El pregonero tras la Esperanza

Puerta de los Palos

En la muerte de Livia Caro Rodríguez, la sevillana que no perdió la sonrisa pese a los avatares de la vida

Joaquín Caro Romero camina tras el coche con el féretro de su hija.
Joaquín Caro Romero camina tras el coche con el féretro de su hija.

HAY poetas que nunca están solos por mucho que tengan la capacidad de enrocarse entre las torres de sus versos. Ves por la calle a un poeta solo, pero en realidad está con su compañía preferida: la soledad alumbrada por sus ideas, sus ocurrencias, su visión única y elevada de esa realidad que no es más que un pretexto para buscar la belleza y atraparla para siempre en las estrofas. Hay poetas que sobreviven gracias a la Esperanza. Han dedicado su vida a escribir del amor con la hondura de los mejores clásicos, a narrar los toros con esa pasión por la autenticidad que siempre se halla donde hay un debate entre la vida y la muerte, a proclamar las bondades de la Esperanza sabedores de que todo radica en ella, nada tiene sentido sin ella, todo sería fatuo sin ella. Sin ella, el vacío. Sin ella, la soledad apagada, oscura, negra, muerta. Sin ella, el frío, el precipicio, la nada.

El mundo sin poetas y sin esperanza genera existencias marcadas por la gelidez del desarraigo. La esperanza trae la alegría y el consuelo. Dicen que el poeta camina solo cuando simplemente se deja llevar y se sostiene, otra vez, por la esperanza a la que tanto ha cantado. No están solos los poetas que creen en la Esperanza, que saben que, al final de todo, al final de nuestras existencias, de las existencias de los nuestros, de los que nos antecedieron y de los que nos sucederán, al término de todos los tiempos, estuvo, está y estará la Esperanza, la que en Sevilla oye a los mudos, sonríe a los ciegos, escucha a los desesperados, recibe cada diciembre los besos de sus devotos, hace hueco en su hornacina al que está solo, comprende al incomprendido, consuela al afligido, enseña al humilde, baja los humos al soberbio, iguala a poderosos con desdichados y guarda todas las oraciones y plegarias de quienes le rezaron durante siglos. A Ella están encomendados los hijos de los padres y los nietos de los abuelos que en Ella creen.

A Ella encomendamos a Livia, la sevillana que siempre tuvo esperanza, que no perdió la sonrisa por mucho que la vida se empeñara en ponerla a prueba una y otra vez. Tras ella camina su padre, nunca solo, sino abrigado por la calidez más dulce: la esperanza. Toda la vida a la búsqueda de la Esperanza, Joaquín. Toda tu carrera cantándole, exaltándola y difundiendo su mensaje. Todos tus días paseando y soñando en verde y oro. Y fíjate, Joaquín, que Ella estaba en los ojos grandes de Lili, en tu propia casa, tan cerca de todos nosotros, tan próxima a las hermanitas que son testigos de tu vida. Livia estaba enseñándonos a vivir mejor con el ejemplo de hacer más con menos, de sonreír cuando menos motivos tenía para hacerlo, de dar afecto y ánimos cuando era ella quien debía recibirlos de nosotros. Estaba instruyéndonos a vivir con la alegría de la fe y con la certeza de que la Esperanza siempre estará cuando todo acabe. La vida es una semana, proclamaste. La vida es ahora caminar tras los restos mortales de una hija con la serenidad del que vive con el blindaje de la Esperanza. No hay poeta solo, ni hija en la soledad cuando se tiene claro dónde radica todo, dónde empieza y termina todo, dónde acabaremos todos, postrados ante su grandeza, desnudos de oropeles y calmados en el regazo de su amor de Madre. La vida es el camino que conduce a la Esperanza, unas veces trae la miel de unos versos angelicales y otras la hiel de la hija perdida y siempre hallada donde todo tiene sentido, donde están las respuestas a todas las preguntas, donde solo hay certezas y nunca dudas, donde todo dolor se rebaja, donde está el consuelo de lo inconsolable, donde hay agua para el sediento y alimento para el hambriento. Todo, Joaquín, está en los ojos de la Macarena, que son ya los ojos de Livia, nuestra Lili.

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