Calle rioja
Francisco Correal
El filósofo de Cerro Muriano
El adiós a Cayetana de Alba
“El flamenco lo siento hondo porque es la manera más espontánea de expresar todo el sentimiento de mi alma. Es como si fuera otra persona”. Con esas palabras declaró Cayetana de Alba al desaparecido diario Pueblo su pasión por este arte que practicó desde joven.
La Grande de España hacía gala de ellas en público en innumerables reuniones de amigos en casetas de la Feria de Abril, el Rocío y en fiestas privadas donde lo mismo compartía tablao con Lola Flores, su querida Juanita Reina, Matilde Coral o María Rosa. Y, hasta que su salud se lo ha permitido, ha sido habitual entre el público de la Bienal de Flamenco.
La gran Pastora Imperio le daría sus primeras lecciones pero sería el legendario Enrique El Cojo su gran maestro; de ella dijo que “podía haber sido una Carmen Amaya” pero “se perdió por ser aristócrata”. El que fuera también maestro de Cristina Hoyos y Manuela Vargas supo encauzar el sentimiento que derrochaba Cayetana en cada vuelta. Para practicarlo, la duquesa mandó instalar tablaos de ensayo en los palacios de Liria y Dueñas para pasar sobre las tablas horas y horas que le hicieron dominar a la perfección el baile por alegrías, bulerías y tangos.
“Estoy de acuerdo en lo que dice Pastora Imperio: el baile tiene que ser del ombligo para arriba, no está el asunto en zapatear como una loca. Es sentir de verdad lo que se baila”, comentaba sobre las maestras de la escuela sevillana.
Se refugió en el baile durante los cinco años y medio de viudedad de su primer marido, y fue a partir de la pérdida de Jesús Aguirre cuando fue espaciando sus arranques en público. Aunque no en la intimidad. En 2006 confesaba que cada mañana bailaba una hora acompañada de un guitarrista que acudía. Su orgullo, en los últimos años, era ver bailar a su nieta Cayetana. Presumía de que había heredado su arte.
En su última boda, en 2011, no dudó en arrancarse por rumbas, descalza, jaleada por el grupo Siempre Así en una imagen que resume la vitalidad de quien siempre vivió sin mirar el calendario. ¡Que me quiten lo bailao! era su lema.
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