San Clemente y San Fernando: dudas y certidumbres
El rey santo nunca llegó a ser venerado como tal durante la Baja Edad Media
El Martirologio de Usuardo fija en el 23 de noviembre la conmemoración de San Clemente mártir, supuesto tercer sucesor de San Pedro. Cuando Alfonso X ordenó a su taller historiográfico la confección de la General Estoria quiso evidentemente solemnizar el día de la entrega de la ciudad de Ishbiliya, haciéndola coincidir con la onomástica del pontífice que, en ese momento ocupaba la sede romana, Clemente IV (1265-1268), con el que tenía diferencias fiscales y del que esperaba su aquiescencia para ser coronado emperador del Sacro Imperio. Los historiadores árabes de la época admiten en su mayoría esa datación del acontecimiento, aunque no faltan los que señalan el 13 de enero de 1249, que en realidad debió corresponder –según A. García Sanjuán– al fin del proceso de evacuación de la ciudad, iniciado el 22 de diciembre (día de la Traslación de San Isidoro a León) al vencer el mes de plazo concedido para ello por el rey Fernando a la población musulmana. No hay razones para dudar de esta secuencia temporal, por mucho que el bien informado cronista inglés Mateo París sitúe la expugnación de Sybilia en el día de San Jorge (23 de abril), fiesta de la caballería y de la corona angevina. Las inclemencias del otoño aconsejarían a ambas partes poner fin al asedio a finales de noviembre.
Lo que sí es seguro es que Fernando III no llegó a ser venerado como santo durante la Baja Edad Media. Al contrario de los reyes Edmundo de Inglaterra o Olav de Noruega, no fue protagonista de ningún relato hagiográfico, y los sucesivos pontífices estaban lejos de instruirle un proceso de canonización como el que abocó a la canonización de San Luis de Francia en 1297. El matrimonio con una princesa del linaje Hohenstaufen implicó la vinculación del monarca castellanoleonés al clan gibelino enemigo del papado. De nada valió a la iglesia de Castilla que su rey hubiera triunfado sobre el islam andalusí entre 1225 y 1248, en operaciones asimiladas por su financiación a las cruzadas, mientras el soberano Capeto fracasaba en las suyas de Egipto y Túnez. Y la mala disposición de la curia romana se prolongó durante los dos reinados siguientes, perpetuándose en la posteridad bajomedieval.
Hay que esperar, por tanto, al siglo XVI para que los reyes de toda España, con su dominio de Nápoles primero y luego con la coronación imperial de Carlos V, pudieran aspiraran a reclamar la canonización de su antecesor el Conquistador. Pero aquél, elogiado literariamente como nuevo Carlomagno, no atendió la postulación de la Capilla Real y el cabildo secular hispalense, y su sucesor Felipe II no precisaba de súplicas a la curia romana. Será bajo Felipe III cuando se encargue el memorial hagiológico del P. Pineda, que no impedirá la interrupción de las negociaciones en 1630 ante Urbano VIII, durante el valimiento del conde-duque de Olivares. El también jesuita A. Quintanadueñas se hacía eco, en su reseña hagiográfica de 1637, de los milagros que en el entorno de la Capilla Real sevillana se decían obrados por la intercesión del monarca allí sepulto, mayormente la liberación de condenados a muerte o la recuperación de esclavos moros fugitivos. Para entonces empezaba a proliferar en los altares del territorio hispalense la imaginería del santo ataviado a lo barroco, blandiendo en sus manos la espada lobera y el orbe.
Pero entre las fiestas litúrgicas que solemnizaba el cabildo catedralicio se hallaba la de San Clemente (bajo cuya advocación Alfonso X fundara, quizás después de 1261, el monasterio de monjas cistercienses), “con rito doble de la segunda dignidad”, según acreditaban los breviarios hispalenses de entre 1510 y 1563. Pero –aclara el jesuita (p. 367)– hacía poco un edicto la había elevado a la primera con octava. De manera que ambos cabildos, tribunales, parroquias “y la mayoría de la ciudad, si no de obligación de devoción” asistían el 23 de noviembre a la procesión “de su particular patrón”, en la que el Asistente sostenía el pendón y la espada regias. En definitiva, a la festividad de San Clemente se quería asociar el culto al rey santo, con la evidente intención de halagar a la sede romana. Pero como en 1671, al admitir Clemente X el culto de San Fernando en los solos dominios de la monarquía española, la situó en el calendario el 30 de mayo, las condiciones para una mitificación “laica” del rey conquistador estaban servidas.
Es lo que preside la erección en 1920 de la estatua ecuestre del rey Fernando en la Plaza Nueva de Sevilla, y también en el programa iconográfico de la azulejería que la Exposición del 29 desplegó en la Plaza de América: la ideología de la Reconquista al servicio de las ambiciones colonialistas en Marruecos del monarca Alfonso XIII con parte de la élite burguesa y militar española. Hagamos votos para que en España no llegue la hora de que la memoria de Fernando III tenga que ser invocada por legitimismos políticos fundados en la Historia.
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