Desde Pío XI al papa Francisco
Calle Rioja
Distinción. José Pradilla recibió a sus 100 años, rodeado de sus cinco hijos, la medalla Pro Ecclesia por sus 35 años vinculado al Consejo Diocesano de Asuntos Económicos
A finales de mayo del año pasado, fui a conocer a su casa del barrio de San Bernardo a José Pradilla Ibáñez. La charla que mantuvimos fue recogida en el Diario de Sevilla del 31 de mayo de 2024, justo el día que don José cumplía los cien años. Un siglo exacto desde que naciera en Hacho, un pueblo del Pirineo aragonés de la provincia de Huesca. Aragón se extiende por todo su árbol genealógico. Su padre era del mismo pueblo y su madre, de La Puebla de Valverde, una villa de la provincia de Teruel que aparece en todas las crónicas de la Guerra Civil española por un episodio relacionado con la Columna de Hierro al que se refieren desde Manuel Chaves Nogales a Paul Preston, aunque José Pradilla, que entonces tenía doce años, tuvo el triste privilegio de vivirlo en primera fila y en primera persona.
En mayo de 2024 fui a visitar a una persona a la que no conocía. Por medio de la amiga y colega Charo Fernández Cotta conocí a uno de sus cinco hijos, Chelo Pradilla, profesora en el Instituto Bécquer de la calle López de Gómara.
La amistad entre Charo y Chelo nació en Mozambique, memorias de África. En enero de 2025 he vuelto a esa misma casa de la calle Marqués de Estella para visitar a mi ya amigo José Pradilla Ibáñez, que va camino de cumplir la próxima primavera los 101 años. Me recibe con una cordialidad exquisita y me invita a sentarme para que hablemos de lo divino y de lo humano. Su azarosa vida, que incluyó una experiencia de niño en el exilio acogido en plena guerra por una familia francesa, los Cousinié, con la que mantuvo el contacto, la recogió en un libro titulado Memorias. En mi primera visita me regaló un ejemplar, uno de los cien impresos en tipos Janson y Gill Sans en las oficinas en Entorno Gráfico, en Atarfe (Granada).
Esta semana se cumple un íntimo aniversario de la vida de José Pradilla Ibáñez. El 24 de enero de 1944, el mismo año del desembarco de Normandía, se declaró al amor de su vida, a la que sería la madre de sus cinco hijos. Consuelo Gordillo, natural de Carmona, era la única mujer en una plantilla de Banesto en Sevilla que contaba con trescientos empleados. José Pradilla la conquistó viendo una película en el antiguo cine Bécquer. Si él había sido testigo de los sangrientos sucesos de La Puebla de Valverde, unas Casas Viejas aragonesas, su mujer conoció en su propia familia el ánimo vengativo del general Queipo de Llano contra la población de Carmona.
Las Memorias de Pradilla Ibáñez están muy bien escritas. Y eso que su educación estuvo sometida a los vaivenes de la guerra, la posguerra y la vida precaria de sus progenitores. Cursó el bachiller en el instituto San Isidoro por el que pasaron los hermanos Álvarez Quintero, uno de los hermanos Machado (Manuel), Gustavo Adolfo Bécquer, como el cine en el que se declaró y el instituto en el que daba clases su hija Chelo, o Severo Ochoa. No le sale una queja ni en el libro ni en las dos charlas que he mantenido con él, la primera en la cita a ciegas de toda entrevista, la segunda ya con la convicción de que una sólida amistad ha nacido entre dos personas.
Estábamos solos en su casa, pero iban apareciendo miembros de su familia. Este 2025 es el centenario del nacimiento de Gerald Durrell, el escritor británico que descubrió la isla griega de Corfú donde escribió La familia y otros animales. En el caso de José Pradilla, convive con dos gatas gemelas, Morena, que permanece hecha un ovillo en el sofá donde charlamos, y Clara, que dormita en el sillón de una habitación más pequeña.
Con los hijos de José Pradilla y Consuelo Gordillo, las dos Españas geográficas, se podría hacer un Consejo de Ministros, un Gobierno de contingencias. Primero llega Eugenio Pradilla, un juez muy reputado en la profesión, que conoció destinos en Ayamonte, Bilbao y Castellón. Su amigo Manuel Rico Lara fue quien me habló de este colega muy singular, coleccionista de coches en miniatura (algunos se ven en casa de su padre) y aficionado a la guitarra, lo que le permitió conocer a grandes del flamenco como Pedro Bacán o el Nano de Jerez.
Llega Pilar Pradilla, profesional de la medicina, especialista en dolencias de las manos y las articulaciones. Tiene una mano estupenda para preparar una merienda que le da al encuentro un sabor más hogareño. Intercambia controversias políticas con su padre. Aparece un tercer vástago. Es Pepe, el arquitecto. El mismo oficio de su mujer. Los dos han hecho el bloque de viviendas donde vive el autor de las Memorias, el antiguo alumno del instituto San Isidoro que cumple años el mismo día que María Galiana y un día después que Alfonso Guerra. Don José es paisano y casi coetáneo de otro arquitecto, Luis Díaz del Río, que nació un año antes que él y murió rozando el siglo de vida. Es el arquitecto que diseñó buena parte de los bloques de la plaza de Cuba. Un profesor que dejó huella en sus alumnos y se hizo en la playa de Mazagón un chalé estilo Le Corbusier. Su hijo Ángel fue decano del Colegio de Arquitectos y su nuera, Ana Yanguas, también arquitecta, está emparentada con la familia de Luis Cernuda. “Luis Díaz del Río era de un pueblo de Huesca que se llama Berdún”.
Faltan la profesora del instituto Bécquer y el tercer varón, Guillermo, que es inspector de Hacienda en la delegación en la que trabajó el poeta Juan Sierra junto a la casa de la Moneda. En la plaza Indalecio Prieto, político socialista de la República que tenía cierto parecido a Paco Palacios El Pali, esculpido delante de Hacienda por Jesús Méndez Lastrucci junto a la calle Tomás de Ibarra en la que le gustaba ver pasar el tiempo y la vida sentado en una silla a horcajadas.
Hay un Pradilla que juega en la selección española de baloncesto. Y hubo un Pradilla pintor que tiene obra en el Museo del Prado. Una réplica de la rendición de Granada está en el Salón de Plenos de Capitanía, en la Plaza de España. Y en Zaragoza hay un pueblo que se llama Pradilla del Ebro “donde no hay ningún Padrilla”, como tuvo ocasión de constatar en una visita el propio José Pradilla.
Nació en 1924, el mismo año que su paisano José María Javierre, el cura que dirigió El Correo de Andalucía y pregonó la Semana Santa de Sevilla, y que Mariano Palancar, el ingeniero de caminos que libró a Sevilla de nuevas riadas con la Corta de la Cartuja. Pradilla, camino de los 101, no está encerrado en su casa. Fue al Palacio Arzobispal, donde el arzobispo José Ángel Saiz Meneses le impuso, rodeado de su familia, la medalla Pro Ecclesia, para reconocer los 35 años que José Pradilla lleva formando parte del Consejo Diocesano de Asuntos Económicos. “Como trabajé de contable en Banesto, al jubilarme me llamó don Carlos Amigo Vallejo”. Todos los meses llama por teléfono a Juan Asenjo Pelegrina a su residencia en Sigüenza. 35 años. Tres arzobispos, tres Papas (cuando nace, gobernaba la Iglesia Pío XI), cinco presidentes del Gobierno, ocho alcaldes. Pero un solo José Pradilla Ibáñez que se acuerda de los de su quinta: el torero Pepe Luis Vázquez (de 1921), vecino de san Bernardo, el futbolista Juan Arza (de 1923), el auténtico marqués de Estella. Un día después de este segundo encuentro, José Pradilla fue al Círculo de Labradores para participar en un acto de veteranos sevillistas. Cuando su equipo ganó la Liga, tenía 22 años.
Tiene Memorias y memoria. En la etapa extremeña de su servicio militar conoció a Porrina de Badajoz y con la excusa de una visita cultural a Mérida fue hasta el estadio de Chamartín para ver el 4 de julio de 1948 la final de Copa del Generalísimo en la que el Sevilla de su amigo Juan Arza le ganó 4-1 al Celta de Vigo. Tres goles de Mariano y uno de Arza frente a un Celta entrenado por Ricardo Zamora con el que marcó Miguel Muñoz.
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