El reconocimiento cabe en un aplauso
Palmas por bulerías para decirle el último adiós a la duquesa
Palmas por bulerías. La alegría de la fiesta para la hora de la muerte. El último viaje de una duquesa viajera no podía ser de otra forma. Quien ha gozado de la vida y le ha plantado cara a sus duquelas se merece el aplauso más flamenco.
Sol de un noviembre disfrazado de primavera. Una Avenida de la Constitución que ya presentaba las credenciales de diciembre. Las luces de Navidad estaban colocadas. Por debajo de ellas discurría el féretro de la duquesa. Aquí, en Sevilla, no hace falta ponerle el título. Cayetana es la aristócrata de la ciudad. Hizo de la ciudad su ducado en ese amor correspondido que bien describe el arquitecto Rafael Manzano, conocedor metro a metro del Palacio de las Dueñas: "Cayetana se enamoró de Sevilla y la ciudad se enamoró de ella".
El funeral había concluido. Las autoridades ya estaban retiradas. La familia se había quedado delante de la Puerta de San Miguel. La duquesa era ya de la ciudad. Lo ha sido siempre y muy especialmente desde que el jueves abandonó su palacio de la calle Dueñas, el del limonero y la fuente de Machado, para dirigirse al Ayuntamiento. Fue en ese momento cuando el público la aplaudió como a ella más le gustaba. Con ese compás que siempre fueron a juego con sus manos. Retales de años de aprendizaje con Enrique El Cojo. Una duquesa que hizo de lo popular la más noble de las artes.
Palmas que no le faltaron otro otoño aún cercano. Aquel 5 de octubre se descalzó delante de su palacio. Se quedó con las medias de rejilla, las que dejaban entrever los apósitos en los dedos. No le importó ser la comidilla de los programas que rellenan horas con vidas y miserias ajenas. A cierta edad se está de vuelta de todo. Se arrancó a bailar. Y el público la jaleó. Fue el día de su tercer matrimonio. Cayetana compartió con la ciudad su gozo. Y ayer Sevilla la volvió a corresponder. La duquesa se iba satisfecha. La muerte le había llegado en esta tierra. Palmas, muchas palmas a quien no le hizo falta escuchar a Sinatra para vivir a su manera.
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