“Me voy al Rinconcillo viejo y amarillo”

calle rioja

Durante cuatro siglos, el local perteneció al monasterio de San Clemente

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“Me voy al Rinconcillo viejo y amarillo”

21 de diciembre 2024 - 03:09

Cuando abrió El Rinconcillo en 1670, todavía vivían Murillo, que lo frecuentaría más de una vez, y Calderón de la Barca, al que le quedaba más lejos. La historia de esta taberna con tres siglos y medio largos de historia la cuenta en un libro Fátima Rosado de Rueda. Tiene una doble ventaja para hacerlo. Estudió Historia del Arte en la Universidad de Sevilla y es tataranieta de Joaquín de Rueda Bustamante, montañés originario de Corvera de Toranzo que en la disyuntiva entre jándalo o indiano optó por lo primero y eligió Sevilla como tierra de promisión. El 4 de octubre de 1864 le compró el local a su anterior propietario, Damián Martínez de Nicolás, por una cantidad de cuarenta y cinco mil reales.

El libro, bellamente editado por Padilla, tiene la virtud de que cuenta la historia de Sevilla, por no decir de España por el papel hegemónico que la ciudad tenía esos años, a partir de un negocio de vinos cuyos orígenes se remontan a la conquista de Sevilla por Fernando III. Por los Repartimientos de su hijo, Alfonso X, primero a un tal Alfonso Pérez, después a Martín Martínez, el solar del futuro El Rinconcillo (el origen del nombre se debe a su doble condición de “Rincón y Posada”) queda vinculado al monasterio de san Clemente, uno de los más antiguos de la ciudad. Una relación que se mantiene desde 1450 hasta 1836, año de la desamortización de Mendizábal y que se documenta en el libro de la profesora Mercedes Borrero.

El libro de Fátima ya fue presentado en su momento por Enrique Valdivieso, profesor de la autora. El prólogo es de Rafael Cómez, catedrático de Historia del Arte que participó en un debate sobre el libro en la librería Botica de Lectores de la calle Alhóndiga, la más cercana a El Rinconcillo. En la segunda planta de la librería había tres alumnos de Arte Islámico del profesor Cómez: Juan Clemente Rodríguez Estévez, de Villablanca (Hueva), a quien le dirigió una tesis doctoral sobre las canteras de la Catedral de Sevilla; Fátima Rosado de Rueda, autora del libro, y Carmen Muñoz, de Morón, que participó con su condiscípula en la transcripción de algunos de los documentos que investigaron en el Archivo del Monasterio de san Clemente. Las dos historiadoras del Arte se quedaron unos días en la hospedería del monasterio. “La suerte para mi investigación es que durante casi cuatro siglos El Rinconcillo estuvo vinculado con las monjas de San Clemente”.

La autora muy niña aparece en una foto familiar en el libro (pág. 191). Se considera una afortunada. “Lo tenía todo al lado: no sólo la taberna y la familia, también la iglesia de Santa Catalina en la que estoy bautizada (y de la que ha sido archivera), el Archivo Histórico Provincial, la Hemeroteca Municipal”. Ya dice en alguno de sus libros Julio Muñoz, Rancio, que media Sevilla conoce la calle Almirante Apodaca por la Hemeroteca y la otra media por El Tremendo, el almirante gaditano que al hijo de Juan Miguel Vega le sonaba de niño a un marino japonés como contó su padre en el pregón de Semana Santa, un género muy unido a la historia de El Rinconcillo.

Para preparar mi intervención no sólo leí el libro, que es muy recomendable y está muy bien escrito. La autora mantiene que el clásico Coronel, el popular vino que todavía se sigue sirviendo, es un derivado del Valdepeñas, mientras que Manuel Barrios, en su novela La Espuela, que dedica algunas páginas al local, lo asocia con el Rioja. Ribera de Alhóndiga en cualquier caso. Esquina con Gerona, antigua calle Sardinas. Otro método fue bajarme del 32 en Ponce de León y recorrer el entorno.

El Rinconcillo representa un Greenwich Village de la ciudad. En la plaza de los Terceros, donde se encuentra la librería de viejo de Ignacio Sánchez Meléndez, una placa recuerda que allí vivió Salvador Valverde, bonaerense de cuna y de tumba, autor de joyas como Ojos verdes, que pasó por Sevilla en sus exilios itinerantes. En la misma acera de la taberna estuvo la residencia donde se alojó el joven estudiante Juan Ramón Jiménez en 1896; en la de enfrente, en una casa se ven las iniciales G. P. V. (Guillermo Pérez Villalta). El 5 de enero de 1937 nace en la calle Gerona el americanista Luis Navarro García. Una de las calles perpendiculares es Feijoo (por el dominico gallego), antigua calle de El Huevo donde estuvo el taller de calzado de Antonia Maldonado donde aprendió el oficio de zapatera Ángela Guerrero, hoy Santa Ángela de la Cruz, que según su biógrafa Gloria Gamito superó un delicado estado de salud con unas pavías de bacalao. Una de las especialidades de El Rinconcillo. Hay en la calle una casa de Aníbal González, un bar Dueñas donde se juega al ajedrez y se reúnen los de Cuadernos de Roldán y una calle perpendicular con el nombre de un convento, Espíritu Santo. Allí tenía su estudio el maestro de baile al que recordaba Jesús Quintero en la dedicatoria que aparece en el libro de firmas de El Rinconcillo: “El Rinconcillo no es mi casa, es mi hogar. Aquí pasé las mejores tertulias de mi vida con el mejor bailaor de la historia: Enrique el Cojo”. Una de sus alumnas más distinguidas era la duquesa de Alba. Martín Cartaya los inmortalizó en una foto que es un cartel de buen gusto.

Además del Loco de la Colina, hay hermosas rúbricas de Harrison Ford, Rosalía, que salió encantada con los tocinos de cielo y las espinacas con garbanzos, la tenista Maria Sharapova, el actor Harrison Ford, un chiste gráfico de Josele, un poema con beso de Aute, unos versos ilustrados de Moncho Borrajo y la firma de Carlos Herrera: “Una cosa es un rincón y otra un Rinconcillo”. Está la firma de Valery Giscard d’Estaing. El Rinconcillo tuvo entre sus propietarios o arrendatarios varios taberneros franceses y la cocina de ese país se puso de moda con la Corte de los Montpensier. Benito Moreno lo inmortalizó en una bellísima canción que recoge la autora: “Me voy al Rinconcillo / viejo y amarillo / allí está la tuna / siempre inoportuna”. Ha sido histórico lugar de tertulias. Hace cuatro décadas, en 1984, una de ellas llegó a editar un opúsculo, los Papeles del Rinconcillo. Un grupo en el que estaban, entre otros, Rogelio Reyes, Rafael de Cózar, Pedro M. Piñero, José Luis López, Pablo del Barco, Javier Criado, con el camarero Carlitos de maestro de ceremonias. Ha habido tertulias cofrades: Antonio Rodríguez Buzón, el que salió a hombros en 1956, hizo el pregón del tercer centenario del local (1670-1970) y aparece junto a un joven Manuel Melado, parroquiano habitual. Enrique Henares, el que lo dio el año que triunfa Manzanares, era cliente habitual. El Rinconcillo acogió las reuniones del jurado de los premios de relatos Ciudad de Sevilla. Con Dani Pinilla como catalizador, aquello se convirtió en una tertulia literaria en la que a los postres todos esperábamos las recomendaciones literarias del presidente del jurado, Alfonso Guerra. El comisario de la exposición sobre los Machado. A dos pasos de El Rinconcillo nació Antonio, en el Palacio de Dueñas; y se casó Manuel, en la iglesia de San Juan de la Palma.

Por bendita deformación profesional, Fátima Rosado de Rueda imagina entrando en el local a algunos de los artistas vinculados con la zona: Felipe de Ribas arrendará el local en 1641 como estudio de sus trabajos de imaginero, discípulo de Juan de Mesa y Martínez Montañés y es el autor del retablo de San Clemente; Leonardo de Figueroa, el arquitecto que con sus hijos Matías y Ambrosio intervino en la iglesia de Santa Catalina; o José Espiau y Muñoz, arquitecto al que su familia le encargó en 1912 el edificio definitivo tras la unión de los solares de Alhóndiga y Gerona. El mismo autor del hotel Alfonso XIII cuya casa familiar destacaba en la plaza Cristo de Burgos.

Mucha gente se ha implicado en las diferentes conmemoraciones. El cartel de Juan Romero, el documental de Paco Robles y Lola Chaves. La contraportada de Alexandra del Bene. Como escribe Rafael Cómez en el prólogo, Fátima Rosado de Rueda, la niña de la foto, familia de Carlos y Javier de Rueda, doble cabeza visible del legado montañés, ha escrito una historia de Sevilla desde una esquina. Una de las más procelosas para los vehículos en el giro a Gerona, que en Sevilla gracias a Galdós tiene una calle más vistosa que Barcelona.

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