Un paseo en Cádiz, un paseíllo en Sevilla
CALLE RIOJA
Recuerdo. Curro Romero asistió a la sesión necrológica que Buenas Letras dedicó a Antonio Burgos en la que lo recordaron, entre otros, Ignacio Camacho, Enriqueta Vila y Pérez-Reverte
Por el mar corre la liebre, por Gerona las Sardinas

El Betis jugaba en Heliópolis y a la misma hora el Burgos goleaba en los Pinelo. La simbiosis perfecta. El CurroBetis, ese anfibio de la sevillanía. Antonio Burgos (1943-2023) fue propuesto para ingresar en la Academia de Buenas Letras el 2 de marzo de 1984; es elegido el 6 de abril y pronuncia su discurso de ingreso el 30 de mayo de 1985. El día que cumplía 42 años. Lo tituló Sevilla, Patrimonio Inmaterial.
La docta institución a la que perteneció durante casi cuatro décadas le dedicó el jueves una sesión necrológica. Profunda y nada solemne. Emotiva y sin ñoñerías ni plañideras. Un acto con dos presidencias: la del director, Pablo Gutiérrez-Alviz, a quien Burgos le prologó el libro Cariño, ponte la corbata, escoltado por el alcalde de Sevilla, José Luis Sanz, y el teniente general Carlos Melero; y la presidencia de Curro Romero, de quien Burgos fue su particular Chaves Nogales. En primera fila, Isabel Herce, su viuda; y Pilar y Fina Burgos, hermanas del académico. Junto a Alejandro Rojas-Marcos y Manuel Marchena.
La sesión estuvo llena de símiles taurinos. Ignacio Medina, duque de Segorbe, estrenando su nuevo rango de alcaide del Arco del Postigo, hizo de “alguacilillo” para despejar la plaza. Recordó los afanes con Burgos para evitar el derribo de edificios. Algunos se salvaron (Corral del Conde, Palacio de Altamira, Conventos del Carmen y Nuestra Señora de los Reyes, casa de Hernán Cortés), con otros acabó la piqueta. Y también fue su apoderado cuando le acompañó a Madrid para gestionar una oferta laboral en la capital “para debutar en las Ventas”. Aceptaron todas sus condiciones, Burgos se quedó en la habitación y cuando su amigo regresó ya no estaba. En recepción le dieron una nota: “Muchas gracias, Ignacio, a mí no se me ha perdido nada en Madrid”. Como Delibes cuando dirigía El Norte de Castilla y le ofrecieron la dirección de El País, que rechazó. “Como dijo Wittgenstein, los límites de mi lengua son los límites de mi mundo y su mundo y su lengua se fundían en Sevilla”, dice el duque de Segorbe.
Burgos fue pregonero de la Semana Santa en 2008. José Joaquín León lo será en la de 2025. Cuando faltaba un mes para la cita en el Maestranza, su sucesor en el atril reivindicó al Burgos más gaditano. El que con Carlos Cano pregonó el Carnaval de Cádiz en 1988; el que firmaba muchas de las letras del Coro de la Viña; el que fue nombrado Hijo Adoptivo y da nombre a un paseo junto a la playa de la Caleta “con las puestas de sol más bonitas del mundo”. Burgos, según León, retruécano castellano, popularizó la frase de Villalón de que el mundo se divide en dos: Sevilla y Cádiz. “No son dos partes, es la misma, una con mar, otra con río”. El periodista le enmendó la plana a José María Izquierdo. “Sevilla no es la ciudad de la Gracia, ésa es Cádiz. Sevilla es la ciudad de la Guasa”. En 1717 la Casa de la Contratación se fue de Sevilla a Cádiz. “Se arruinaron las dos, se perdió América y se hundió hasta el barco del arroz”.
“Sevilla no existe”. Así empieza Ignacio Camacho su libro Pretérito Perfecto (con ilustraciones de Ricardo Suárez), que dedica In Memoriam Antonio Burgos. Dice que su legado es “el canon de una conciencia colectiva” de una ciudad a la que llamaba la Vieja Dama y que retrataba como en un “espejo stendhaliano”. Ha dejado una cartografía sentimental, de tal forma que “Sevilla la miramos como él la miraba, la criticamos como él la criticaba”. Era un maestro, palabra que rechazaba “porque sólo reconocía el magisterio de Curro Romero”. Camacho dice que Burgos era mucho más que un escritor costumbrista, “la misma etiqueta que le colocaban a Larra”. Lo material que salvó se hizo inmaterial para hacer de Sevilla “una utopía, una leyenda, una quimera, un mito”. Y está el Burgos de Andalucía, tercer mundo, el de “la conciencia regional, el sentimiento andalucista”. “Un andaluz claro como Sánchez Mejías, un regeneracionista, un liberal que soñó en vano con una burguesía ilustrada”.
Es la única mujer que ha dirigido la Academia de Buenas Letras. Enriqueta Vila empieza a conocer a Burgos cuando éste, recién casado con Isabel, se va a vivir al mismo edificio. “Yo conocí a un Antonio Burgos con pelo y barba larga y oscura, como un guerrillero estilo Che Guevara. A veces coincidíamos en el ascensor y me decía: ‘ya ves, aquí vengo del Pravda”. Un bolchevique de Cardenal Ilundain. Le debe la gratitud de no haber olvidado nunca a Enrique Vila, padre de Enriqueta, a quien oía todas las noches en la revista radiofónica El Toreo, de Radio Sevilla. Fue Antonio quien le presentó a Alejandro Rojas-Marcos, y ambos la convencieron para que iniciara su aventura política que cristalizó en los años de concejal y delegada de Cultura del Ayuntamiento. Sevilla no tiene playa de la Caleta, pero Antonio Burgos debería tener una calle con su nombre. La que fuera munícipe andalucista se lo pidió al alcalde. Como tributo a Abel Infanzón, uno de los 17 heterónimos de Antonio Machado, el que escribió “Sevilla y su verde orilla, / sin toreros ni gitanos, / Sevilla sin sevillanos, / oh maravilla!”.
Arturo Pérez-Reverte ha venido a Sevilla para saldar una deuda que había contraído hace treinta años. El día de Navidad de 1995 que conoció en el restaurante Lucio de Madrid a Antonio Burgos y le dijo que cambiaría su última novela por la habanera que le había escrito a Carlos Cano. Además de Juan Eslava Galán y Rafael de Cózar, Pérez-Reverte tenía otro mentor secreto de las cosas de Sevilla, Antonio Burgos. Recordó oír una vez en el pub Abades, a dos pasos de los Pinelo, ese espacio del buen gusto que regentaba Fernando Chamorro con aires de Guermantes, la habanera de Carlos Cano escrita por Burgos. “Compré el cassete en una tienda de Sierpes y me lo aprendí de memoria en el hotel Bécquer, donde me quedaba antes del Colón”. Un influjo que está en sus novelas La piel del tambor y El asedio. En la primera, el mundo de Burgos está detrás de las palabras del novelista: “Todo es ficticio excepto el escenario, nadie puede inventarse una ciudad como Sevilla”.
Otro pregonero en los Pinelo. Joaquín Caro Romero lo pronunció el año 2000. Olímpico como el 2008 de Burgos. Le dieron como a todos diez minutos, “lo que según el reglamento taurino debe durar el último tercio de la lidia”. Y quien con 25 años ganara el Adonais lo hizo con diez décimas. Después de recordar “la vida literaria y laboral en las galeras y en las galeradas” vivida con Antonio Burgos. Los dos y Manuel Ferrand se turnaban en la sección Sevilla al día. Ferrand muere el 30 de agosto de 1985 (el mismo día que El Yiyo en la plaza de Colmenar Viejo). El año que Burgos entra en la Academia y Gordillo ficha por el Madrid. El tercer pregonero de la sesión evocó al escritor “de atarazana y bodega”, “queda atrás la mancebía, la posada de Cervantes, los tiros a Blas Infante, de Queipo la Artillería”. “No deis más vueltas al ruedo: Burgos está con Quevedo en el Arco del Postigo”. Le llamó “espejo y varal de la historia de Sevilla”. “Nadie derribará tu columna y tu albedrío”.
El director de la Academia clausuró la sesión. Curro Romero abandonó la presidencia oficiosa. Acompañado por dos divinos calvos, Julio Cuesta y Joaquín Moeckel. Y un tercero, de sobresaliente. El Betis había empatado con el Vitoria Guimaraes, que tiene nombre de heterónimo de Pessoa. El Burgos ganó con autoridad. Sevillano y gaditano. En el centenario de la Pepa participó en el ciclo de conferencias Cádiz y el sueño americano.
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