El salto estilo Fosbury de Enrique Becerra
calle rioja
Legado. ‘El Gran Salto y otras Historias Tabernarias’ es el séptimo libro de un escritor atípico, quinta generación de una estirpe de taberneros. Becerra lo presentó en Becerrita
El primer libro en el que apareció su nombre fue en la Guía Michelín. Enrique Becerra (Sevilla, 1957) quinta generación de taberneros, colgó su mandil después de 49 años detrás de un mostrador, siempre le gustó escribir y el miércoles presentó en Becerrita, en los dominios de su hermano Jesús, su séptimo libro, “El Gran Salto y otras Historias Tabernarias”. “En todos los libros que he publicado hay algo mío, pero éste es el más personal y del que más orgulloso me siento”.
Jesús Becerra, su hermano y anfitrión, hizo las veces de padrino del que presentó como un sobrino. “Es como un nuevo hijo”, dice del libro, un compendio de historias y vivencias donde la ficción se mezcla con la realidad y personajes de carne y hueso con otros más volátiles como Mortadelo y Filemón, Asterix y Obelix o el Lacio de la canción de Serrat, uno de los clientes más cualificados de Enrique Becerra, su casa, el restaurante que regentaba en la calle Gamazo desde sus 22 años.
El Salto de Alvarado lo protagonizó un paisano y compañero de fatigas de Hernán Cortés y su proeza cerca de Tenochtitlán le valió tener hasta una calle en Santa Clara; el Salto del Ángel, en la selva de Venezuela, es la catarata más alta del mundo; el salto de Bob Beamon en los Juegos Olímpicos de México 1968 estuvo en la cima del atletismo durante varias décadas. El Gran Salto de Becerra, estilo Fosbury de un escritor y tabernero, lo protagonizan los dos hombres que aparecen en la portada del libro. “Mi padre y mi tío Pepe, los dos con camisa blanca, los mandiles hasta el suelo, el paño en el hombro y mirando a la cafetera a presión como si fuera una diosa”.
Por su figón pasaron siete presidentes del Gobierno y trece premios Nobel. La movida cultural y la Transición política se podían seguir con las conversaciones y confidencias que se vivieron en Becerra. Una película con Harrison Ford, Keanu Reeves y Matt Damon. Una ópera con Plácido Domingo y Teresa Berganza con la guitarra de Manolo Sanlúcar y la voz de Serrat.
Unos pactos de la Plaza Nueva con Felipe González, Alfonso Guerra, José María Aznar y Javier Arenas. Un congreso de escritores con todos los que el lector se imagine y algunos más, aunque los favoritos de este neófito de las letras que siempre las llevó muy adentro eran el trío que formaban Arturo Pérez-Reverte, Juan Eslava Galán y Rafael de Cózar, de cuyo fallecimiento este diciembre se cumplirán diez años.
En su restaurante había hasta un solomillo Alatriste. Pérez-Reverte menciona a Enrique Becerra en tres de sus libros: ‘El oro del rey’, ‘La piel del tambor’ y ‘La reina del Sur’. Pero su verdadero mentor ha sido Juan Eslava Galán. “Juan me prologó mi primer libro, ‘Recetas con historia’. Me decía que buenos escritores había muchos y buenos taberneros también, pero taberneros que escribieran bien ya era más raro. Me invitó a ir su casa de la Alameda, en la calle Leonor Dávalos, y durante dos horas y media me enseñó la técnica de cómo escribir una novela”.
Su último libro lo acabó en cuatro meses, pero dedicó mucho más tiempo, “más de tres años”, a encontrar editor, “que no era el momento, que habían reducido el número de libros, así que opté por la autopublicación. Ahora tengo la ventaja de que los puedo vender por internet o en la taberna”. Un aventajado discípulo de ‘Historia de una taberna’, el libro que Antonio Díaz Cañabate le dedicó a Antonio Sánchez, el frustrado torero manchego que triunfó con la taberna que abrió en Madrid cerca del Rastro.
Su anecdotario es un pozo sin fondo. En 1973 recibió un servicio muy especial. Televisa, el canal mexicano, quería homenajear a Pedro Domecq abriendo sendas casetas en las Ferias de Sevilla y Jerez. Para la primera, Becerra se encargó del servicio. “Hubo mariachis y canciones de María Jiménez. Como no había camerinos, se habló con la caseta de detrás para que se los dejaran a cambio de comida y bebida gratis toda la Feria. Es la única Feria de Abril que se ha retransmitido entera para México”.
Los Becerra taberneros vienen de Galicia, de Tuy, la misma procedencia de Ignacio García Ferreira, el Igarfe de las crónicas de fútbol de la prensa local. Su abuelo montó un bar en la cernudiana plaza del Pan. Su padre nace en Carmona en 1928 y con diez años empieza a trabajar de botones en el teatro de San Fernando (lo cuenta Isabel González Turmo en su libro ‘Banquetes, Tapas, Cartas y Menús’). Uno de sus cometidos era repartir los programas del teatro a los clientes del Café París y otros locales de la Sevilla de entonces. Con el tiempo daría el gran Salto. En 1943 compran el local de la calle Recaredo, origen del actual Becerrita, diminutivo de un gigante.
“Hay muchas cosas que no se pueden contar y cosas que sí se pueden pero sin dar nombres”, dice el autor ante un público donde eran mayoría los antiguos alumnos del San Francisco de Paula con el refuerzo de alguna ilustre colega como Reyes Morales, de labodega de García de Vinuesa. Algunos nombres sí los dio. “Una noche me llama Javier Arenas y me dice que va a pasarse con unos amigos a tomar una cosita. El restaurante estaba a tope. Venía con invitados que habían estado en la boda de la infanta Elena”. Primavera de 1995, un año antes de que Arenas fuera ministro y vicepresidente del Gobierno. “De pronto, llega Javier Arenas y con él Manuel Olivencia, Antonio Burgos y su mujer, Pedro J. Ramírez con Agatha Ruiz de la Prada, José María Aznar con Ana Botella vistiendo un traje de Agatha Ruiz de la Prada, Camilo José Cela con Marina Castaño. Me dice Arenas que les ponga lo que yo quiera ‘pero que no falten tus papas aliñás’ y el vino lo elegía don Camilo”.
De aquella boda real guarda el recuerdo de un personaje muy entrañable. “No he conocido unos ojos más bonitos que los de Pilar Miró, eran como dos cámaras de cine. Se reunía en mi casa preparando el rodaje de la boda de la infanta. La cámara mostró lugares de la Catedral que no se habían visto nunca”. Pedro Almodóvar nunca estuvo en Becerra, pero Becerra sí ha estado en Almodóvar. “En el relato ‘Al modo Bar’ van pasando personajes de las diferentes películas del cineasta manchego”.
En Becerra se hizo la Transición de los últimos alcaldes del franquismo (Félix Moreno de la Cova, Juan Fernández, Fernando Parias) a los socialistas que llegan al poder en el 82: Felipe, Guerra, Plácido, Rafael Escuredo. Con un tributo a la UCD. “Soledad Becerril siempre estaba a plan. Se tomaba un pescado a la plancha con ensalada. Muchos domingos la veías salir del Ayuntamiento cargada de carpetas. Trabajaba como una mula”.
Ha terminado su segunda novela y tiene tres libros listos para llegar a los lectores. Ya no hay quien lo pare. Su casa era un refugio para su clientela. “No entraban ni pedigüeños ni vendedores ambulantes, sólo los dos loteros del barrio”. Un día apareció Monseñor Amigo Vallejo con mermelada de naranja del primer mercado de los conventos de clausura. Una noche se presentó a deshora un sujeto muy desaliñado. “Era de la productora de la ‘Carmen’ que protagonizó Plácido Domingo”. Teresa Berganza era asidua. “No le gustaba quedarse en hoteles. Alquilaba un apartamento en la calle Zaragoza porque decía que los días que cantaba prefería hacerse su propia pasta. Venía con su marido, que se llamaba don José, cómo si no”.
Su libro ‘La gran aventura de montar un restaurante’ ya va por la tercera edición. “Es el libro que mejor se ha vendido, ha sido libro de texto en muchas escuelas de hostelería”. En la cocina cree que no se ha hecho la Transición. “Todo lo que se da es de quinta gama. Los mismos productos porque los proveedores son los mismos. Que si tartar, que si marinado”. La historia que está escribiendo ahora transcurre entre París y Cazalla de la Sierra, tributo a la bodega Colonias de Galeón, que produce el vino ‘Ocnos’, como la obra que Cernuda escribió en el frío Glasgow.
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