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Del sepia al gris, una evolución en medio siglo

Los Pajaritos ha pasado en 55 años de ser un barrio obrero a conocerse por su degradación

Del sepia al gris, una evolución en medio siglo
D. J. G. Sevilla

23 de agosto 2014 - 05:03

Del sepia de un barrio obrero al gris de la degradación. Con esta frase se resume la historia de Los Pajaritos, que cumple 55 años desde que se levantó a mediados del siglo pasado. Al margen del proyecto de rehabilitación del que se viene hablando hace tiempo, su nombre ha rellenado muchas páginas de sucesos relacionados la mayoría de las veces con actividades delictivas, pero no siempre fue así.

Su construcción siguió las líneas marcadas por el arquitecto Fernando Barquín y Barón, a quien también se debe el barrio de La Candelaria. Ocuparon los antiguos terrenos de la Huerta Amate, una gran extensión situada en aquel entonces a las afueras de la ciudad. Con estas barriadas se intentó poner fin al grave problema de la vivienda que sufría Sevilla en la década de los 50, cuando una gran cantidad de personas que vivían hasta entonces en municipios de la provincia se trasladaron a la capital.

Buena parte de los nuevos habitantes se asentaron en las huertas que el Ayuntamiento había comprado para dar respuesta a esta inmigración "interior". Lo hicieron en chabolas. En los terrenos que hoy ocupa Los Pajaritos se encontraba el conocido como poblado de Villalatas. Allí fue donde se levantaron pisos de cuatro plantas (los nuevos serán de ocho). Así comenzó la historia de esta barriada, que no sólo ofreció -a un precio muy asequible- techo para los nuevos habitantes de Sevilla, sino para los antiguos vecinos que vívian en condiciones de infravivienda en los corrales del centro.

Una de ellas fue la familia de Amparo Ávila, que vivía en un corral de vecinos de la trianera calle Pagés del Corro. En 1960 se trasladaron a Los Pajaritos, a los bloques propiedad del Patronato de Casas Baratas, que se construyeron después de los que en su día fueron de la Diputación (ahora pertenecen al Ayuntamiento). "Aquello era el sueño de cualquier familia de clase media. De residir todos en una habitación con baño compartido con otros vecinos, a tener un piso con tres habitaciones, salón con hornilla y baño propio. Todo un lujo para la época", recuerda esta antigua vecina de Los Pajaritos, que conoció las calles de tierra con apenas aceras.

El barrio contaba con dos fábricas: una de zumos de naranjas y mermeladas y otra de contadores. Ambas estaban situadas en la calle Estornino y daban trabajo a un buen número de mujeres de Los Pajaritos y La Candelaria. Actualmente, en la de zumos hay naves usadas como almacenes y en la de contadores, un bloque de pisos. También había espacio para el ocio: un cine de invierno (Maite), dos de verano (Capitolio y Candelaria) y un bar que se hizo famoso por los barbos en adobo.

Era la estampa de un barrio "popular y entrañable" que comenzó a cambiar en la década de los 80, cuando llegaron familias de zonas más degradadas de la ciudad, ya que la renta era más barata que allí donde residían, según relata esta antigua vecina. La droga y la delincuencia se asociaron desde entonces a Los Pajaritos, un barrio donde el cambio se está haciendo esperar.

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