Puerta del Príncipe o Enfermería
calle rioja
La plaza no es ni redonda ni ovalada, es un polígono irregular de veinte lados desiguales
Visitar la plaza de toros de la Maestranza es tan apasionante como adentrarse en la Catedral o el Alcázar. Y como estos edificios, en su caso también es inseparable de la historia de la ciudad. La Maestranza a dos pasos del Maestranza, el teatro construido por Luis Marín de Terán y Aurelio del Pozo en los tiempos de la Expo 92 como escenario de óperas en la ciudad de las óperas. En cierta forma, la plaza de la Maestranza es un coliseo taurino en la ciudad de los toros. Sin duda, en la de los toreros. La de Curro y Morante. El juego micénico y cretense de la fiesta nacional.
La Maestranza es muchas cosas. Una de ellas, una de las pinacotecas más importantes del país. Cuenta con un patrimonio pictórico de más de seis mil carteles. Los maestrantes de Sevilla son unos Uffizzi de primavera, que patrocinan carteles y disertaciones en los que participan algunos de los mejores pintores y escritores del panorama nacional e internacional.
Formamos parte de una de las muchísimas visitas que al cabo del año tienen lugar en la Maestranza. La mayoría de los visitantes son personas con movilidad reducida que sin embargo son capaces de poner a volar su imaginación con lo que se van encontrando. La guía se llama Isabel y comparte la fascinación que ella misma siente por lo que va enseñando. Una colección de secretos, de primicias, de afluentes en el río de la Tauromaquia.
Si hay dos muertes icónicas en el mundo del toreo sevillano son las de Joselito el Gallo, muerto en mayo de 1920 en la plaza de toros de Talavera de la Reina, y Juan Belmonte, que ofició su propia muerte en la finca de Gómez Cardeña en 1962. Nace el mismo año que Franco y muere el mismo que Marilyn. Coqueto hasta en eso. Los dos, paradigma de una rivalidad más cacareada que real, compartían cartel en la Corrida de la Resurrección de abril de 1916, en el paso del ecuador de la Primera Guerra Mundial. También hay un cartel de 1922 en el que hacen el paseíllo Varelito, Granero y Maera. El primero forma parte de la historia de este coso taurino porque es el último torero que murió en esta plaza, por cogida mortal del toro Bombito el 22 de abril de 1922. El mismo año de ese paseíllo recogido en los carteles. Era de Triana, tenía 28 años y la alternativa se la había dado Joselito el Gallo.
En 1992, en plena Expo, murieron dos banderilleros, Montoliu y Soto Vargas. Toreros de plata, se les conoce en la jerga de Cúchares. Son de oro puro en la memoria de los que los recuerdan. Banderillas del 92 para una plaza de toros que sabe al 29. La plaza de toros tardó más de un siglo en terminarse. La empieza el arquitecto Vicente san Martín en 1761 y se acaban los trabajos en 1881. Por medio ha sufrido los estragos de la invasión napoleónica y la guerra de Independencia. La sede de la Real Maestranza de Caballería, que es la propietaria de la plaza, es obra de Aníbal González. Los trabajos se iniciaron en 1927, como la generación de los poetas, la más taurina de nuestra historia literaria (Lorca, Alberti, Gerardo Diego, Bergamín, incluyamos a Ignacio Sánchez Mejías, el cuñado de Gallo y Gallito) y se acaban en 1930, un año después de la muerte del arquitecto que soñó la Sevilla de la Exposición Iberoamericana.
“No es ni redonda ni ovalada”, dice la guía de la geometría singular del coso del baratillo. “Es un polígono irregular de veinte lados desiguales”. Aficionados de una ciudad de Hispanoamérica pidieron los planos para hacer una réplica exacta en su país. Se lo mandaron y como no respondían, pensaron que no los habían recibido. “No mandaron respuesta porque decían que los planos estaban mal hechos”, dice la guía. No hay posibilidad de reconstruir una plaza irrepetible. Una especie de Fitzcarraldo, una cuadratura del círculo.
A los turistas, la mayoría legos en la materia, les llama la atención un toro embalsamado. Pesaba 514 kilos y era el más pequeño que salió esa tarde. Una corrida en 2015 en el 75 aniversario de la ganadería Miura. Lo toreó Eduardo Dávila Miura, un torero de esa estirpe de ganaderos, un diestro que ha sido rey mago en la Cabalgata del Ateneo, pródiga en la presencia de toreros.
La antigua enfermería es ahora un Museo Taurino con una sola temática: el toro en el campo o en la plaza. Porque sin toros en la plaza no habría toros en el campo. Una ecuación que viaja de las dehesas a las plazas urbanas. La función clorofílica del toro bravo. Un cuadro espectacular de Jiménez Aranda en el que se ve el lance de un toro con un caballo sin picador. A partir de 1929 será obligatorio el peto para los caballos.
La historia de la Maestranza en particular y de los toros en general resitúa la percepción de la Monarquía. Un rey muy bien tratado por la historia, Carlos III, conocido en Madrid como el rey-alcalde, el monarca que repobló sierra Morena con los proyectos de Olavide, el rey ilustrado, firmó un decreto prohibiendo las corridas de toros. Un rey despreciado por los historiadores, Fernando VII, tiene en su haber la inauguración del Museo del Prado (con la ayuda fundamental de su segunda esposa, Isabel de Braganza) y la creación de la primera Escuela de Tauromaquia de Sevilla. Eso le hace acreedor al retrato que preside una de las salas de la zona museística. Antes había creado la Escuela de Ronda.
Hay una sala donde los personajes que más destacan no son toreros, ni ganaderos, ni maestrantes. Un quinteto formado por timbaleros y clarineros. Una jazz sesion por pasodobles. Hay carteles muy curiosos. Uno de una corrida en la plaza de toros de La Habana, la ciudad donde murió Curro Cúchares, torero de san Bernardo. Con la presencia de “seis toros yankees”. No había bloqueo con Cuba. Recuerda ese epíteto el nombre taurino con el que se presentó John Fulton, El Yanqui, el torero de Filadelfia y pintor con sangre de toro cuyo estudio conserva su nombre en el barrio de Santa Cruz. Una “primera media corrida de Toros” patrocinada por Isabel II, la reina que da nombre al puente de Triana que algunos toreros cruzaban cuando la suerte les sonreía en la Puerta del Príncipe. Y otra tarde de toros presidida por los duques de Montpensier, recogida en un cuadro del pintor francés Eugène Ginain.
El arte elevado a la enésima potencia. El arte de los toreros esculpidos en cuatro bustos: Rafael el Gallo y Rafael Belmonte, por Juan Luis Vasallo; Joselito, por Juan Britto; Espartero, por Antonio Gavira. Espartero viene del esparto de la Alfalfa, mientras que Espartaco procede de Espartinas. En la exposición sobre los Machado hay un busto de Manuel Machado obra de Juan Luis Vasallo, el autor de los dos Rafaeles toreros. Era más taurino que su hermano Antonio, cuyo busto esculpió Emiliano Barral.
Estás en la Maestranza, pero podrías estar en el Louvre, el Prado o el Bellas Artes. Asunto taurino, se titula un cuadro de Jean Cocteau, según la última novela de Juan Manuel de Prada el único intocable junto a Picasso entre las tropas de Hitler que entraron en el París ocupado. Alfonso Grosso firma un Día de Feria y el gran Paco Cortijo un escueto Torero en el que retrata el cuerpo y el alma, el día y la tarde (que es la gloria del torero).
Hay azulejos dedicados a Curro Romero, Pepe Luis Vázquez, el empresario Diodoro Canorea y el rejoneador Javier Buendía. Y un recordatorio a Manolo Vázquez por una faena memorable en una tarde de toros del Corpus en 1981. Y dos poemas firmados por Antonio Rodríguez Buzón y Joaquín Caro Romero. Dos pregoneros de la Semana Santa en la primavera sevillana que siempre tiene tres Domingos: el del Pregón, el de Ramos y el de Resurrección, cuando suenan los clarines. Un pregonero salió a hombros del teatro San Fernando, el otro ganó el Adonais. Dos maneras de abrir la puerta del Príncipe.
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