Carlos Navarro Antolín
La pascua de los idiotas
La pandemia se llevó por delante al emblemático bar Casa Manolo, en pie de guerra en el número 16 de la calle San Jorge desde 1939. Pasó lo mismo con la cafetería Don Diego, con más de 40 años sirviendo las mejores tortitas con nata de la ciudad, en el 24 de Esperanza de Triana. Sevilla cambia, avanza e, irremediablemente, se transforma. Unos negocios cierran y otros abren. En los últimos tiempos, proliferan las aperturas enfocadas al turismo con nuevos hoteles y apartamentos poblando las calles. Es el caso del cine Trajano, convertido durante los 70 en la Sala X y, ahora, muda su piel para ser un hotel de lujo. Todos estos negocios tenían un rasgo en común: lo variopinto de unos carteles que ya solo quedan en el recuerdo colectivo.
Tipografías, luces y colores que conferían identidad a la ciudad y que eran seña de sus barrios. Para que no caigan en el olvido y también para poner en valor el patrimonio visual de Sevilla, la arquitecta Fabiola Muñoz y el diseñador gráfico Ricardo Barquín han organizado la muestra No hay futuro cuando se pierde el encanto, que se puede visitar en el espacio LAB Sevilla (calle Peral, 57) hasta el 16 de noviembre.
“El proyecto nace de observar rótulos que me parecían atractivos o que me recordaban un poco a mi infancia, pero que de repente empiezan a desaparecer. Donde había un edificio de viviendas con comercios abajo pasa a haber un hotel o unos apartamentos turísticos”, explica Barquín a este periódico. Un germen ligado a la reivindicación de ese “patrimonio gráfico comercial” perdido. Más allá de la nostalgia que puede dar ver el letrero de la tienda Sevilla Musical, que antes coronaba la Plaza de la Gavidia, o el mítico rótulo en verde y negro de los Multicines Alameda, los comisarios tratan de que, a través esta exhibición, se haga justicia con la artesanía en plástico.
Y es que, estos letreros "los firmaba una fábrica de rótulos o una cristalería, pero todavía no se ha reivindicado su trabajo y hay verdaderas obras de artesanías hechas en metacrilato o serigrafía". Barquín lo compara con esa artesanía –tan arraigada en la ciudad– que elabora joyas de cerámica o con la que diseña guitarras flamencas. "No se ha hablado de los genios que teníamos ocultos", reflexiona el diseñador, algo que puede deberse a la propia concepción del material: "El plástico ha nacido en esta época y al ser un bien de consumir, usar y tirar, no le damos valor, pero a la hora de ir recopilando estos rótulos y restaurarlos nos hemos dado cuenta de que hay verdaderas obras de artesanía en un momento en el que no existía ni el corte láser ni ninguna de las herramientas que tenemos ahora para trabajarlo".
En la exposición no solo hay rótulos. También nutren la muestra otros formatos tradicionales como papeles de envolver de comercios como la tienda de golosinas Antojos de Nervión, bolsas o las extintas filminas, formatos publicitarios de negocios como Talleres Adones o la confitería La Gloria que se proyectaron en los cines sevillanos durante los años 60. Pero también, pizarras que indican los precios en pesetas. Piezas que abren un espacio a la reflexión y a la mirada de la Sevilla del pasado y del futuro. De dónde venimos y hacia dónde caminamos.
“Imagínate La Campana sin que estuviese la confitería abierta, realmente se convertiría en un nombre fósil. Lo mismo pasa con la Cuesta del Bacalao o con tantos otros ejemplos”, recalca Barquín para denunciar el entorno patrimonial gráfico de la avenida de la Constitución. “Por la declaración BIC que tiene esa vía, les han obligado a retirar sus rótulos y uniformizarlos para no romper la estética. Curiosamente, ninguna de las franquicias que pueblan toda la avenida se han inmutado, solo han quitado el último que quedaba auténtico que era el de Calzados Catedral”, señala el diseñador gráfico, pero también advierte sobre lo que está ocurriendo en el barrio de Santa Cruz, donde apenas quedan comercios tradicionales e imperan los negocios “de souvenirs, regalos y tiendas de comida rápida para turistas”.
De esta pérdida de identidad viene, precisamente, el nombre de la exposición. “Es una letra del grupo Pony Bravo y creemos que le daba todo el matiz de lo que queremos denunciar”, indica el comisario. Sobre el futuro de las piezas cuando acabe la exposición, también tiene una clara idea de lo que les gustaría que pasara. "Para nosotros lo más importante sería que esta colección estuviese accesible y visitable para toda la ciudadanía", apostilla Barquín y hace especial hincapié en que su deseo es que los fondos sean asumidos por una institución pública, "porque consideramos que todo esto es patrimonio, al igual que lo que hay en el Museo de Bellas Artes o el legado religioso que hay en la sacristía de una iglesia".
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