Lo tengo pendiente, Pepe
El adiós a José Moya
La forma en que amaneció el lunes no pudo ser peor. Se había muerto Pepe Moya, mi amigo Pepe Moya, gran amigo de sus amigos y un empresario del que todos podríamos aprender. Aunque su muerte se presagiaba, por mucho que se espere no deja de ser dolorosa, muy dolorosa en este caso porque es la de una persona muy a tener en cuenta.
Como empresario fue un modelo, ya que con Concha, su mujer, y sus hijos levantó una empresa de primer orden, hoy clasificada en lo más alto del ramo que abarca. Sólo por eso estaríamos ante una pérdida muy importante, pero es que Pepe compaginaba el pragmatismo con la bonhomía y un trato exquisito que iba de la mano de una rectitud intachable. Su fe cristiana le ha permitido llevar con naturalidad el mal que le ha llevado a dejarnos tan pronto.
A mí me tocó tratarlo por su condición de ganadero de bravo, una afición que llevaba en la sangre y que afloró cuando estuvo en condiciones de afrontar una faceta indudablemente sacrificada y no todo lo rentable que puede aparecer. Y logró en poco tiempo éxitos muy considerables, muchos de ellos en las numerosas novilladas que lidió en nuestra plaza, pero su marcha me ha cogido con una deuda pendiente.
En nuestras más recientes conversaciones estaba siempre en el aire su presentación con corrida de toros en la Maestranza y su muerte me ha cogido sin haber podido cumplirla. Me quedo con la gran pena de no haber logrado que él viva su debut como ganadero en corrida de toros en su Sevilla. Sus éxitos con novilladas le habían hecho merecedor de ello. No ha sido posible haberlo hecho en vida y ahora, cuando su muerte nos llena de congoja, sólo me queda lamentar no haber llegado a tiempo a la par que decirle: ¡lo tengo pendiente, Pepe!
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