Un realojo, un atropello y 11 balazos
El albergue de inturjoven
El desafortunado realojo en el albergue de la calle Isaac Peral de una familia gitana que había estado involucrada en un tiroteo en el Vacie días antes dio lugar a uno de los crímenes más brutales de los últimos años: el asesinato de un celador del Hospital Virgen del Rocío que atropelló de manera leve a una niña.
EL albergue de Inturjoven de la calle Isaac Peral, muy cerca de la avenida de la Palmera y de la Jefatura Provincial de Tráfico, quedó marcado para siempre por la tragedia ocurrida en sus puertas la tarde del 8 de enero de 2006. Allí murió tiroteado Gaspar García Toribio, un hombre de 64 años que trabajaba como celador en el Hospital Virgen del Rocío. Era uno de los últimos domingos que García tenía que trabajar. Estaba ya muy cerca la fecha de su jubilación. Buscaba un lugar para aparcar en las callejuelas próximas a la avenida de la Palmera, desde donde ir luego al trabajo dando un breve paseo. Circulaba muy lento, pero no tuvo tiempo de frenar antes de atropellar a una niña que cruzó la calle corriendo justo cuando él pasaba. García Toribio le dio un golpe a la menor y detuvo su coche para interesarse por ella. Ni siquiera llegó a salir del vehículo. El padre de la niña le vació dos cargadores. Recibió once balazos.
El Citroën Xsara Picasso del celador quedó parado en mitad de la calle, con la puerta del conductor abierta y éste muerto en una postura extraña. Tenía un pie fuera del coche, con el que se disponía a salir del mismo. El resto del cuerpo estaba echado sobre el asiento. Los impactos de bala atravesaban la luna delantera y el cristal de la ventanilla del Citroën. Así lo encontraron la Policía y los médicos del 061, que sólo pudieron certificar que había muerto. Cuando llegaron los agentes, el autor de los disparos ya había huido. Luego diría que se marchó en una bicicleta y que con ella llegó hasta Portugal. Algo difícil de creer para un tipo que podía pesar cerca de 150 kilos.
El asesino era Ricardo Suárez, un vecino del asentamiento chabolista del Vacie cuya familia se había visto implicada ocho días antes en un tiroteo con otro clan de gitanos portugueses. El Ayuntamiento, en una de las más nefastas políticas sociales que se recuerdan en Sevilla, decidió sacar del poblado a los Suárez y realojarlos en el albergue de Inturjoven, en el que por entonces no había nadie porque estaba cerrado durante la temporada de Navidad. El lunes 9, el día siguiente del tiroteo, los Suárez se tendrían que haber marchado de nuevo al Vacie.
Por si el hecho de que el Ayuntamiento mantuviera realojado al asesino sin ningún tipo de control sobre él ni sobre su familia fuera poco, luego se conoció que aquel realojo a pensión completa costó a las arcas públicas más de 6.500 euros. Lo pagó la Consejería de Bienestar Social e Igualdad de la Junta. Nadie comprobó que Ricardo Suárez y su mujer tenían cada uno una nómina de 1.200 euros al mes, puesto que trabajaban como vigilantes de obras. Las autoridades se limitaron a realojarlos sin más. Nunca debieron estar allí el día que Gaspar García pasaba con el coche. El asesino ni siquiera comprobó que a su hija no le pasaba nada. Simplemente abrió fuego nada más ver que un coche atropellaba a la niña. Una práctica que, por desgracia, no era la primera en España cuando se producía algún atropello a un niño gitano.
El asesino se entregó unos días después en Portugal, adonde fue a buscarlo su abogado, Javier del Rey. Le acompañaba el periodista de Antena 3 Manuel Prieto, que entrevistó al asesino en una estación de servicio portuguesa, horas antes de que se produjera su entrega en el puente sobre el Guadiana. "Estoy arrepentido y triste de haber hecho lo que hecho sin pensarlo. Estaba borracho y creía que mi hija estaba muerta. Pido perdón a la familia, perdón de corazón, y también a todos los españoles", dijo Suárez en la entrevista.
Aquello no le valió para que le rebajaran la pena, que fue de 21 años de cárcel. También fue condenada su mujer a 15 años, ya que el jurado consideró probado que aguantó la puerta para que el celador no pudiera salir del coche mientras su marido disparaba. Al final del juicio, la condena a su esposa desató las iras de Ricardo Suárez, que tuvo que ser casi reducido por la Policía. Así, a gritos, empujones y golpes de camino a la cárcel, acababa uno de los sucesos más desgraciados de la historia reciente de Sevilla.
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