"El pueblo sevillano es inmovilista y clásico. Fiel a lo que vio en su niñez"
Rafael Manzano Martos
El arquitecto, reciente Premio Driehaus por su vindicación de la concepción más ortodoxa de su disciplina profesional, dice que Sevilla ha dejado de ser una urbe escénica por el deterioro de sus espacios históricos
INTERIOR día. Calle Zaragoza. Uno se acuerda de Max Estella en Luces de Bohemia: "Donde yo vivo, siempre es un Palacio", respondía el poeta bohemio al guindilla (policía) que le requería la dirección. En el caso del viejo predio donde habita el arquitecto Rafael Manzano (Cádiz, 1936) no es una metáfora. Su casa-estudio es un palacio de sabiduría. En sentido literal y figurado. Representación de una Sevilla que cada vez es más difícil de encontrar. Conservadora y, al tiempo, ilustrada. Liberal y, sin embargo, coherente. Atrevida.
-¿Alguien que dice lo que piensa sin importarle lo que opinen los demás es un inconsciente, un impertinente o alguien sincero?
-Sincero, aunque tengo que reconocer que yo parezco impertinente. Es porque pretendo conmover a esta ciudad, que parece dormida. Después me arrepiento cuando veo impreso lo que he dicho. Escrito molesta más. Es hiriente. Eso ya no me gusta. Pero uno siempre es esclavo de sus palabras y dueño de sus silencios. La gente que sabe acostumbra a guardar silencio.
-¿Cómo decía Santiago Montoto?
-Era algo así: "Mira, niño. En Sevilla hay que tener paciencia y prudencia, verbal continencia; no exhibir excesiva ciencia, y presencia y ausencia, según conveniencia". Es una receta aplicable a muchas ciudades, no creas, pero está muy bien vista para el caso de Sevilla.
-¿Decir la verdad no se estila?
-Estamos en la era de lo políticamente correcto. "Escándalo de débiles", decían los jesuitas. Todo provoca escándalo. Alguna vez he dicho que con Franco tal o cual cosa funcionaba mejor... No soy franquista. He sido siempre liberal porque soy gaditano. Los gaditanos, por propio instinto, somos liberales de nacimiento. Yo soy un producto netamente gaditano. Eso sí, reeducado en Jerez, que es la antítesis de Cádiz en lo estético, en lo social y en lo económico. Ciudades próximas y dispares. Es maravilloso tenerlas a las dos y contar con un punto de equilibro como El Puerto.
-Lo decía porque sus opiniones suelen generar ciertas reacciones.
-Levantan ampollas. Lo sé. Y eso que no estoy en contra de la arquitectura moderna más que en su sentido impositivo, por esa obligación de hacer arquitectura contemporánea. Estoy alejado de lo público porque lo que yo hago no gusta. Por eso este Premio Driehaus ha sido tan emocionante, por imprevisible.
-¿Usted es un clásico?
-Lo que he hecho en mi vida, mientras me lo han permitido, es lo que aprendí de los que me precedieron. He hecho arquitectura actual, pero poca. La clásica la hago con mayor conocimiento de causa porque la estudio. He aprendido del pasado las leyes del lenguaje arquitectónico de la España musulmana, que vienen de Roma, de lo visigótico, del arte bizantino, de Oriente. Aunque es evidente que el clasicismo debe ser renovado, porque no hablamos igual que hace cien años.
-Hay quien liga cierta idea de Sevilla con este tipo de arquitectura.
-El pueblo sevillano es inmovilista y clásico. Fiel a sus parámetros, a la ciudad que ha visto desde su niñez. Lo que ocurre es que le han cambiado muchas cosas. Quizás no se perciba del todo porque siguen ahí los grandes edificios, los monumentos: la Catedral, la Giralda y ciertos espacios que han sido menos alterados. El sevillano se agarra a eso. Y ésa es su imagen de la ciudad. El arquitecto construye arquitectura actual fervorosamente. Y los políticos fomentan su vertiente más extremista. Piensan que la arquitectura más dura es el progreso. Identifican el progresismo con la modernidad. A mí me hace mucha gracia que la Junta de Andalucía tenga una Consejería de Innovación. Existe el deseo político de que todo sea nuevo. De romper los odres viejos, como decía Menendez Pidal en relación a la poesía. La modernidad por la modernidad no existe. No es cierta.
-¿Qué es la modernidad?
-Para mí es el museo romano de Mérida, de Rafael Moneo.
-Son compañeros de curso, creo.
-De Colegio Mayor. Yo siempre tuve un perfil tradicional; él optó por la vía más moderna. En mi caso era lógico: tenía vocación de historiador. Trabajé con Fernando Chueca, que probablemente hubiera merecido este premio mucho más que yo. Estoy seguro que estará disfrutándolo en el más allá. Soy hechura suya en muchos aspectos.
-¿Este galardón reafirma su opción por la arquitectura clásica?
-Tras muchos años de atonía, aparece una institución que no sólo la valora, sino que piensa que es el futuro. Cuando la arquitectura actual agote sus parámetros, la salvación estará en el clasicismo.
-¿La gente común entiende la arquitectura contemporánea?
-Creo que no. Existe una falta de cultura arquitectónica muy grande. El regionalismo sevillano de los años 20, por ejemplo, fue muy útil para la ciudad. Sevilla no se desintegró gracias a esa arquitectura basada en constantes tradicionales. La integración fue fácil. La ciudad mantuvo esta teoría arquitectónica durante varias generaciones. A veces hay que alegrarse de que se hayan producido cosas que ahora no están de moda y que en estos tiempos no se hubieran podido hacer. La catedral de León fue restaurada en el XIX en exceso. Fue una fortuna. Ahora haríamos un engendro. Las generaciones venideras quizás se alegren de que yo haya tocado demasiado, como piensan algunos, el Alcázar de Sevilla. No me arrepiento de nada. Todo fue rigurosamente científico. En Tarancón me han encargado continuar una casa ya iniciada y he optado por hacer un peristilo neogriego. El resultado es exquisitamente elegante y tiene modernidad. Es increíble que el espíritu del dórico griego sea tan actual.
-Lo clásico no pasa de moda.
-Eso decía Juan Belmonte. Un periodista le recriminó: "Maestro, usted hace un toreo muy clásico". Y él contestó: "Me alegro mucho. Lo clásico nunca se queda viejo".
-¿Se elige lo contemporáneo por desconocimiento de lo clásico?
-Sí. No se sabe, no se conoce o no se intuye que también se puede hacer arquitectura muy moderna no exenta de clasicismo.
-¿Qué problema encuentra en la arquitectura contemporánea?
-La ausencia de un lenguaje único. La ventaja de la arquitectura antigua, sea la que sea, es que está inmersa en el canon clásico. Esto permite conciliar materiales y estilos diversos. No se ha llegado a un clasicismo de nuestra época. Y ése es el drama: no hay un lenguaje que dote de un argumento real a la nueva arquitectura. A lo sumo, algunos arquitectos muy concretos tienen su propio lenguaje personal.
-¿Y eso es malo?
-Es el caos. Como en la Expo 92. No se planteó como una arquitectura efímera y divertida, desmontable una vez acabada la Muestra. Se hizo arquitectura mala y consistente, de difícil derribo.
-¿Una frivolidad?
-Exacto. La arquitectura consiste en saber hacer bien ciertas cosas. Resolver el todo y las partes. La perfección en los detalles. La frivolidad arquitectónica se termina pagando. Eso de coger un papel, hacer un garabato y decir que puede construirse... No se puede jugar con la arquitectura.
-¿Cree que la Cartuja está bien integrada en Sevilla? ¿Es ciudad?
-Su trama urbana nunca fue buena. Repetitiva, sin espacios singulares de interés. En su concepción hubo sectarismo: no querían áreas residenciales. Tenía que ser un parque tecnológico. El error fue no permitir el tejido urbano natural, que es el residencial. Si no hay viviendas, se produce un vacío.
-El Plan General quiso hacer pisos y los empresarios se opusieron.
-Es sectarismo. Una auténtica obsesión antiurbana. Una ciudad es el espacio donde vive la gente.
-¿Por qué los arquitectos tienden a considerarse genios?
-Vivimos cierta obsesión en relación a lo genial. Pero en arquitectura no hay genios. Hay gente que la conoce mejor y peor. En la historia los genios han sido poquísimos: Miguel Ángel, Frank Lloyd Wright, Le Corbusier, Gropius. La arquitectura se ejercita haciéndola. Las escuelas actuales dan un título barato, rápido e ineficaz. El Plan Bolonia permitirá tener más arquitectos que albañiles, pero es más importante tener muchos buenos albañiles y arquitectos competentes.
-Si yo le digo Florentino Pérez Embid, usted ¿qué me responde?
-Mi gran cliente. Mi amigo. Admiraba mi arquitectura. Tenía fe en lo que hacía. Fue un amigo entrañable con una capacidad política y de acción sorprendente. Es quien me permitió llegar a comprender lo que es un político en acción.
-¿El resultado fue fascinante?
-Sí. Hablamos de una España muy pobre, aunque, como acaba de demostrarse, volvemos a ser pobres. Vivimos de lo de siempre: el turismo. Continuamos sin generar un tejido industrial adecuado. No trabajamos lo suficiente para exportar nuestro trabajo. Quizás seamos un país más o menos simpático, pero nos va a costar salir adelante.
-¿Cuál es la relación de la arquitectura con el poder?
-El poder es el máximo demandante de arquitectura porque considera que es una forma de expresar el dominio. Los grandes dictadores han sido siempre arquitectos. En los 70, cuando era decano de la Escuela, había alumnos que decían que con la democracia la arquitectura mejoraría. "Ya veréis que será igual de mala. O peor", les decía. Ejemplos sobran. En Roma, Sila fue el promotor de la gran arquitectura republicana. Felipe II fue otro gran dictador pero dejó una obra maestra: El Escorial. En Francia los sucesivos presidentes de la República, con el mismo afán de grandeur que los reyes, han impulsado grandes obras arquitectónica. Algunas, como el Centro Pompidou, son una basura. No me da miedo decirlo.
-¿Y ahora?
-Ahora hay obsesión por algunos nombres. Siempre los mismos. Yo siempre he hecho una arquitectura modesta y no doy abasto. Hoy día hay arquitectos que no van ni a ver las obras. Cada geografía además exige su propia arquitectura.
-¿Por qué para muchos la única imagen de Sevilla es el centro?
-El sevillano va al centro los fines de semana y en ciertos momentos estelares. Se encuentra a sí mismo en el centro. El de fuera, quizás no.
-Su visión de Sevilla es una ficción.
-Es una ciudad real, pero puntual. Queda muy poca materia sevillana por centímetro cuadrado. A ésta nos agarramos. Hay que defender que no haya más mutaciones. La imagen de la ciudad está tan deteriorada que ya no es monumental. Es un conjunto grosero y poco armonioso con monumentos, que son los menos, aunque maravillosos. El caserío popular ha desaparecido. Era un ámbito urbano con gracia y carisma. Y eso es difícil de conservar. No se consigue con una ordenanza. Al perder este tejido, todo queda descontextualizado.
-Casi todos los cambios se producen en el centro, no extramuros.
-Ahí me gustaría a mí ver a los genios de la arquitectura contemporánea trabajando. Para mí, ése es el territorio ideal de la modernidad.
-Somos centrípetos.
-Es una vieja obsesión hispalense que se refleja en los políticos. Para ellos el centro es el elemento significativo de la urbe. Donde es necesarios dejar su huella.
-¿Le gusta la Alameda?
-La comisaría tiene un impacto brutal. Es demasiado grande en relación al parcelario. Sólo tiene una virtud: la reforma es suficientemente menor para que tenga arreglo. Para mí la Alameda es una plaza-salón. Así lo planteé hace años.
-La Encarnación...
-No sé cómo será peor, si terminada o sin acabar. El problema es qué hacer ahora con eso. Siempre digo que todo problema arquitectónico sólo puede resolverse con arquitectura. Pero aquí no veo salida. Es muy dramático. Quizás cubriría todo ese artefacto con plantas trepadoreas feroces. Gigantescos árboles de los que colgara la vegetación.
-La Torre Cajasol.
-El rascacielos es muy vulgar. No es de primer orden. Me preocupa el problema del tráfico. Y tendrá gran impacto, sobre todo, en el entorno inmediato, no tanto sobre la Giralda. Para Triana será peor. El sitio no es demasiado malo para una torre. Pero la elegida quizás sea demasiado alta. Me preocupa el acabado. Puede ser una chapuza urbana.
-La biblioteca de Zaha Hadid.
-Un mal edificio. Nos traen obras de personajes que funcionan como genios en vida, pero rara vez son los mejores de su producción.
-Usted ha dicho que ya no llora más por Sevilla. Algunos incluso le han sugerido que se marche.
-A veces he pensado en tirar la toalla. Pero una ciudad en gran parte son los amigos. Profesionalmente sí fue un error quedarme. Hubiera tenido más fortuna en Madrid.
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