El puerto romano de Sevilla y el 'tsunami' que lo arrasó
El rastro de la Historia
Aunque hay dudas de si fue un maremoto o un ciclón tropical, el 'Portus Hispalensis' fue destruido por lo que los arqueólogos llaman un violento "evento energético"
San Acacio, la primera biblioteca pública de Sevilla (1749-1834)
1570, Felipe II visita de incógnito a Argote de Molina
El conocimiento de la Sevilla antigua y romana está en continua evolución. La mayoría de los historiadores que hoy viven su plena madurez se criaron con un libro de introducción sobre esta materia imprescindible, La ciudad antigua (de la Prehistoria a los visigodos), obra que escribió don Antonio Blanco Frejeiro para la colección de bolsillo Historia de Sevilla (Universidad de Sevilla, 1984). Sin embargo, actualmente, este volumen, que tantas mentes abrió y tantas vocaciones fomentó, está completamente superado. El motivo es la gran cantidad de excavaciones arqueológicas que se han realizado en la ciudad en los últimos 40 años, las cuales han permitido un conocimiento mucho más exacto y menos especulativo de la urbe en los inicios de nuestra era.
Uno de los temas en los que más se han avanzado en los últimos tiempos es en el conocimiento del que fue el puerto romano, fundamental en el comercio marítimo de la Península durante la Antigüedad. Si los Reyes Católicos eligieron Sevilla como Puerto de Indias no fue por capricho, sino porque, entre otras muchas razones, esta infraestructura tenía una larguísima tradición que comenzó con los mismos fenicios y continúa hasta la actualidad.
Los últimos estudios han demostrado que el Puerto de Sevilla en tiempos de Roma era, desde del siglo II a. C., uno de los más activos de la Península, con especial atención al aceite, minerales de los cercanos yacimientos, vino, sal, pescado, trigo... La existencia de una gran alfar donde hoy se encuentra el Parlamento de Andalucía (antiguo Hospital de sangre de las Cinco Llagas) nos habla de la necesidad de fabricar ánforas y todo tipo de recipientes de barro para transportar las mercancías, principalmente a la capital romana. Se calcula que en sus momentos de mayor actividad, por el puerto de Hispalis pasaban anualmente unas 18.000 toneladas de mercancías camino a Roma.
Hasta la fecha, las excavaciones han localizado diferentes instalaciones del puerto romano de Sevilla. Para comprender esta variedad hay que tener en cuenta que el río Guadalquivir es una realidad viva que ha ido evolucionando con la Historia y que, en la Antigüedad, Sevilla estaba prácticamente a la orilla del Lago Ligustino, un mar interior que ocuparía lo que hoy es toda la zona de marismas y campos cercanos. Dicho lago se fue colmatando con el transcurso de los siglos hasta dar como resultado el paisaje que hoy conocemos. Así, en aquellos años el río transcurriría por lo que hoy denominamos como la Alameda de Hércules, Trajano, Plaza del Duque, Campana y Sierpes, hasta la Avenida de la Constitución y los Jardines del Cristina, donde se encontraría con su afluente el Tagarete antes de desembocar en el Lago Ligustino, a unos 14 o 16 kilómetros de Hispalis. Se estima que, en época Republicana, el llamado Portus Hispalensis se ubicaría en las cercanías del actual Palacio Arzobispal y se han encontrado pobibles restos de almacenes portuarios en Peris Mencheta, Plaza de la Encarnación, calle Cuna o Cuesta del Rosario. Aunque los dos grandes focos ya en época imperial parece que fueron los que se encontraban en el entorno del Palacio de San Telmo y la Florida, al que se llegaba por el Tagarete, entonces con el calado suficiente para embarcaciones ligeras. Este segundo núcleo de la Florida, descubierto recientemente, tendría un edificio porticado de unos 1.000 metros cuadrados, anexo al cual había un santuario a la diosa Némesis y una explanada donde se almacenaban ánforas.
Pero uno de los descubrimientos más sorprendentes fue un gran edificio portuario en el Patio de Banderas, algo que se produjo en las excavaciones desarrolladas entre 2009 y 2014, dirigidas por Miguel Ángel Tabales. Dicha infraestrucutra tiene fases constructivas datadas entre finales del siglo II a. C. y el primer tercio del siglo III d. C., cuando fue devastada por una fuerza exterior. ¿Qué ocurrió? Como escribieron los arqueólogos: "La destrucción del conjunto se relaciona con un evento energético que, no obstante, parece repercutir sobre un sector de la ciudad ya en decadencia desde finales del siglo II d. C.".
¿Qué fue ese "evento enérgetico" que se produjo en el siglo III? Aunque la prensa dio por hecho en su día que era un tsunami originado en la Bahía de Cádiz (y es probable que así fuese), lo cierto es que los especialistas (pertenecientes a las universidades de Sevilla, Jaén, Aix-Marsella, Granada, Huelva y Turingia) no se atreven a confirmarlo plenamente. De hecho, como ha manifestado alguna vez el catedrático y arqueólogo Enrique García Vargas, dicho "evento energético" podría haber sido también "un ciclón de estilo tropical sin movimiento sísmico".
Lo cierto es que las evidencias de este "evento energético" son muchas y fueron publicadas en la revista Natural Science in Archaeology. Lo confirman las pruebas científicas realizadas (carbono 14, análisis de micromorfología, mineralogía, geoquímica, microscopía ultravioleta de fluorescencia o espectrometría de masas) y las intervenciones arqueológicas, que nos muestran que los muros fueron desplazados por una fuerza "exterior y violenta", además de encontrarse muchos materiales constructivos que no pertenecían al inmueble y gran cantidad de fauna marina y arena. Todo indica que tal desaguisado lo provocó un oleaje de gran tamaño y potencia. Asimismo, como prueba histórica se indica que entre los años 245 y 253 la Bética quedó exenta de pagar tributos -como rezan dos inscripciones encontradas en Écija-, una especie de declaración de zona catastrófica por parte del imperio. Algo muy grave tenía que haber ocurrido. Probablemente, aunque todavía hay que confirmarlo, un tsunami en sus costas que dañó gravemente a numerosas poblaciones.
Temas relacionados
3 Comentarios