciones, como mi profesión, el ejercicio del Derecho. Y he servido a mi patria: desde la patria chica a la mediana y a la grande. He sido un servidor del Estado.
-¿No le da vértigo la trayectoria?
-No. Estoy acostumbrado a asomarme al balcón del Tajo, en mi pueblo. (Risas). Y no siento vértigo, al contrario: la admiración del panorama que se contempla desde la altura.
-En este tiempo, hay una vieja camaradería con Manuel Clavero.
-Hemos sido compañeros y amigos desde la Facultad. Él estaba en cuarto cuando yo entré en primero. La primera clase que él dio como ayudante de Derecho Administrativo, fue a mi curso. Así que fue además profesor mío.
-¿Cómo era la Facultad de Derecho de Sevilla a la que usted llega como estudiante en 1946?
-Era una pequeña facultad de grandes maestros. Cabíamos los cinco cursos en el viejo edificio de la calle Laraña, que hoy es Facultad de Bellas Artes. Con gran cantidad de alumnos en Derecho Romano, porque era el hueso de la carrera y había muchos repetidores.
-¿Quién era el catedrático?
-Don Francisco de Pelsmaeker e Iváñez. Si Pelsmaeker no se escribía bien, se enfadaba y suspendía.
-¿Otros maestros de la época?
-Don Ramón Carande en Economía, don Juan Manzano en Historia… Había dos catedráticos de Civil, el de mi grupo era el profesor Miguel Royo Martínez, pero estaba también don Alfonso de Cossío. En Administrativo, don Carlos García Oviedo, maestro de don Manuel Clavero. En Penal tuvimos a un gran profesor, don Baldomero Campo Redondo, que era el abogado del Estado jefe en Sevilla, un jurista extraordinario y un buen docente. En Procesal, don Faustino Gutiérrez Alviz; en Internacional, don Mariano Aguilar; don Francisco Candil en Mercantil, que fue quien determinó mi vocación hacia esta especialidad; don Ignacio Lojendio en Político y don Manuel Giménez Fernández en Política.
-¿Política?
-Era catedrático de Derecho Canónico, pero sobre todo de Ciencia Política, de democracia. Estaba vigilado; un policía asistía a clase y hacía un informe sobre lo que decía. Pero él lo hacía con enorme libertad y con una crítica dura del régimen imperante.
-Era un demócrata cristiano.
-Fue fundador del partido Izquierda Democrática Cristiana. Había sido ministro de Agricultura [1934-1935] en el bienio de derechas, con Alejandro Lerroux.
-Usted se decide por Mercantil.
-Por el magisterio indiscutible de don Francisco Candil, que era catedrático de Derecho Civil en Murcia y por venirse a Sevilla concursó a la plaza de Mercantil.
-¿Cómo compararía esa universidad con la de ahora?
-Es absolutamente distinta. La universidad del Plan Bolonia no es la universidad que yo elegí para mi profesión. Se han perdido muchos valores que estaban en aquella pequeña universidad de los años 40.
-¿Cómo cuáles?
-La devoción por los saberes. La vocación por la ciencia hoy está muy condicionada por el empleo. Las empresas demandan muy pocos especialistas en griego o en latín, que son fundamentales para la formación humanística. Una universidad absolutamente dependiente del mercado es una universidad amputada; insuficiente. Uno de los fines de la universidad, el cultivo por los saberes, no puede depender del mercado de trabajo.
-¿Comparte el criterio de que ésta es la generación mejor preparada de la historia?
-En absoluto. No todo es manejar un ordenador. La formación básica que tenía mi generación en historia, en filosofía, en literatura o en humanismo, no la tiene la actual.
-Usted fue subsecretario del Ministerio de Educación en el primer Gobierno de la Monarquía.
-Hasta entonces no había ocupado más cargos que los académicos. Que, por cierto, eran relativamente democráticos: fui elegido por mis compañeros catedráticos como decano de Derecho en 1968. Después fui designado primer decano de la Facultad de Ciencias Económicas, bajo el rectorado de don Manuel Clavero, para crear esa facultad; una de las etapas más interesantes de mi vida académica.
-Y en el 75 le tienta la política…
-Cuando se formó el primer Gobierno de la Monarquía, el ministro Robles Piquer me ofreció el cargo de subsecretario. Y yo me incliné por aceptar porque creía que era un momento histórico en el que España tenía que salir de un régimen autocrático para ir a un régimen democrático. Quienes ocupamos las subsecretarías, alguno como Marcelino Oreja fue después ministro, nos convencimos de que no había sólo que despachar expedientes administrativos, sino preparar el tránsito a la democracia.
-La Transición no fue nada fácil.
-Se hablaba mucho de ruido de sables. No todos los militares estaban de acuerdo en lo que se estaba haciendo y había riesgos, como se demostró después el año 81. Fue un momento difícil, tanto el primer Gobierno, como después, más arriesgado, el de Suárez.
-Le pido una opinión sobre alguna de las personalidades que trató en la Transición. Fraga.
-Le cabía el Estado en la cabeza. Era hombre de muy buena formación universitaria, de pensamiento, experto en ciencia política. Había sido ministro con Franco, pero tuvo una conversión democrática sincera. Recuerdo una frase despectiva de un capitán general de la época, que me dijo: "Dile a tu vicepresidente que la democracia ésa que ha aprendido en Londres, para los ingleses". Se lo conté a mi ministro y Fraga me llamó para que le contara los detalles. Era un momento durísimo con los atentados de ETA.
-Y él, ¿qué hizo?
-Reunió a los capitanes generales para explicarles lo que pretendíamos. Fue una cena en la que los generales estaban muy divididos. Pero terminaron diciéndole que estaban de acuerdo en ir a un régimen democrático, con limitaciones: no admitían que se legalizara al Partido Comunista. Eso fue después Adolfo Suárez quien se atrevió.
-Carrillo también fue importante.
-Muy importante. Consintió muchas cosas fundamentales, la Monarquía, los símbolos, la bandera que ahora no respetan…
-Por alusiones: ¿cómo podemos resolver el problema catalán?
-No se puede prescindir del Derecho, del respeto y aplicación de la norma. Pero hacen falta también ideas políticas. Habilidad y juego político, dentro de lo que la norma permita. En el tema catalán llueve sobre mojado. La respuesta más contundente fue la de la II República. Frente a las proclamaciones unilaterales, la legalidad se impuso. No es fácil de resolver. Ortega hace un siglo ya dijo: "No vamos a resolver el problema, tenemos con conllevarnos".
-¿A Suárez cómo lo definiría?
-Era un animal político. Un hombre de una gran ambición. Lo había sido en el régimen de Franco, como joven mando y joven gobernador. Era un estratega de la política y después un converso, también convencido. Llevó al país a un régimen democrático con finura, inteligencia y habilidad. Se ganó muchos enemigos, pero también muchos amigos. Y muchos admiradores, entre los que me cuento.
-¿Y Calvo Sotelo?
-Un presidente de gran mérito y poco reconocimiento, seguramente por su corto mandato. De clarísima visión y grandes obras en política exterior: la entrada en la OTAN y las negociaciones para la adhesión a la Comunidad Europea. Hay una imagen deformada de él, de hombre serio, pero aparte de ser un ingeniero muy culto, era un gallego con un extraordinario sentido del humor.
-¿González?
-Era un buen estudiante, cuya inteligencia no escapaba a sus maestros. No era asiduo, faltaba a clase, porque tenía otras preocupaciones y obligaciones políticas. Yo era un catedrático muy riguroso, pero le di notable en un curso.
-Y tuvo elogios para él, externos.
-El mayor elogio que recibí sobre él fue de mi maestro Joaquín Garrigues, catedrático de Mercantil de Madrid, con el que fui ayudante primero y después adjunto desde que volví de Bolonia en el año 53, hasta que saqué la cátedra en el 60. En los 70, don Joaquín asistió a una conferencia de Felipe González en la Asociación para el Progreso de la Dirección, que entonces presidía su sobrino Antonio Garrigues. Y me dijo que había quedado maravillado de la claridad, inteligencia, espontaneidad y agilidad de pensamiento de Felipe. Le había felicitado al final y él le dijo: "Don Joaquín yo a usted lo conozco por su discípulo Manuel Olivencia que es mi maestro".
-¿Cómo se lo contó don Joaquín?
-Estaba entusiasmado. Me decía: "este hombre es la esperanza de la política española".
-También fue profesor de los presidentes de la Junta. ¿Cómo recuerda a Escuredo?
-Buen alumno y buen presidente.
-Con Rodríguez de la Borbolla tuvo una anécdota que tiene relación con la política.
-Me la recordó él. Me dijo que no se presentaba, lo dejaba para septiembre porque tenía que ir al campamento de Milicias y tenía problemas políticos, sentimentales, familiares. Pero lo expulsaron del campamento porque estaba procesado por asociación ilegal. Vino a pedirme presentarse y lo examiné con los libres. Le hice una pregunta, desarrolló una tesis con gran entusiasmo y le dije: "Lea usted el artículo tal del Código de Comercio", que decía todo lo contrario. Y añadí: "Defienda usted su tesis e interprete ese artículo". Lo hizo con tal inteligencia que le di sobresaliente.
-¿Y Chaves?
-Chaves no fue un alumno brillante. Tuvimos un problema en la Facultad, que él no olvidó, aunque hizo carrera en la asignatura de Derecho del Trabajo. Quizá por eso siempre tuvo un poco de lejanía conmigo. Y eso que nos unía la amistad familiar.
-¿De Ceuta?
-Mis abuelos eran muy amigos de los suyos, y vecinos. Mi abuelo materno, Ruiz, que era comerciante en Ceuta, construyó en la calle Alfau dos edificios. En uno se reservó vivienda para él, donde pasé mi niñez, y en el otro el primer arrendatario que tuvo fue el abuelo de Chaves. Y de ahí vino la amistad de la otra generación, la de mis padres, y la nuestra. Aunque él es más joven; nació cuando yo estaba a punto de irme a estudiar a Sevilla.
-¿Y Griñán?
-Griñán ha recordado siempre con gratitud y elogios exagerados su paso como discípulo por la Cátedra de Derecho Mercantil y mi Decanato. Fue un alumno muy destacado.
-Fue una generación de imporantes políticos de la democracia.
-En aquella Facultad había tal cantidad de cargos futuros que si un arcángel se hubiese aparecido en mi despacho y me hubiera dicho: "En este momento hay aquí un presidente del Gobierno, tantos ministros, todos los presidentes de la Junta y varios presidentes del Tribunal Constitucional, averigüe usted quiénes son", habría sido una quiniela dificilísima. Catedráticos como Manuel Clavero o Jaime García Añoveros fueron ministros. Presidentes del Constitucional como Miguel Rodríguez Piñero o Pedro Cruz Villalón. Fundadores de partidos, como Alejandro Rojas-Marcos… La Facultad de Derecho de Sevilla fue clave en la Transición democrática; en la historia contemporánea de nuestro país.
-
Su madre visitó la Exposición Iberoamericana del 29 estando embazada de usted.
-Yo en el seno materno estuve en la Exposición del 29. Mi padre fue comisario del Pabellón del Protectorado de España en Marruecos. Un pabellón muy bonito; está detrás del de Colombia. Se conservan los dos muy bien. Y mi madre estaba aquí acompañando a mi padre, pero con los calores del verano decide irse a Ronda para dar a luz allí.
-La Expo'92 fue muy importante para la ciudad y para usted.
-Aparte de mi horóscopo, que creo que estaba bajo el signo de las exposiciones, el nombramiento estuvo vinculado a mi historia universitaria. Felipe me llamó invocando que había sido alumno mío. Me lo avisó por teléfono. Y yo le dije: "Lamento que la primera cosa que me pide el presidente del Gobierno le tenga que decir que no". Y él me solicitó que fuese a verle.
-Esa llamada en 1984 le cogió muy atareado.
-Estaba en una negociación secreta, ahora ya se puede decir, el Amoco Cadiz [petrolero construido en Puerto Real en 1974 para Standard Oil, que provocó una catástrofe ecológica al naufragar frente a Bretaña en 1978]. Yo defendía a Astilleros Españoles de su responsabilidad en el hundimiento. Y tenía una reunión en Madrid con unos abogados norteamericanos. Llevaba entonces dos asuntos importantes de intereses públicos, el contrato del gas argelino y el del Amoco Cadiz, y pensé que el presidente me llamaba para alguno de los dos.
-¿Qué le dijo el presidente González cuando acudió a La Moncloa?
-Necesito un hombre como tú, que sea un hombre de Estado, y tenga el respeto de todos los partidos, pero no pertenezca a ninguno, como debe ser la Expo'92. Quedan ocho años, tiene que haber por lo menos dos elecciones, las vamos a ganar, dijo proféticamente, pero en todo caso hay que salvaguardar de vaivenes políticos un acontecimiento que debe ser de Estado. Yo le agradecí mucho los elogios, pero añadí que no entraba en mis planes, que había mucha gente comisariable. Y él me dijo que me volvería a llamar.
-Pero quien le llama es el Rey.
-Las conversaciones con el Rey dicen que no deben contarse, pero no la convicción que saqué, que es que yo podía prestar un servicio a España y a la Corona. Y que por motivos egoístas no debía negarme.
-Se cumple el 25 aniversario. ¿Cómo cambió a Sevilla la Expo?
-Creo que aprendimos mucho de la Exposición Iberoamericana del 29. Urbanísticamente dejó un legado definitivo para Sevilla, en el centro, el eje Delicias-La Palmera hasta el Estadio Municipal que se hizo para la Exposición… Los pabellones... El inconveniente fue una ruina: la hizo el Ayuntamiento, Sevilla quedó endeudada y tuvo que atenerse a una Ley de Auxilio. Se gravó con un impuesto a los sevillanos para pagar la Exposición que hemos estado sufragando hasta los años 70. Don Manuel Giménez Fernández, que fue el censor de las cuentas de la Exposición, llegó a decir en una conferencia en el Ateneo: "Pido a Dios que nunca más se le ocurra a los sevillanos tener otra Exposición ni dejarse embaucar por cuentos de la lechera".
-¿Evitó usted el mismo riesgo?
-Quise que, en vez de una Ley de Auxilio económico, la Expo del 92 tuviese una Ley de Beneficios Fiscales. Se la encargué al presidente del jurado que me ha concedido este Premio, José Luis Ballester, alumno mío brillantísimo, gran experto en Derecho Tributario. Por cierto, ese anteproyecto el secretario de Estado de Hacienda Josep Borrell lo aplicó también a los Juegos Olímpicos de Barcelona.
-¿Y el urbanismo de la ciudad?
-La organización fue del Estado y el cambio en infraestructuras ha sido mucho más importante que el de la Iberoamericana. Mi nombramiento se produjo en noviembre de 84 y, con José Luis Manzanares, la víspera de Reyes del 85, hice una lista de necesidades de infraestructuras. Le llamamos la carta a los Reyes Magos. Aquella carta contenía nuevo trazado ferroviario, con estación en Santa Justa; el AVE a Madrid, nuevas carreteras de circunvalación, más de una decena de puentes, levantamiento del tapón de Chapina, el nuevo aeropuerto… La circunvalación en Sevilla era la ronda interior, hoy tenemos la SE-30 y la SE-40.
-Después hubo desavenencias y usted dimitió. Si mira atrás, ¿hay más satisfacción que resquemor?
-Sin duda ninguna. La experiencia fue única, irrepetible. La puesta en marcha, la organización, los primeros nombramientos del equipo… Eso me lo encomendaron a mí y lo hice lo mejor posible. A mí se me llamó como un hombre de Estado para un asunto que había que salvaguardar de la lucha política, pero yo salgo por un tema de partido. Cuando la Expo se ve que va a ser un éxito, se la quiere apuntar un partido y yo sobraba, por la misma razón por la que se me llamó. Lo que cambió fue la concepción. Y no culpo de ello a Felipe.
-¿A quién culpa?
-Aquí con Borbolla yo me había llevado muy bien. Y mis relaciones no fueron tan buenas con Chaves, que fue quien le sustituyó.
-¿Le dejó su generación a la siguiente una Sevilla mejor?
-Sin duda. Se calcula que más del 90% de aquella carta a los Reyes Magos se realizó.
-¿Cómo ve a Sevilla entre tradición y modernidad?
-Las tradiciones llegan a serlo por querer ser conservadas. Y hay tradiciones de Sevilla, como su vocación iberoamericana, que deben continuar. O como la forma de exteriorizar un sentido de la religión; eso está en el alma del pueblo. Y es perfectamente compatible con la modernidad. La modernidad no tiene por qué derribar las tradiciones.
-¿Pueden las tradiciones ser un salvoconducto para exportar?
-Sin duda. La marca viene de una tradición. El sentido etimológico de la palabra traditio en latín es la entrega. Es lo que entrega una generación a la siguiente, lo que se convierte en tradición. Lo que no podemos hacer es quedarnos siempre en la tradición. Los países más modernos, más avanzados, son los que mejor conservan sus tradiciones. Le pongo el ejemplo del Reino Unido. Pero no podemos encerrarnos en lo tradicional, hay que abrirse porque el mundo evoluciona. Ya no es un planeta que haya que descubrir, hoy es un planeta que hay que conservar. Los fines son distintos.
-Y se creó un modelo moderno de exposición.
-Aquella idea fue brillante, tuvo éxito y Sevilla puede presumir que influyó en el modelo moderno de exposición universal.
-Giménez Fernández pedía a Dios que los sevillanos no organizaran otra exposición. ¿Usted le desea a Sevilla otra gran exposición?
-Sí se la deseo, sin repetirla con mucha frecuencia; una cada siglo.
-En Andalucía tenemos buenos empresarios, pero pocos. ¿Cómo se rompe esa dinámica?
-Primero hay que formarlos. Lanzamos, a iniciativa de Ignacio de Lojendio, el Instituto Universitario de Ciencias de la Empresa. Fue el germen de la Facultad de Económicas y Empresariales, una petición del rector Clavero. Pero hoy hay institutos de empresa magníficos, como San Telmo, iniciativa de una Orleans.
-Y de Javier López de la Puerta.
-Que se apoya en Gerarda de Orleans. Hoy ya tenemos los instrumentos necesarios en centros de formación. Antes no existía más que la Escuela de Comercio.
-Y ¿qué más necesitamos?
-Es necesario el aprovechamiento de la coyuntura. Hay que fomentar lo que ahora se llama emprendedores. Y después, las perspectivas en la aldea global son internacionales. Ya no basta el mercado local, regional o nacional, ni siquiera el europeo. Y para ello hace falta apertura de mente, y también conocimientos, de otros países, de sus tradiciones, su economía, su lengua; en eso tenemos todavía que mejorar.
-Su Código Olivencia de buen gobierno de las empresas es una de sus grandes aportaciones...
-Creo que no es la más importante, pero sí por la que más se me conoce, porque lleva mi nombre. Lo entregamos en febrero del 98.
-¿Hemos ganado en transparencia y buen gobierno?
-La mayor parte de las recomendaciones que hicimos se han convertido en normas de obligado cumplimiento.
-¿Y han sido útiles?
-En aquella época no se hablaba de la retribución de los administradores, sobre todo los presidentes de los consejos de administración; era un secreto. Y además se invocaban razones de seguridad, porque se iba a enterar ETA de lo que ganaban. Lo que gana el presidente del Banco de Bilbao solamente ETA lo sabe, los accionistas no. Entonces se inició un movimiento de buen gobierno, con muchas dificultades, pero se ha abierto camino y todo el mundo va por ese cauce.
-En todo caso, un gran avance.
-Ha ido pionero y abrió camino por la autonomía de la voluntad. Y el legislador, en la reforma de la Ley de Sociedades Capitalistas para la mejora del gobierno corporativo, incorporó las recomendaciones a su articulado.
-Cuando hay corrupción entre político y empresario. ¿Tienen la misma responsabilidad?
-Las dos son manifestaciones de corrupción igualmente deleznables. La tentación viene de las empresas. No es un ofrecimiento formal, es muy etéreo, que no da para irse al Juzgado, pero hay que hacer oídos sordos.
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