El poeta Garrido repasa la vida
El autor de las 'Sevillanas del Adiós' presentó su Antología Poética en la casa-hermandad de la Esperanza de Triana Leyó poemas a Juanita Reina, Lola Flores y Álvarez Duarte
Dos muchachos que ya han cruzado el Rubicón de los 90 años, que nacieron en los años veinte del siglo XX, los del charleston y la ley seca. José María de Mena (Sevilla, 26 de febrero de 1923), escribe el prólogo de Pasa la Vida (Samarcanda), un libro con soleás, sonetos y saetas de Manuel Garrido (Morón de la Frontera, 14 de noviembre de 1924). El autor prepara con júbilo su particular Expo 92, la personal exposición de sus 92 años pletóricos de sensibilidad.
El tope era las ocho y media de la tarde. A esa hora empezaba la misa en la Capilla de los Marineros. Tiempo más que suficiente para que Garrido, con la inestimable ayuda de su amigo Manuel Melado, leyera algunos de sus versos. Daniel Pinilla, el joven editor, presentó a quien generacionalmente podía ser su abuelo.
Garrido estaba como en casa. Con la Esperanza de Triana es como Vivaldi: a esta hermandad le ha cantado en todas las estaciones: saetas al Cristo y a la Virgen, una salve rociera y villancicos navideños. "Muchos de nosotros hemos aprendido a rezar con los versos que ha escrito Manolo, le hablamos a la Virgen y al Cristo de las Tres Caídas con sus palabras y eso es muy importante". Esta relación tan atrapada en el tiempo y en las emociones la describió Alfonso de Julios Campuzano, hermano mayor de la Esperanza de Triana. Garrido inició su lectura con el soneto que dedica a uno de sus predecesores, Alfredo Álvarez Mensaque.
José María de Mena se remonta en el prólogo al Poema del Mío Cid y a la Chanson de Roland para criticar a los críticos, valga la redundancia, que le niegan a Garrido la categoría de poeta para relegarlo a la más prosaica de letrista. No es de ponerse medallas. "Dios me ha dado la facultad de hacer las cosas sin más nada y han tenido una repercusión con la que yo no contaba". Se conforma con el honor cotidiano de que un parque de La Barzola, el barrio donde vive, lleve su nombre.
Antes del acto, el autor de sevillanas universales como Pasa la Vida, que da título al libro, o las Sevillanas del Adiós, era el centro de una improvisada tertulia familiar en la calle Betis, con el río, la Maestranza y la Giralda al fondo. También la Torre Pelli, de la que habla sin rencor, como de las setas de la Encarnación. Un hombre de su tiempo.
Allí estaban sus sobrinos Antonio Garrido Toro, hijo de su hermano Antonio; y los gemelos Baltasar y Francisco Arroyo Garrido, hijos de su hermana Concepción, enfermero el primero, ingeniero el segundo. Y su sobrina-nieta Leonor. Por la calle Betis llegaban los amigos: Melado, en su moto; Ángel Vela, Ángel Bautista y Antonio Casas. Un admirador se le acercó a saludarlo. "Perdone que no me levante". Y recordó los derechos de autor de Groucho Marx en su famoso epitafio, otra forma de cantar las sevillanas del adiós. No te vayas todavía...
En la lectura se atusó los imaginarios bigotes al modo de Dalí. Leyó sonetos a Juanita Reina, Lola Flores y el imaginero Luis Álvarez Duarte. También unos versos de la saeta a la Esperanza de Triana que cantó Pili del Castillo, "cómo puede caber una pena tan grande en un pañuelo tan chico".
Ya había cruzado el río hasta la calle Parras con su retrato de Juanita Reina y volvió a hacerlo con una soleá a la Macarena. Las dos orillas son hijas de la misma madre, la ciudad que lo acogió desde su Morón natal. De los hermanos Marx pasó a los Machado. "No sé si fue Manuel o Antonio el que dijo que un poema era realmente grande cuando el pueblo lo hacía suyo". Los hermanos poetas hijos de Demófilo, muerto en la calle Pureza, en la misma acera de la capilla de los Marineros donde estaba a punto de empezar la misa de una feligresía que alguna vez aprendió a rezar con los versos de Garrido.
"No sé hasta dónde voy a llegar, porque Dios ha sido muy generoso conmigo". Algunas soleás suenan a greguerías ramonianas. O a sentencias de metafísica dignas de Nietzsche y el Zaratustra que da nombre a un quiosco al otro lado del puente: "Que no me digan a mí que los que callan siempre tienen algo que decir".
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