El río, mucho más por dragar

Puntadas con hilo

Desde la playa de Rojas-Marcos, a las piscinas olímpicas de Zoido o el ‘microdomos’ de Espadas, el Guadalquivir sigue siendo una arteria urbana donde se acumulan sin mucha suerte los proyectos

Turistas fotografían la ciudad desde uno de los barcos que recorre a diario el río. / Juan Carlos Vázquez
María José Guzmán

18 de marzo 2017 - 23:49

Los proyectos se acumulan en el fondo del río, como las bicicletas viejas y la basura que salen a flote cada vez que se acomete una limpieza en el tramo urbano del Guadalquivir. Ahora que el dragado de profundidad se ha enterrado es el momento de pasar página en este capítulo politizado y manoseado, pero no cerrar el libro de las oportunidades desaprovechadas del río en Sevilla, donde hay mucho más que despejar, con o sin draga.

Estos días en los que ya se asoma la primavera y los muelles se llenan de turistas, también sevillanos, lampando por un rayo de sol, resucita el espíritu de Rojas-Marcos y su idea de crear una playa fluvial en San Jerónimo: 60.000 metros cúbicos de arenas, oleaje artificial, capacidad para 2.000 personas y, sobre todo, chiringuitos para rentabilizar una inversión de 566 millones de las antiguas pesetas. Muchos rieron a carcajadas esta ocurrencia del megalómano andalucista, que se llegó a encargar a un reputado ingeniero.

Pero, mandato tras mandato, el anhelo sevillano de lograr que Sevilla tuviera una playa más acá de Matalascañas, una reedición moderna de la playa de María Trifulca de la Punta del Verde, ha resurgido con más o menos fuerza en varios alcaldes.

Alfredo Sánchez Monteseirín ideó su “Enclave de río”, un proyecto que se quería poner en marcha en 2006 y que no era una playa, pero casi casi. En concreto, consistía en la puesta en marcha de un solárium en la ribera del Guadalquivir, más exactamente en el Paseo Rey Juan CarlosI que, aunque no permitiría el baño, ofrecería tumbonas, sombrillas, césped artificial y agua mediante aspersores para tomar el sol. Algo así como la conocida playa de París situada a orillas del Sena. La idea era revitalizar el espacio fluvial de la dársena del Guadalquivir, entre el Puente de Triana hasta la Corta de San Jerónimo.

Con baño o sin él, casi todos los alcaldes han ideado proyectos para hacer una costa urbana

Lo mismo que quiso hacer Zoido con sus piscinas olímpicas, por las que apostó también sin suerte. Su modelo fue el de Ámsterdam y Berlín, piscinas fluviales que serían el complemento al fallido Paseo del Arte. La primera propuesta –el proyecto finalmente quedó desierto– constaba de tres edificios de baja altura, para poder seguir viendo el río desde Torneo, que se destinarían a usos recreativos y culturales.

Del mapping sobre el río o de la zapata de azulejos ya no hay que hablar. Ya se descartaron.

Y luego llegó Juan Espadas con su proyecto Guadalquivir, que proponía la recuperación de las márgenes del río entre las antiguas instalaciones de Altadis y el muelle de las Delicias hasta San Jerónimo con cinco actuaciones señeras, punteras e innovadoras que servirán para potenciar el desarrollo turístico, de ocio, restauración, deportivo y medioambiental de la ciudad. Así se vendió en la campaña electoral. La propuesta contempla dos nuevas pasarelas peatonales sobre el río, un centro cívico para Los Remedios en las antiguas instalaciones de Altadis, algo así como una puerta al río, y una gran plaza fluvial en el entorno de Plaza de Armas. Su proyecto se fijaba en Bilbao. De hecho, algunos aspectos estaban inspirados en la Alhóndiga, con un nuevo muelle para embarcaciones y servicios náuticos de alta calidad. Y también en la plaza del Comercio de Lisboa o la plaza de la Ópera de Oslo.

Y por último estaba el microdomos, nombre dado a la zona que comprende desde el puente de la Cartuja hasta el Puente de la Barqueta, donde se establecería una gran zona de juego y ocio para niños y jóvenes mediante el desarrollo de actuaciones concretas: creación de puntos de acceso desde la calle Torneo con rampas, ascensores y escaleras mecánicas; museo al aire libre de esculturas y artefactos; áreas de ocio activo; canchas multiuso para la práctica del deporte infantil; área de recreo y conocimiento del río, plaza inundable, juegos relacionados con el agua, teatro al aire libre y concesión de licencias para la apertura de instalaciones de restauración a dos niveles desde la calle Torneo. Y luego se construiría una gran cancha deportiva para 4.000 personas al día desde el puente de la Barqueta hasta el puente del Alamillo, con sendas de paseo, carriles bici, pantalanes para pesca y pistas de deportes de calle como pádel, baloncesto, petanca, etcétera. Además, se ampliará el espacio del que actualmente dispone la Escuela de Remo de Sevilla y se concederían licencias para la apertura de dos instalaciones de restauración a dos niveles desde la calle Torneo.

Sevilla ha querido ya emular a ciudades como París, Lisboa, Oslo o Ámsterdam

¿Era todo? No. Había un quinto proyecto, el denominado San Jerónimo Natura que, aprovechando la restauración y reforestación del cauce del Guadalquivir pretendía convertir este enclave en una zona de ocio y medioambiental, con pantalanes flotantes, programas de restauración, circuito de footing y una playa urbana. Otra playa. El antojo de muchos sevillanos.

Dos años de mandato y ya es difícil acordarse de todas estas promesas, pero ahí están. La reordenación de los suelos del Batán ya está desbloqueada, pero Sevilla Park sigue siendo un proyecto en el aire y hay otros atractivos que se han ido desinflando o se han desvanecido, como la noria de las Delicias. Proyectos para dar vida al río –que sigue captando cruceros y turistas, que cuenta con una biblioteca con pocos libros, muelles renovados y un centro de interpertación a la espera de ser rematado–, pero que acaban en el fondo, a la espera de que alguien llegue para dragar. Es otro dragado que no depende de Bruselas ni de informes medioambientales. Sino de la voluntad política y la captación de las inversiones necesarias. Un río de oportunidades que nunca llegan.

Retales

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