La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Más allá de la voz de la Laura Gallego
El adiós a Cayetana de Alba
Estaba hecha para la fama. No sólo por la larga lista de títulos nobiliarios que poseía, sino -y muy especialmente- por su personalidad. Una aristócrata que nunca rehuyó el foco de las cámaras, sobre todo cuando se encontraba en Sevilla, de cuyas fiestas ha sido siempre una fiel anfitriona. Hasta tierras hispalenses trajo a Grace Kelly y Jacqueline Kennedy en la Feria de Abril. De Picasso le llegó la propuesta de ser La Maja del siglo XX y en su adolescencia tuvo como confidente a la mismísima reina de Inglaterra, Isabel II. Así ha sido la vida de Cayetana de Alba, una mujer que un día hablaba con Ava Gardner y otro con Pepe Luis Vázquez.
La duquesa de Alba vino al mundo en los felices años veinte, una década de vanguardias artísticas a las que su padre, quien le inculcó el amor por la cultura, no permaneció ajeno. Se crió rodeada de óleos de los pintores más celebres. Corretear por pasillos entre cuadros de Rubens o Zuloaga fue una constante en su vida. Siempre se definió como monárquica, institución que nunca dudó en defender -llegó a pedir permiso al rey Juan Carlos para casarse con Alfonso Díez, su tercer esposo- y con la que mantuvo una estrecha vinculación desde niña. No en vano, recién llegada al colegio parisino de la Asunción recibió la visita del entonces monarca español, Alfonso XIII, tras ser operada de apendicitis. En la adolescencia tampoco fue ajena a la realeza. Durante la Segunda Guerra Mundial se hizo amiga íntima de Isabel II durante su estancia londinense, aquellos años en los que eran frecuentes los almuerzos entre su padre y Winston Churchill, encuentros en los que Cayetana de Alba asistía como una convidada más, y no precisamente de piedra.
Su afición por el arte la cultivó en varias facetas. Sin ser actriz (y no porque le faltaran ganas) forjó una gran amistad con los principales rostros del celuloide en la época dorada de Hollywood. En estos años se codeó -con la compañía de su primer esposo, Luis Martínez de Irujo- con actores como Charles Chaplin o Cary Grant. Con este último intérprete mantuvo su amistad hasta morir en 1986.
Era época de fiestas sociales en las que Cayetana de Alba brillaba con luz propia. Su personalidad se convirtió en el anzuelo perfecto para cultivar grandes y duraderas relaciones en ámbitos que hasta entonces estaban vetados a la aristocracia. Poco le importaba a esta noble dejar a un lado las convicciones propias de su clase y fotografiarse con actrices como Sofía Loren y Claudia Cardinale. Un soplo de aire fresco en una España en blanco y negro -bastante mojigata todavía- donde la libertad de espíritu de la duquesa no acababa de encajar.
Sus relaciones a nivel internacional consiguieron que en 1966 por el real de la Feria -entonces en el Prado de San Sebastián- pasearan Jacqueline Kennedy y los príncipes de Mónaco, Rainiero y Grace Kelly. A la elegante esposa del presidente norteamericano se la vio en la Maestranza, visitando el Real Alcázar, posando bajo los toldos de una caseta y pisando el mismo albero por el que andaba su principal adversaria en belleza: Grace Kelly, que compartió con Cayetana de Alba paseo de caballos vestida de flamenca.
El baile fue otra de sus facetas artísticas predilectas, junto a la pintura, con la que llegó a coquetear. Varios vecinos del Palacio de las Dueñas recordaban estos días sus clases de baile en la cercana academia de Enrique el Cojo, su gran maestro en esta disciplina, junto a Pastora Imperio (cuyo monumento en la confluencia entre las calles O'Donnell y Velázquez sufragó), Matilde Coral y María Rosa. Tampoco disimuló su afición por el flamenco ni por los toros. Gustos que en su momento resultaban impropios de la nobleza.
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