El pastor de cabras es pastor de nubes

Tributo. El sábado cumplió 80 años José Domínguez ‘El Cabrero’. El cantaor más vetado se convirtió en el más aclamado. El documental “Mi patria es la libertad” conserva su legado

La Carbonería. Estreno de documental sobre El Cabrero
La Carbonería. Estreno de documental sobre El Cabrero / Antonio Pizarro

Siempre ha ido contracorriente. En la vida y en el arte. En la mili, que le toca hacer en la Sierra de Cádiz, es castigado por indisciplina a un polvorín en la sierra de San Cristóbal. “Allí nace su aversión a la disciplina”. Con sus cabras mantendrá un vaivén permanente. Las deja para buscar la aventura en Madrid. Un viaje fallido del que regresa “sin un céntimo”. Távora ha llevado al festival de Teatro de Nancy Oratorio, el germen de Quejío, y piensa en El Cabrero como intérprete de esos cantes ancestrales. “Yo soy cantaor, no soy actor”, le dirá a Elena Bermúdez en Ginebra, donde se conocieron. Esta gallega será la madre de sus hijos Amanda y José Daniel y letrista de muchos de sus fandangos. 

Ni Madrid, ni Sevilla ni el mundo que se le abría con las giras de La Cuadra. En agosto de 1972 regresa a Aznalcóllar con sus cabras. Nueva parábola del hijo pródigo. Pero el cante sigue en sus entrañas. En La Cuadra ha conocido a gente importante: los poetas José Hierro y Félix Grande; tertulias en las que participaba Francisco Díaz Velázquez, el concejal de Cultura que fue letrista de Camarón. Y las grabaciones que hacen Alfonso Eduardo Pérez Orozco y Ricardo Pachón. Palabras mayores. 

En 1975 muere Franco y nace El Cabrero. Discográficamente hablando. “Así canta El Cabrero”, se titulará su primer disco. Ha empezado a frecuentar la peña flamenca Torres Macarena, hábitat de su segundo disco, un trabajo conjunto con los cantaores Antonio Sánchez, El Chozas y José el de la Tomasa. 

Su patria es la libertad y le ahogan todas las cortapisas. El documental da cuenta de algunas de las más sonadas. Cuando empieza a abrirse camino, Luis Caballero, paisano suyo, ese cantaor con aires de personaje de película de Visconti, le propone llevarle su primer disco a Pulpón, el empresario por antonomasia de los flamencos. Éste le enseña el trabajo de Lole y Manuel Noche y día dándole a entender que “esto es lo que se lleva ahora”. 

Nadie le va a marcar el camino. Ni siquiera cuando le sugieren que no cante fandangos, “que es un cante mal visto en los festivales serios”. Pero los canta por Huelva, por Calañas y por Alosno, patria chica de su íntimo amigo Paco Toronjo. El documental ofrece un amplio surtido de fandangos del Cabrero. “Después, raro será el cantaor que no cante fandangos”. Llegará a grabar cuatro discos de este palo, con la guitarra de Antonio Sousa. Lo oímos cantar por bulerías, tonás y hasta un pregón por zambras. 

Ha sido el cantaor más vetado por las instituciones. Inédito en cuatro décadas de Bienal de Flamenco. “No le perdonaron que no fuera un pelele de las discográficas”, dice Javier Salvago, poeta y nacido en Paradas, otro pueblo de jornaleros. El documental cuenta que un director de la Bienal llegó a ofrecerle “el Teatro de la Maestranza y cuarenta mil euros” pero se fue con sus cabras. La narración del documental corre a cargo del actor Sebastián Haro. “El PSOE quiso apropiarse de dos cantaores, Camarón y El Cabrero”. Con la llegada de la democracia llegan sus problemas con la Justicia. Primero, en mayo de 1980, por una linde con un guarda de Andaluza de Piritas. Después, en 1982, por una blasfemia sacada del contexto por los nuevos escribas y fariseos. “Más que una censura política, El Cabrero padeció una censura social”, dice la periodista Pilar del Río. Entre ambos contenciosos, el año 1981 del 23-F. Tiempos convulsos. El Cabrero sale de las páginas de Cultura de los diarios para entrar en las de Sucesos, con firmas como las de Pepe Guzmán, Pepe Fernández o quien firma esta crónica. La blasfemia da con sus huesos en la cárcel de Ranilla. Llega a la celda con un libro de canciones de Atahualpa Yupanqui, una novela de Oscar Wilde, que también padeció prisión, y un ensayo cinegético de venados de Miguel Delibes. “Leopoldo Calvo-Sotelo era el presidente del Gobierno y no podía pasar a la historia por meter en la cárcel a un cantaor y firma el indulto”, como señala Pilar del Río. 

En el documental hablan sus amigos de Aznalcóllar (Primitivo Librero, Agapito Ramírez), sus hermanas Carmen e Iluminada, sus hijas, críticos flamencos como Manuel Martín; es especialmente emotivo el testimonio de sus guitarristas: Paco del Gastor, Antonio Sousa, Rafael Rodríguez, José Luis del Postigo, con el que en 90 días tuvo 83 actuaciones. “Me decía que fuera ligero, como si tuvieras la Guardia Civil detrás de ti”, contaba uno. 

Está también el Cabrero internacional. De París a Buenos Aires, el reverso del viaje de Julio Cortázar, pasando por Marinaleda, donde no faltaba un solo año. Aparece abrazando al alcalde más longevo de España, Juan Manuel Sánchez Gordillo, con el fresco de El Cuarto Estado detrás. El cuadro relativo al proletariado de Pellizza da Volpedo que Bertolucci llevó al cartel de su película Novecento. El cantaor insobornable llenó el Paraninfo de la Sorbona. En París canta con Chick Corea, con Gilberto Gil. Su productor francés le propone una gira por Japón. “Mucha agua y poca tierra”, dice como excusa. En 2014, hace diez años, cantó en el Centro Pompidou. 

Es una faceta menos conocida de José Domínguez El Cabrero. “De chico se me clavó el cante de Carlos Gardel”. Llegó a participar en la Cumbre Mundial de Tangos de Granada. El último tango después de París. Llegó a grabar dos discos de tangos. Entre Famas y Cronopios, El Cabrero pastorea nubes en lugar de cabras, esos animales junto a los que aparece cerca de la vía del tren con un aire de Clint Eastwood en la trilogía almeriense de Sergio Leone. La música no es de Morricone, sino de Paco del Gastor. 

Su patria sigue siendo la libertad. Con las reservas de Kafka (Un Informe para una Academia): “Con la libertad los hombres se engañan entre sí con demasiada frecuencia”. 

stats