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De la prensa a los libros, como los autores del grupo del 98

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Compendio. Rogelio Reyes reúne en un libro una colección de sus artículos en los que reflexiona sobre muchos temas y reivindica la racionalidad ‘interrumpida’ de la Transición

De izquierda a derecha, Pablo Gutiérrez-Alviz, Braulio Medel, Rogelio Reyes, Álvaro Ybarra, Antonio Narbona. / José Ángel García

SE barajaron varios títulos. Uno de los más pertinentes era Tiempo de incertidumbres, pero al final ganó La España interrumpida (Páginas del Sur). “Los libros no se escriben para ser explicados”, dice su autor, Rogelio Reyes (Lora del Río, 1940).

En el libro, el catedrático emérito de Literatura ha querido expresar “la interrupción de una línea de racilonalidad que se inicia con la Transición y que ahora está en peligro, al menos en entredicho”. Como hace cuatro años, la palabra España vuelve al título. Entonces, con prólogo de Ignacio Camacho, lo tituló Una mirada a la España de hoy.

El prólogo ahora es de Antonio Narbona, que junto a Pablo Gutiérrez-Alviz, ambos compañeros del autor en la Academia de Buenas Letras, presentaron el libro con Álvaro Ybarra, director de Abc de Sevilla, periódico que publicó estos artículos, y Braulio Medel, presidente de la Fundación Unicaja. Éste consideró el libro como un “asidero al que agarrarse en un tiempo en el que estamos no ante una era de cambio, sino ante un cambio de era”.

Narbona aplaude “la equilibrada ecuanimidad” del autor. Traduciendo el poema de Horacio, procura “mantener la cabeza fría, serena en los momentos difíciles”. Rogelio Reyes, según el prologuista, predica con la cordura, la moderación, “no digo sentido común porque la emplean tanto los políticos que he empezado a aborrecerla”.

Pablo Gutiérrez-Alviz recordó la inclusión en el género del pregón que Manuel Olivencia hacía de la presentación de un libro. El notario, a quien Rogelio Reyes le prologó su “primer libro no jurídico”, hizo de librero para vender las bondades del libro. Lo considera en la línea de La España Invertebrada de Ortega. Los síntomas que éste señalaba en sus prólogos de 1922 y 1934 siguen presentes. “La corrupción política, los particularismos, la incultura general”. Libro para robinsones que volvieran de la isla desierta.

Rogelio Reyes considera el libro “una incursión coyuntural, transitoria y algo temeraria en el mundo de la prensa”. Como “aficionado” a los periódicos, no es ninguna heterodoxia. Recordó que los autores de la generación del 28 y regeneracionistas empiezan a publicar en periódicos: Azorín, Unamuno. Hasta el capítulo séptimo de Luces de bohemia, de Valle-Inclán, transcurre en la redacción de un periódico.

Narbona destaca de Reyes que “habiendo dado miles de clases, en este libro no da lecciones”. El autor cruzó de los pares de la avenida de la Palmera donde fue catedrático en el instituto Herrera a los impares de la Fundación Unicaja para mostrarse devoto de los dos Machado, de Antonio y de Manuel, también de Frascuelo y de María (la Virgen de Setefilla, patrona de su pueblo).

Empezó citando a Cervantes y uno de sus secundarios, “no hay libro tan malo que no tenga alguna cosa buena”, y a Lope de Vega, “un soneto me manda hacer Violante...”. “Mis libros han sido sobre literatura de tiempos pasados y éste es un libro de actualidad”. Le parece “más comprometido. No lo he asumido como un héroe, que no lo soy, sino como un imperativo moral”.

Un libro de epítetos: España enferma, Andalucía invertebrada, Sevilla abúlica, sí, la ciudad espectacular de la que ha hablado Obama, “complacida y complaciente”, “torre llena de arqueros finos”, con verso de Lorca. El libro ya no le pertenece al autor cuando lo termina. “Los lectores son los nuevos dueños”, dice Rogelio Reyes, “eso explica la vigencia de los clásicos” y que el libro no sea siempre el mismo. El Quijote fue libro de burlas en el XVII, sátira moral contra la Monarquía en el XVIII, monumento a la fabulación en los románticos del XIX y desde Américo Castro “una inmensa alegoría moral de la condición humana”.

Habla el autor de ausencias: su hermano pequeño, José María, muerto demasiado joven, Rafael de Cózar. Un libro con el cimiento “de unas pocas palabras verdaderas”, citando a Antonio Machado. Una nostalgia de la Transición y unos negros presagios, incertidumbres. “El camino para neutralizar o atemperar esos presagios no puede ser avivar los viejos rescoldos cainitas que en el pasado nos llevaron al desastre”.

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