Montelirio: 20 sacerdotisas de la Sevilla prehistórica envenenadas con mercurio
El secreto de la tumba
Los estudios antropológicos revelan que los cuerpos hallados en Castilleja de Guzmán pertenecen a un grupo de mujeres jóvenes ataviadas con suntuosas túnicas adornadas con cuentas de ámbar y marfil
Pese a la importancia histórica y arqueológica del yacimiento, no se ha dado ningún paso para hacerlo visitable ni se expone el valioso material que se ha ido descubriendo en las excavaciones
Estamos en el bajo valle del Guadalquivir, a menos de seis kilómetros de la ciudad de Sevilla. Hace 4.800 años. En el siglo 29 antes de Cristo. Al otro lado del Mediterráneo, en el valle del Nilo, emergía el poderoso sistema de los faraones. A este lado, en la Sevilla prehistórica, en el primer asentamiento humano estable del que se tiene constancia, veinte mujeres jóvenes lujosamente amortajadas ocupan una gran tumba en torno a una escultura central que mira al sol.
Una de ellas tiene seis dedos, símbolo de las personas elegidas por los dioses. El rojo intenso del cinabrio lo impregna todo. Colgantes de ámbar y marfil africano decoran las sofisticadas túnicas que las cubren, en algunos casos del cuello a los pies. El análisis de sus restos revela que cuando murieron estaban gravemente intoxicadas con mercurio. Ingerido, inhalado o absorbido por la piel. De forma deliberada a modo de sacrificio o inconscientemente por el uso continuado del mineral rojo brillante al que tal vez recurrieron para maquillar de tatuajes su piel.
Los secretos que esconde la tumba de Montelirio forman parte del capítulo de conclusiones de una de las investigaciones arqueológicas más importantes que se han afrontado en toda Europa sobre el III milenio, pero también podría ser el enigmático arranque de una novela y hasta de una película de ficción. Como la que se acaba de estrenar sobre Otzi, el hombre de hielo...
Los datos científicos del tholos de Montelirio –la construcción de tipo circular en que está dispuesta la cámara central de la tumba– están avalados por el trabajo realizado por un equipo multidisciplinar de hasta 60 investigadores durante más de una década. Dirigidos por el catedrático de Prehistoria de la Universidad hispalense Leonardo García Sanjuán, parten de las evidencias antropológicas para reconstruir la enigmática historia de un grupo de mujeres que termina moviéndose entre lo místico, lo mágico y lo religioso.
En el camino, el enterramiento de este grupo especial de jóvenes de entre 20 y 40 años se ha convertido en una ventana excepcional de conocimiento sobre la forma de vida y la organización de la Sevilla de la Edad del Cobre y en uno de los focos de investigación más valiosos sobre las sociedades calcolíticas ibéricas.
Pitonisas envenenadas
El registro antropológico hallado en el tholos de Montelirio revela un grupo de 26 individuos diseminados en cuatro espacios: el exterior de la estructura, el corredor, la cámara grande y la cámara pequeña. El espacio funerario de más relevancia es el central, donde se encuentran “en muy buen estado de conservación” los cuerpos de las 15 mujeres y otros 5 individuos de sexo indefinido –los investigadores están a la espera de que culminen los estudios de ADN en la Sociedad Max Plank de Jena para conocer su perfil–.
Como avanza el profesor García Sanjuán, el análisis de los esqueletos no sugiere que se produjera “una muerte violenta” aunque sí se baraja que la tumba fuera concebida de forma específica para este colectivo de mujeres, especialistas en las prácticas religiosas y situadas en una elevada posición social.
El símbolo del rojo
La hipótesis principal es que se trata de un grupo de sacerdotisas que cuando murieron sufrían ya los efectos del mercurio, una sustancia que se ha encontrado en muy altas dosis en todos los cuerpos analizados y que estaría vinculada con la utilización del cinabrio como pintura corporal –la intoxicación se habría producido por desconocimiento de sus efectos– o se habría asimilado de forma deliberada –inhalada o bebida– buscando un “estado físico especial” y una “alteración de la conciencia”.
Justo lo que conecta lo natural y lo espiritual cuando intervienen los “chamanes, magos, mediums, sanadores, adivinadores u oráculos”.
El pigmento rojo tiene, además, una simbología muy clara relacionada con el dominio de la muerte y las prácticas funerarias en la Prehistoria: para preservar los cadáveres como un “baño de sangre vivificador”, para teñir las indumentarias de los cadáveres o en asociación esotérica con otros materiales como el oro o el marfil.
La joven con seis dedos
La edad media de las mujeres es de 31,5 años y en varias de ellas se advierten indicios de afecciones óseas. Una de ellas, vestida con una falda hecha con cuentas perforadas, presenta incluso un caso de polidactilia (seis dedos en el pie) “que es único en la literatura bioarqueológica de la Prehistoria reciente”.
Esta malformación congénita, según explica el coordinador del proyecto, vendría a reforzar las características especiales y religiosas de todo el grupo en tanto que podría tratarse de una personal considerada “especial” o “elegida”.
La propia forma en que se han hallado los cuerpos redunda en tal hipótesis: todas yacen en torno a una estatua o estela de arcilla que dominaba el centro de la Cámara Grande y que presentaba a la ancestral divinidad femenina de la tierra. Una de ellas está con los brazos separados del cuerpo, abiertos y levantados, la posición de numerosas representaciones rupestres características de los orantes o danzantes.
La bellota y los cerdos
Ámbar de Sicilia, marfil de la sabana, cinabrio de Almadén (Ciudad Real), cáscara de huevo de avestruz del Norte de África, sílex del Valle del Turón, industria lítica tallada en cristal de roca del Macizo Ibérico...
Conectado con prácticas de destacados santuarios como el de Dodona –el más antiguo de la Grecia clásica y el segundo más importante después de Delfos–, en Montelirio aparece, además, de forma singular el motivo de la bellota. Varias de las pitonisas llevan excepcionales túnicas (podían pesar hasta 10 kilos) adornadas con colgantes manufacturados en materiales lujosos como el marfil y el ámbar y en forma de bellotas que vendrían a reforzar el perfil religioso de todo el colectivo.
En este mismo plano, las representaciones de animales como el cerdo y de árboles sagrados como el roble redundarían en la carga simbólica del santuario, un extraordinario yacimiento en el que el único factor de distorsión es que todavía no se haya dado ni un sólo paso para hacerlo visitable.
Los arqueólogos ven Montelirio como un escaparate sobre la avanzada “conectividad”, la escala productiva, la sofisticación artesanal y la utilización de materiales exóticos que lo situarían como uno de los principales asentamientos de la época.
Precisamente, el próximo 21 de febrero se han organizado unas jornadas en el Ayuntamiento de Castilleja para debatir los resultados de la obra Montelirio: un gran monumento megalítico de la Edad del cobre. Los interrogantes girarán hacia la Prehistoria pero también hacia el hoy y el mañana. Si Sevilla será capaz de proyectar lo que a nivel científico ha rebasado ya todas las fronteras.
...Y la historia del Marchante de Marfil
Una de las características más reveladoras del dolmen de Montelirio es que no se trata de una construcción aislada: forma parte de una compleja zona arqueológica que se extiende en 400 hectáreas (equivalente a unos 800 campos de fútbol) en la parte norte del Aljarafe.
A sólo 200 metros de Montelirio, se encuentra otro sepulcro de una época un poco más antigua: el del Marchante de Marfil. Es un varón joven que fue enterrado con un ostentoso ajuar –destaca un colmillo de elefante africano troceado en tres partes y un puñal de sílex– que pudo tener parentesco con las mujeres de Montelirio.
Los arqueólogos creen que debió ser un “gran hombre” de la Edad del Cobre respondiendo ya al sentido de “líder”, de “institución de poder” y precedente de una “organización social” más jerárquica que se consolidaría con posterioridad. La hipótesis es que ya entonces forjó un linaje familiar y, dos o tres generaciones después –entre 60 y 90 años más tarde–, tendría relación de parentesco con el colectivo inhumado en Montelirio.
Desde un punto de vista histórico, el asentamiento de Valencina confirma que la antigüedad de la ciudad de Sevilla no deriva de la colonización fenicia sino que se remonta a la época prehistórica, hace más de 5000 años.
A pesar de su importancia, hasta ahora se ha avanzado en la excavación y difusión de resultados (impulsado por la Consejería de Cultura de la Junta) pero queda pendiente que el tholos se pueda visitar y la exposición de los valiosos objetivos encontrados en el yacimiento.
A la espera de los resultados del estudio de ADN
Aunque el hallazgo del yacimiento se produjo a finales del siglo XIX, no será hasta la década de los 90 cuando se afronte un proyecto sistemático de investigación arqueológica. La excavación, coordinada por el arqueólogo Álvaro Fernández Flores, se afrontó entre 2007 y 2010.
A partir de ese momento, con la colaboración del profesor Leonardo García Sanjuán, catedrático de Prehistoria de la Universidad de Sevilla, y la participación de hasta 60 investigadores de instituciones y organismos de varios países europeos y de Estados Unidos, se ha ido abordando el estudio de los materiales encontrados.
En 2016 se publicó una extensa monografía con todos los resultados –Montelirio: un gran monumento megalítico de la Edad del Cobre– y ahora se acaba de editar una segunda edición (publica la Consejería de Cultura). En estos momentos, la investigación está pendiente del estudio de ADN que está realizando la Sociedad Max Plank de Jena (Alemania).
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