El pintor murió, el artista es inmortal

calle rioja

El pintor murió, 
el artista es inmortal
El pintor murió, 
el artista es inmortal

ERA una doble conmemoración. Aniversario de su bautizo en la iglesia de san Pedro (6 de junio de 1599) y cuarto centenario de su marcha a Madrid como pintor del rey Felipe IV. En 1623, Diego Velázquez (1599-1660) se marcha a la Corte como pintor del rey (y del conde-duque de Olivares), pero fundamentalmente como maestro de ceremonias y aposentador real de aquel monarca que reinó durante cuarenta años y fue conocido como rey Planeta.

El joven Velázquez, el anterior a aquella marcha decisiva en su carrera artística y personal, fue el protagonista de la jornada de clausura de la Universitas Senioribus de la Fundación San Pablo CEU, que tuvo lugar en la sede de la Caja Rural del Sur.

Como me cupo el honor y el privilegio de moderar la mesa redonda de este fin de curso y presentar a los ponentes, hice desde casa un recorrido velazqueño. No sabía mientras atravesaba la Alameda que fue en esta zona de Sevilla donde Velázquez, cuando empieza a tener independencia económica como pintor, compra sus primeras casas. Una de ellas, en la antigua calle Potro (hoy Ana Orantes), donde vivió su infancia Gustavo Adolfo Bécquer y durante más de cuatro décadas estuvo el Alameda Multicines. Dato que confirmó con documentos en la mano Aurora Ortega, archivera de la parroquia de la Magdalena, una de las participantes en la mesa redonda.

En la calle Trajano está la placa colocada en la fachada del hotel Venecia que recuerda que allí estuvo el taller de Francisco Pacheco, maestro de Velázquez entre los once y los 17 años del pintor y su futuro suegro. Dice la archivera de la Magdalena que la ubicación de la placa no es correcta, porque el taller de Pacheco debió estar en la acera de enfrente, probablemente en la esquina del bar Lizarrán.

El salón de actos de la Caja Rural del Sur se llenó por completo. Por razones de seguridad, un número similar de personas tuvo que quedarse fuera. Era el día del homenaje a Joaquín. El joven Velázquez se va a Madrid con la misma edad con la que el joven Joaquín, el futbolista del Betis, dejó Sevilla para probar fortuna en Valencia, Málaga y Florencia. Aunque la marcha del pintor tiene más analogía con la de Benzema, que se va a la nueva Corte de los futbolistas, la de los petrodólares y mansiones de lujo de Arabia.

Dejé atrás los dos talleres de Pacheco, el erróneo y el cierto (hotel Venecia y Lizarrán), atravesé la Campana y recorrí la calle Velázquez, que termina en la esquina de las franquicias gallegas, Zara y Massimo Dutti. La calle Rioja, sede del Diario de Sevilla (rotativo que sale a la calle en 1999, cuarto centenario del nacimiento de Velázquez) debe su nombre a Francisco de Rioja, poeta, uno de los que acudían a las tertulias y cenáculos organizados por Francisco Pacheco. Rioja separa las calles Velázquez y Murillo, aunque para llegar a ésta hay que pasar por la plaza de la Magdalena donde estuvo el taller de Martínez Montañés. Dice Manuel Jesús Roldán que este escultor pudo ser el modelo de Velázquez en su obra El Aguador de Sevilla.

Curioso baile de cifras. Sesenta mil béticos celebraban en Heliópolis que Joaquín había llegado a los 622 partidos. Y en la pantalla de la Caja Rural del Sur aparecía el año 1622. Fecha del Aguador de Velázquez y último año entero que el pintor pasó en Sevilla. ¿A quién alcanzaría el pintor al que Roldán recrea en su Historia de Sevilla jugando en el barrio de la Morería? ¿A Rubens, a Tiziano, a Rembrandt? Dejé la pregunta en el aire para que la contestara Fernando Gabardón de la Banda, que conoce los entresijos de la línea divisoria entre las Sevillas de Velázquez y de Murillo, una frontera estética que podría estar a la altura de la iglesia de la Anunciación en cuyo subsuelo está el Panteón de Sevillanos Ilustres.

La casa natal de Velázquez fue taller de Victorio & Luccino. Una experta en la historia del vestido y en el vestido como herramienta de la historia, Bárbara Rosillo, completó el panel de participantes. Cotejó sus impresiones con algunas de las obras de este pintor universal. Esta licenciada en Historia del Arte por la Complutense prepara un libro sobre la mantilla que publicará en Almuzara.

Aurora Ortega estudió Psicología y ejerció de psicóloga. La vida le llevó por otros derroteros: la Historia del Arte, las Humanidades. De desentrañar el alma de las personas en su consulta profesional pasó a escrutar el alma de los artistas estudiando los documentos. En la mesa redonda mostró algunos de los papeles de Velázquez. La partida de bautismo de su mujer, Juana Pacheco, de la que fue padrino Cristóbal Suárez de Ribera, cuyo retrato hecho por Velázquez puede verse en el Museo de Bellas Artes.

Fue un artista precoz, como apuntó Manuel Jesús Roldán en una intervención grabada: con 17 años aprueba el examen de pintor; con 18 contrae matrimonio; con 19 (edad con la que Joaquín debutó en el Betis), estrena su paternidad. Velázquez era el mayor de ocho hermanos y Juana Pacheco, su mujer, hija única de su maestro. El pintor tuvo dos hijas: Francisca e Ignacia, ambas bautizadas en la desaparecida iglesia de san Miguel. La archivera de la Magdalena localizó a sus respectivos padrinos: Esteban Delgado, “mi nariz de archivera lo sitúa como capitán de navío que hacía la ruta entre Sevilla y La Habana”, y Juan Velázquez, notario, hermano del pintor. Francisca tuvo diez hijos, de los que sobrevivieron cinco. A los tres varones les puso Gaspar, Baltasar y Melchor.

Gabardón se adentró en un Velázquez murillesco, los niños en los cuadros del yerno de Pacheco. El niño del Aguador, el niño de la vieja friendo huevos. El del almuerzo que está en el Museo de Bellas Artes de Budapest, capital de la última gesta sevillista, o el del Hermitage de San Petersburgo.

Aquella Sevilla también competía en Europa. Dice Roldán que la ciudad en la que nace Velázquez contaba con 140.000 habitantes, sólo superada en población por Londres, París y Nápoles. “¿Es casual que los dos grandes hombres que, en diferentes ámbitos, dominan esta época (Velázquez y Olivares) sean sevillanos?”, se pregunta Joseph Pérez en el prólogo del libro de Alain Hugon Felipe IV y la España de su tiempo. El siglo de Velázquez. El rey que el 1 de marzo de 1624 llega a Sevilla, se aloja en el Alcázar, visita Doñana, recorre Cádiz, Gibraltar, Málaga y Granada y regresa a Madrid el 18 de abril de ese año. Dicen las crónicas que en el viaje le acompañó Quevedo. Si también lo hizo Velázquez, “nadie lo sabe”, según Gabardón.

Su último servicio a la Corona fue preparar en la frontera con Francia, en la isla de los Faisanes, el encuentro entre los dos monarcas, Felipe IV y Luis XIV. Viajó antes para disponer alojamientos y provisiones. Inspeccionó las 23 villas por las que pasaría la comitiva real. Unos meses después, el pintor fallecía. El artista no. Su obra lo hizo inmortal. El joven Velázquez.

El siglo de Velázquez. Un siglo después del de Magallanes, que como el pintor también encontró un aliado en su suegro, Diego Barbosa, padre de Beatriz, su mujer, y alcaide del Alcázar de Sevilla.

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