Un regalo de Dios inmenso

La procesión fue un testimonio público de fe, una invitación a la oración y una llamada a la conciencia

Procesión de clausura del II Congreso Internacional de Hermandades y Piedad Popular
Procesión de clausura del II Congreso Internacional de Hermandades y Piedad Popular / Juan Carlos Muñoz

11 de diciembre 2024 - 06:50

En un tiempo en el que el bullicio y la prisa parecen ocupar cada rincón de nuestras vidas cotidianas, el II Congreso Internacional de Hermandades y Piedad Popular, celebrado en Sevilla, ha sido una oportunidad para vivir de forma profunda el encuentro, la celebración, la contemplación, la reflexión y el compromiso. Ante este acontecimiento, se hace justo elevar una acción de gracias sincera y profunda: gracias a Dios, origen y destino de nuestra existencia; gracias a la Santísima Virgen, intercesora y madre amorosa de todos nosotros; gracias a la Iglesia, nuestra casa común que nos congrega y nos envía al mundo; y gracias a todas las instituciones y personas que han colaborado con generosidad en la organización de este encuentro inolvidable: Arzobispado, Consejo General de Hermandades, Cabildo Catedral Cofradías, Hermandades y Cofradías de la Archidiócesis; Junta de Andalucía, Ayuntamiento, Diputación Provincial, Delegación del Gobierno; Policía Nacional, Policía Local, servicios públicos municipales; instituciones de la ciudad, entidades, medios de comunicación y una multitud de voluntarios; a todos ellos quiero manifestar un justo y necesario reconocimiento. Su dedicación, su esfuerzo y su espíritu de servicio han sido un ejemplo de lo que significa vivir la dimensión apostólica de la fe de manera concreta. Gracias a ellos, el Congreso se desarrolló de manera espléndida, ofreciendo a los asistentes momentos que quedarán grabados en la memoria de todos.

La gratitud es una virtud profundamente arraigada en la Sagrada Escritura, en donde la acción de gracias aparece más que como una simple expresión de reconocimiento: es un acto de contemplación y alabanza que rinde cuentas de la acción de Dios en la misma historia. El salmista exclamaba: “Dad gracias al Señor porque él es bueno, porque es eterno su amor” (Sal 136,1). 

Esta misma actitud de gratitud y alabanza ha marcado el corazón de quienes participaron en el Congreso, que concluyó con un momento singular de contemplación: la procesión de clausura, que recorrió las calles de Sevilla como acto final. La procesión fue, ante todo, un testimonio público de fe, una invitación a la oración y una llamada a la conciencia de todos los que tuvimos la oportunidad de participar y presenciarla. Cada paso, cada estampa, cada instante de silencio y cada oración que se elevaba al cielo se convertía en un eco de aquella acción de gracias que nos llama a reconocer las maravillas de Dios en nuestra vida y en nuestra historia. Los asistentes al Congreso pudimos experimentar en esta procesión una manifestación profunda de la gloria de Dios. Al contemplar los misterios de la vida de Cristo y de su bendita Madre, representados en las distintas imágenes, fuimos invitados a reflexionar sobre el significado último de la existencia humana. Esta experiencia fue en verdad una expresión de devoción personal, una proclamación común del amor y la misericordia de Dios, un testimonio que resonó en los corazones de los creyentes, pero también de aquellas personas que se sienten alejadas de la vida de fe y que fueron tocadas por la inquietud de la pregunta. 

La Piedad Popular, como bien recordó el Congreso, no es una manifestación secundaria o inferior de la fe cristiana. Es, ante todo, una expresión viva y fecunda de la fe del pueblo de Dios, que encuentra en sus tradiciones un cauce para expresar su amor a Cristo y a su Madre. La procesión de clausura fue, en este sentido, un signo visible de esa fe viva, que se renueva y se transmite de generación en generación. El II Congreso Internacional de Hermandades y Piedad Popular de Sevilla ha sido, por todo ello, un verdadero don de Dios, un regalo inmenso. Ha renovado en los corazones de muchos el compromiso de vivir su fe con autenticidad, ha fortalecido los lazos de hermandad entre comunidades y ha ofrecido al mundo un testimonio público del amor de Dios. Hoy, como comunidad creyente, elevamos nuestra acción de gracias a Dios, a la Virgen, a la Iglesia y a todos los que hicieron posible este encuentro. Que esta gratitud se traduzca en un compromiso renovado de servicio y evangelización, para que, como enseña el Evangelio, podamos ser sal de la tierra y luz del mundo (Mt 5,13-14). Que el eco de este Congreso siga resonando en nuestras vidas y que, inspirados por la piedad popular, sigamos construyendo hermandades más unidas, solidarias y comprometidas con la misión de anunciar a Cristo al mundo entero.

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