El poema de amor que Jovellanos le dedicó a Sevilla
El Rastro de la Historia
Sevilla fue una ciudad muy importante en la vida de Gaspar Melchor de Jovellanos (Gijón, 1744-Puerto de la Vega, 1811). No en vano, el escritor ilustrado estuvo en la capital andaluza una década, entre1768 y 1778, y en ella empezó a cuajar como el uomo di potere y el escritor que luego fue. Recién licenciado, con apenas 24 años, Jovellanos ocupó la plaza de magistrado en la Real Audiencia de Sevilla, en la que fue, sucesivamente, Alcalde del Crimen y Oidor (juez). En estos años también ejerció el cargo de Juez del Real Protomedicato. Pero no pretendemos detenernos en este Rastro de la Historia en la muy rica e interesante faceta de jurista y político de Jovellanos, sino en su labor como autor en prosa y verso compleamente inserto en el movimiento neoclásico, de tan poca estima para la crítica literaria debido a su odiosa comparación con el anterior y brillantísimo Siglo de Oro.
Jovellanos perteneció al más selecto ambiente intelectual de la Sevilla de su época, que se reunía en la famosa tertulia del volteriano Pablo de Olavide, a la que acudían otras figuras de relumbrón del momento, como los marqueses de La Gravina, Caltójar y Vallehermoso; los condes de Malaspina y el Águila; Ruiz de Ubago, Antonio de Ulloa, Cayetano Valdés, etcétera. Además, como buen hombre inmerso en las ideas de la Ilustración, perteneció a la Sociedad de Amigos del País de Sevilla, en la que ocupó el cargo de secretario de Artes y Oficios. Esta actividad cultural y política la hizo compatible con su incipiente obra literaria. Fue en esta ciudad donde comenzó a escribir poesía amorosa, que junto a las sátiras y las de temática didáctica o filosófica fueron sus favoritas. También en Sevilla hizo la primera versión de su tragedia El Pelayo, que fue reelaborada en ediciones posteriores, y la comedia en prosa El delincuente honrado.
En 1773, Jovellanos fue nombrado Alcalde de Casa y Corte, cargo que conllevaba su traslado a la capital, entonces ya establecida definitivamente en Madrid. Aquello era un paso importante en la carrera, pero Melchor Gaspar partió de Sevilla lleno de nostalgia. Al fin y al cabo fue una ciudad donde conoció la felicidad que luego le sería negada debido a sus continuas disputas políticas, que le llevaron de lo más alto al calabozo. Prueba de este cariño a Sevilla son estos versos que recogemos del libro Jovellanos en la Sevilla de la Ilustración (Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Sevilla), de Manuel Rico Lara:
Voyme de ti alejando por instantes.
¡Oh gran Sevilla! El corazón cubierto
De triste luto, y del continuo llanto
Profundamente aradas mis mejillas;
Voyme de ti alejando y de tu hermosa
Orilla, ¡Oh sacro Betis! que otras veces
En días ¡ay! más claros y serenos
Eras centro feliz de mis venturas;
Centro do, malmigrado, todavía
Me detienes las prendas deliciosas
De mi constante amor y mi ternura;
Prendas que allá te deja el alma mía,
Dulces y alegres cuando a Dios le pulgo,
Y ágora por mi mal, en triste absencia,
Origen de estas lágrimas que lloro,
¡Ay! ¿Dónde iré a esconder de ti distante
y de tu dulce vista mi congoja?
¿En qué clima del mundo hallar pudiera
Algún solaz esta ánima mezquina?
Jovellanos regresó a Sevilla, el 25 de junio de 1808, como miembro de la Junta Central, ya maduro y en los turbulentos años de la Guerra de la Independencia. Pero el 24 de enero de 1809, debido a la presión de las tropas napoleónicas, tuvo que partir a Cádiz. Nunca más volvería, pero ahí quedan estos versos, quizás carentes de gracia y con acartonamiento neoclásico, pero llenos de su amor y sinceridad.
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