"A políticos y urbanistas les sobran buenas intenciones y les falta cultura"
Jorge Benavides. Profesor de Urbanística y Ordenación del Territorio
Nacido en Ecuador, ha dedicado parte de sus esfuerzos a estudiar y denunciar los desmanes urbanísticos que se produjeron en Sevilla y su área metropolitana durante la burbuja.
-En sus textos es muy crítico con lo que denomina el urbanismo posmoderno. ¿A qué se refiere exactamente con este término?
-El urbanismo posmoderno es el que nace a partir del modelo de expansión de la ciudad de Los Ángeles, un modelo que consiste en ocupar el territorio de forma indiscriminada y con baja densidad, creando una periferia sin centro. En esta ciudad norteamericana, la ocupación es de 15 viviendas por hectárea y todos los problemas de tráfico se intentan solucionar con la construcción de autopistas. En consecuencia, es una ciudad hecha para los vehículos. Con bajas densidades de población no se pueden conseguir equipamientos de proximidad y, en consecuencia, es obligatorio desplazarse en coche, por lo que se contamina y, a la larga, se cambia el medio ambiente.
-¿Cuándo nace este tipo de ciudad?
-Hasta los años sesenta, las ciudades son consecuencia de la Revolución Industrial. Pero, a partir de 1971, con la venta del primer ordenador personal y la llegada de las nuevas tecnologías, ya se puede prescindir del lugar, de la geografía. Eso dará lugar a la nueva ciudad expansiva y desaparecen las fronteras entre la ciudad y el campo. Ya no existe el campo, el medio rural, porque tiene los mismos servicios que una ciudad.
-Históricamente, las ciudades habían tenido un crecimiento que hoy llamaríamos sostenible. Sin embargo, en el siglo XX empieza a comportarse como un tumor maligno que se reproduce desaforadamente y sin un patrón muy claro. ¿Qué ha pasado?
-La sostenibilidad, según el informe Brundtland, es la responsabilidad en el consumo de los recursos naturales no renovables. Dentro de esos recursos está el suelo. Cuando se construye ciudad, automáticamente se consume un recurso natural que no se reproduce. Antiguamente, las ciudades se extendían en función de la demanda de crecimiento de su población y de sus posibilidades económicas. Además, lo hacían de forma continua y compacta. Todo esto cambió a partir de los años setenta, porque el crecimiento de las ciudades empezó a estar muy condicionado por los intereses financieros, por la especulación del suelo, cuya recalificación suele dar beneficios espectaculares. Esto lleva a que en un pueblo de Granada sobre el que hice un estudio para la Administración tenga un suelo urbanizable 19 veces superior a lo ya construido. Este pueblo tiene un índice de piscinas más alto que Los Ángeles, una cada cinco casas.
-¿Cuál es su idea de ciudad?
-Para mí, la ciudad es un producto cultural. No es solamente una dimensión física, sino también gente, civitas. La ciudad es una interrelación entre factores físicos, sociales y políticos. Nada de lo que sucede en la ciudad me es ajeno.
-En Sevilla, salvando las distancias, tenemos un ejemplo parecido al de Los Ángeles: el Aljarafe, un paisaje histórico y humano que ha desaparecido en las últimas tres décadas.
-En el Aljarafe, una zona que he estudiado detenidamente junto a toda el área metropolitana de Sevilla, no sólo se ha destruido el paisaje, sino que se ha esterilizado el suelo y, en consecuencia, se han alterado las condiciones ambientales. La densidad es de 22 viviendas por hectáreas, con urbanizaciones de parcelas muy grandes con gran coste de mantenimiento y con aceras de tres metros de anchas que no van a ser utilizadas nunca, todo un despilfarro. Se ha ocupado indiscriminadamente el suelo, creando pequeñas islas en un mar que es el territorio, estas superficies han dejado de ser un suelo productivo para convertirse en un suelo de expectativas financieras.
-Se supone que estos desmanes tendrían que haber sido evitados o corregidos por los PGOU y por el Plan de Ordenación del Territorio de la Aglomeración Urbana de Sevilla (Potaus).
-El Potaus se creó satisfaciendo las demandas de los políticos, de los alcaldes, que querían engordar sus presupuestos para hacer obras en clave electoral, infraestructuras que ahora no hay manera de mantener y que se quieren privatizar... Por no hablar de la corrupción. Los políticos no conciben la ciudad como un proyecto a largo plazo, se lo impide su propia condición, y los técnicos, los urbanistas, han facilitado sus expectativas.
-¿Ha habido una irresponsabilidad por parte de los técnicos?
-El planeamiento del territorio en Andalucía ha estado, en su mayoría, en manos de tres empresas de técnicos que resolvían los problemas a la carta, justificando lo mismo un campo de golf en Casas Viejas que la legalización de los desmanes urbanísticos en Marbella. El alcalde era el que contrataba y si no hacías lo que quería perdías el contrato.
-¿Qué le parece el actual PGOU de Sevilla?
-Formalmente está bien estructurado y bien trabajado. No deja flecos sueltos. Pero cuando se analiza en detalle se ve que maneja concepciones teóricas de la ciudad de los años 80. Esto se ve en los errores respecto al centro histórico o en que toma en cuenta más las demandas de los empresarios que las de los distintos colectivos sociales. Implícitamente considera a la ciudad como un lugar de mercado y no se preocupa de construir ciudadanía.
-¿Algún defecto más concreto?
-No se incorpora un verdadero sistema de movilidad. Esto lleva a que ahora nos encontremos con el problema de que, una vez que se termine la construcción de la Torre Pelli, no se sepa muy bien qué hacer con el tráfico que generarán los 5.000 nuevos que tienen que entrar y salir del rascacielos.
-La movilidad fue uno los asuntos más espinosos del anterior Ayuntamiento con el polémico plan centro. El actual gobierno municipal no sabe muy bien qué hacer en este aspecto.
-Una de las pocas cosas buenas que hizo Monteseirín fue el Plan Centro. Zoido decidió acabar con él para atender la demanda de los comerciantes. Fue una decisión política, no técnica. Lo mismo pasó con la supresión de la dirección única en Luis Montoto. No hay una visión global de ciudad, sino que las decisiones se toman con criterios políticos marcados por la urgencia, las demandas y las presiones.
-¿Cree posible que se haga un nuevo plan centro?
-Si se hace tendría que ser parecido al de Monteseirín. Las soluciones que se están dando a la movilidad son parches, sin una visión global. Por pudor, Zoido no rectificará.
-¿Alguna otra cosa que hiciera bien Sánchez Monteseirín?
-El sistema de bicicletas de la ciudad, que es uno de los mejores de Europa.
-Recientemente Urbanismo ha anunciado la creación de una comisión para la reforma del PGOU. ¿Cree que los cambios serán los convenientes?
-Aunque dicen que esta comisión tendrá expertos independientes, al final lo importante será la necesidad del alcalde de justificar cuestiones como el parking de la Alameda, la recalificación de la Comisaría de la Gavidia, etcétera. Si Zoido quiere reformar el PGOU debería empezar consultando a la población qué modelo de ciudad quiere y qué insatisfacciones tiene.
-Ha mencionado usted el parking de la Alameda. Será uno de los campos de batalla municipal en los próximos tiempos.
-La experiencia de construir aparcamientos en los centros históricos viene de los años cincuenta y se intensificó en los años sesenta. En estos momentos no se lo plantea ninguna ciudad histórica como Sevilla. Tanto la Unión Europea como las redes de ciudades históricas advierten que ese camino no lleva a ninguna parte. El PGOU prevé un aparcamiento en la rotonda de la Duquesa de Alba, que está muy cerca de la Alameda y que es fácil de conectar con el centro con autobuses, bicicletas, etcétera.
-¿Cree necesaria la recalificación de la comisaría de la Gavidia?
-Volvemos a lo de antes. Los políticos no piensan si hace o no falta. Si reciben una oferta de un inversor, pues se hace. Es algo perverso.
-Otro término que usted usa en sus escritos es el de vertedero urbanístico. ¿A qué se refiere?
-Un vertedero urbanístico es donde se construyen urbanizaciones que no solamente son de mala calidad, sino que son insoportables por lo feas e inhóspitas que resultan. Son lugares que se han construido prescindiendo de la calidad de vida, de las emociones, del amor... Sitios que responden al tener y no al ser.
-¿Algún pueblo de Sevilla en el que se hayan hecho las cosas bien?
-Carmona. Fue el único que se libró de los desmanes gracias al antiguo alcalde Sebastián Martín Recio (IU), que gobernó entre el 1995 y 2007. Fue un político que se resistió a las tentaciones de recalificar suelos a cambio del oro y el moro. Lo hizo por honestidad política. Además, el centro histórico era el mejor conservado de toda la provincia de Sevilla, porque tenía un buen plan y un buen control. Cada vez que viene un amigo extranjero lo llevo a Carmona, pero me temo que esta ventaja se está perdiendo. También, pese a la presión de mucha gente, Martín Recio se resistió a facilitar la ubicación en el término municipal de un Carrefour, porque era consciente de que eso supondría la desaparición del pequeño comercio y, por tanto, de mucho empleo.
-¿Y algún antiejemplo?
-Uffff... [levanta los brazos y ríe]... Bormujos, Tomares... Todos, absolutamente todos, ningún pueblo se libró.
-Acaba de llegar de un Congreso sobre ciudades Patrimonio de la Humanidad. No es el momento ahora de recordar la polémica que estuvo a punto de colocar a Sevilla en la lista negra de la Unesco, pero ¿qué echa en falta en la gestión del patrimonio mundial en Sevilla?
-A los políticos y a los urbanistas les sobran buenas intenciones y les falta cultura. Actualmente, no hay un comité que gestione el patrimonio mundial de la ciudad. En este comité deberían estar autoridades reconocidas por el conjunto de la sociedad, que den confianza y sean honestos y comprometidos. Se han hecho cosas absurdas, como vincular el Alcázar a las setas.
-Uno de sus campos de investigación ha sido la arquitectura regionalista. De ésta, ha dicho que goza de la simpatía de la población, como la copla.
-Absolutamente. Es una de las señas de la identidad popular. Todo sevillano quiere tener un patio y macetas. Mientras se hacía la Plaza de España, en Barcelona se construía el pabellón de Mies Van der Rohe. En Sevilla se dieron los últimos coletazos de la forma tradicional de hacer ciudad y arquitectura, contraria a lo que propuso el Movimiento de Arquitectura Moderna, que ve absurdo seguir trabajando con artesanos cuando ya se cuenta con tecnologías constructivas como el acero o el cristal.
-Pese a ese aprecio popular, usted ha denunciado en más de una ocasión la lenta pero inexorable destrucción de este patrimonio, por lo menos en sus ejemplos más domésticos. Según los cálculos de su grupo de investigación, en 40 años ha desaparecido el 20% de esa arquitectura.
-El problema es que no se protege. Por ejemplo, uno de los vacíos del catálogo del PGOU es que no contempla las villas del barrio de Nervión y, como no cuentan con amparo, están desapareciendo o siendo modificadas. Junto a un estudiante, hice un inventario de estas villas y solicitamos que fueran protegidas. Eso fue en los tiempos en los que era delegado provincial de Cultura Bernardo Bueno... Todavía estamos esperando a que nos contesten.
-¿Las administraciones se están desentendiendo de este legado?
-De una manera olímpica. He realizado un mapa de Sevilla donde se registran todos los ejemplos de arquitectura regionalista en la ciudad, que podría servir de guía para cualquier ciudadano o turista. Se lo he ofrecido gratuitamente a las administraciones y ninguna ha mostrado el menor interés.
Paradojas de un hijo de San Gabriel
No deja de ser paradójico que este profesor nacido en un pueblo ecuatoriano de 1.300 habitantes haya terminado dedicándose al estudio de las grandes aglomeraciones urbanas. Si San Gabriel, una pequeña población en la frontera entre Ecuador y Colombia, fue su "patria de la infancia", Sevilla, ciudad a la que llegó hace 22 años por motivos familiares, es su "lugar en el mundo", un sitio donde se siente "cómodo". En el camino, cursó estudios en Quito, Madrid y Roma que fueron perfilando un currículum dedicado al análisis de la ciudad como "producto cultural" y del patrimonio histórico. Como buen hijo de la América ibérica, es una persona sumamente educada y habla en un español cantarín, casi adormecido, que maneja con un punto de ironía que nunca se desmadra. Jorge Benavides se niega a pertenecer a esa casta de profesores universitarios que viven en su torre de marfil ajeno a los problemas que le rodean, lo que le lleva a participar asiduamente como articulista en distintos periódicos para denunciar los desmanes del urbanismo posmoderno, la especulación inmobiliaria o la desaparición de las villas regionalistas del barrio de Nervión.
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