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Una recuperación histórica: la Pompeya oculta de Cantillana

Patrimonio

La Hermandad de la Soledad saca a la luz pinturas murales del siglo XVIII inspiradas en la antigua ciudad romana

La decoración del camarín va acorde con el retablo, puente entre el barroco y el neoclasicismo

Acceso al camarín de la Virgen de la Soledad donde se desarrollan los trabajos de restauración. / Antonio Pizarro

"Era algo que se intuía, pero no se ha constatado hasta hace poco". La frase la pronuncia Antonio López, restaurador que recupera desde la pasada Semana Santa, junto a Gabriel Barranca, las pinturas murales que han estado cubiertas desde hace más de un siglo en el camarín de la Virgen de la Soledad, patrona de Cantillana. Se trata de uno de los trabajos patrimoniales más importantes que se acometen actualmente en la provincia de Sevilla y que, una vez finalizados, dotarán al conjunto ornamental del aspecto original con el que fue concebido a finales del XVIII, una época que sirvió de puente entre el último barroco y el neoclasicismo que ya imperaba en Europa.

Para entender la importancia de estas pinturas hay que trasladarse a la fecha de su ejecución: 1793/95, cuando los entalladores José Mayorga y Manuel Cahetano da Cruz realizan el retablo que les había encargado la corporación del Viernes Santo cantillanero para venerar a su titular. Casi medio siglo antes, había sido descubierta cerca de Nápoles la ciudad de Pompeya, que fue sepultada en el año 24 de la era cristiana bajo las cenizas tras la erupción del Vesubio.

Aquel hallazgo arqueológico, junto a otros de la centuria decimoctava, trajeron a las artes el neoclasicismo, corriente que convivió con los gustos barrocos aún vigentes. El retablo de la patrona de Cantillana constituye un claro ejemplo de esta simbiosis. Lo es, además, en todo sus aspectos: en diseño, talla y pinturas murales. "Se sigue usando un lenguaje barroco en el propio retablo y sus elementos, como el camarín, que es una creación de este estilo, pero en la decoración se vislumbra ya un concepto más depurado, con líneas más clásicas, donde la escasa ornamentación toma las referencias del arte romano", explica Antonio López.

Las pinturas murales recuperadas se inspiran en la decoración de las casas de Pompeya. / Antonio Pizarro

Las pinturas murales que hasta ahora han sido recuperadas constatan la similitud con los motivos decorativos de las casas de Pompeya, que permaneció conservada durante siglos bajo las cenizas del Vesubio. Guirnaldas, cintas y flores se van superponiendo en una delicada variedad cromática dentro del camarín, al que otorgan un aspecto bien distinto al conocido hasta hace poco. Todo concuerda: el retablo con esta ornamentación. De hecho, las guirnaldas de madera tallada que cuelgan de la embocadura del camarín (donde ahora se encuentra la Virgen de la Soledad) son idénticas a las que han salido a la luz.

La decisión de acometer esta restauración se produjo al intervenir en una de las piezas de madera que se había desprendido de una puerta de acceso al camarín. En ese momento se retiraron en una pequeña zona, a modo de prueba, las cuatro capas de repinte sintético verde que han cubierto esta estancia desde finales del XIX. Fue entonces cuando se despejaron todas las dudas: ahí estaban las pinturas murales que acababan de darle sentido al conjunto del XVIII levantado en honor a La patrona cantillanera.

El restaurador Antonio López explica los trabajos que se llevan a cabo en el camarín. / Antonio Pizarro

Los trabajos, aunque avanzan según lo previsto, no están siendo nada fáciles. Las pinturas se realizaron al temple, lo que obliga a ser extremadamente cautelosos a la hora de intervenir en ellas, de modo que se pueda retirar el repinte sintético sin dañar la base original. Con tal fin, se ha elaborado una disolución específica. Se prevé recuperar el 85% de esta ornamentación de estilo pompeyano, en la que también se empleó pan de oro en varios motivos. El tiempo de ejecución es de un año, aunque puede que se alargue, ya que la restauración no sólo concierne a las pinturas, sino a todo el conjunto: piezas de talla, vidrieras y nueva iluminación.

La Virgen de la Soledad se encuentra ahora mismo en la embocadura de su camarín. / Antonio Pizarro

En estos elementos debe destacarse que en su diseño se combinó a la perfección una mezcla que era muy habitual desde el mudéjar y que se potenció en el barroco: la yesería y la madera que, a ojos del espectador, resultan difíciles de distinguir, al estar ambas materias cubiertas con pan de oro. Las vidrieras de la ventana que sirve de punto de luz (algo también propio de los camarines barrocos) son las originales del siglo XVIII y en ellas se emplean tonos azules, amarillos y blancos junto al anagrama de María. También serán restauradas por especialistas. Mención especial requieren aquí las puertas, donde se encuentran tallados los símbolos de la pasión, y la venera que remata la ventana (que comunica con el cementerio de Cantillana), de la que también se recuperará su policromía original, realizada a base de tonos dorados y rojizos.

A la izquierda, el aspecto de los muros antes de la restauración. Y a la derecha, su fisonomía original. / Antonio Pizarro

El coste de estos trabajos supera los 20.000 euros, una cantidad para la que la corporación ha puesto en marcha una campaña de recogida de donativos en el municipio, donde se tiene constancia de la devoción a la Virgen de la Soledad desde 1583, a través de unas mandas testamentarias. El actual santuario, situado sobre un montículo, a las afueras de la localidad, fue levantado en el siglo XVIII, después de que el templo anterior quedara en un deficiente estado tras el terremoto de Lisboa. Se diseñó de una sola nave y atendiendo a los postulados estilísticos de aquella época, que fueron evolucionando desde el último barroco al neoclasicismo, un puente entre dos corrientes del que es perfecto ejemplo este camarín, donde permanecía oculto una valiosa evocación de Pompeya.

Una hermandad revitalizada

La Hermandad de la Soledad de Cantillana afronta desde hace más de una década una interesante apuesta por la recuperación de su patrimonio, tanto material como cultual. A este propósito obedece la restauración de su magnífico conjunto de palio y manto bordados, que en su día perteneció a la Hermandad de los Panaderos de Sevilla. El manto, en concreto, está considerado como el precursor inmediato del de malla que Juan Manuel Rodríguez Ojeda diseñó para la Macarena en 1900. A ello se une que en el cortejo penitencial del Viernes Santo haya vuelto a incorporarse el paso de la urna del Cristo Yacente, una pieza del siglo XVIII.

En el ámbito cultual también se ha recuperado el ancestral acto del Descendimiento, pensado para las imágenes articuladas de Cristo (como es el caso) y que representa el momento en que Jesús, tras morir en la cruz, es desclavado del santo madero y llevado a la sepultura. También se ha conseguido que vuelva a ser festivo local el Viernes de Dolores, cuando la corporación celebra su función principal. La cofradía ha logrado mantener durante los siglos la tradición de la puja antes de acabar la procesión del Viernes Santo.

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