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La puesta en valor de un referente del mudéjar civil

El Palacio de los Marqueses de La Algaba se ha convertido en un atractivo turístico para la zona norte del casco antiguo.

Foto: A. Pizarro
Diego J. Geniz

02 de diciembre 2012 - 05:03

Enclavado en pleno barrio de la Feria y a espaldas del conocido mercado de abastos, el Palacio de los Marqueses de La Algaba ha pasado en menos de un año de ser un mero edificio municipal desconocido para buena parte de los sevillanos y foráneos a convertirse en un punto de atracción turística. Las 10.000 visitas contabilizadas desde enero atestiguan que dicho edificio posee sobradas razones para ser considerado uno de los referentes del mudéjar civil andaluz, razón de más para cobijar el centro de interpretación sobre dicho estilo que se pondrá en marcha dentro de un mes.

Esta joya arquitectónica, sin embargo, ha pasado desapercibida a ojos de la ciudadanía durante bastantes décadas en las que su fachada estuvo apuntalada tras un cajón de obras. Ahora, sin embargo, además de ser un recinto visitable servirá para usos sociales, culturales y empresariales.

Los orígenes de este edificio se remontan a mediados del siglo XV, cuando se asientan en Sevilla los Guzmanes de La Algaba con la presencia de Juan de Guzmán, un aristócrata castellano que antepuso su interés comercial a las victorias en el campo de batalla, una preferencia que representa el cambio de mentalidad en la nobleza de la época y que simboliza el final de la Edad Media y el inicio de la era moderna.

Este interés por los negocios podría explicar, según los historiadores, el lugar elegido para levantar el palacio que quedaría vinculado desde entonces a dicho linaje, ya que en aquella época el barrio de la Feria era un enclave comercial muy importante de la ciudad, carácter que ha mantenido -con ciertos vaivenes- hasta nuestros días. De aquel edificio original pocos son los restos que han llegado hasta nuestros días, ya que Beatriz de Guzmán, hermana y heredera del citado noble, comienza a los pocos años a extender el inmueble con la compra de viviendas colindantes.

El edificio actual apenas alberga elementos decorativos de sus diferentes épocas constructivas -buena parte de sus balaustradas y capiteles de mármol decoran hoy casas señoriales de Sevilla-, aunque sí ha logrado mantenerse en pie su arquitectura, algo que para el historiador Juan Luis Ravé supone todo un "milagro" si se recuerdan los usos que se le ha dado: desde corral de vecinos hasta cine de verano. Dicho desmantelamiento fue denunciado por el escritor y conservador del Alcázar Joaquín Romero Murube en uno de sus escritos, en los que asegura que en la calle Arrayán (contigua al palacio) "hay una Sevilla desolada y sin solución posible".

Esta historia de desolación comenzó a tener su fin a partir de 1989, cuando el Ayuntamiento compra el inmueble e inició el proceso de rehabilitación jalonado en varias fases y que no concluyó hasta 2005. Siete años después muchos sevillanos han descubierto esta joya del mudéjar. Entre los elementos que más llaman la atención se encuentran el patio central donde destacan sus esbeltos arcos, el artesonado original de una de sus salas -la única en la que se ha conservado con un perfecto estado de los dibujos conformados por elementos vegetales y escudos de armas nobiliarias-, la amplitud de la escalera por la que se accede a la galería superior y una vez allí el balcón con dos arcos polilobulados, elemento característico del mudéjar y que tanto sirvió a Aníbal González en la decoración de sus edificios regionalistas.

Desde esta instancia se contempla una panorámica inusual de la torre de Omnium Sanctorum -parroquia con la que estaba conectado el palacio a través de un arco-, en la que se aprecian los restos de pintura que decoraban los paños de sebka. Sólo por esta vista merece la pena la visita.

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