Paseo de arte por la Avenida de los Descubrimientos

Calle Rioja

Recorrido. Agosto es un mes ideal para visitar la exposiciones de la Cartuja (antológica de Manuel Salinas) o las de Caixaforum, presidido por la estrella de tapices de Joan Miró

Monasterio de la Cartuja, hoy Centro Andaluz de Arte Contemporáneo.
Monasterio de la Cartuja, hoy Centro Andaluz de Arte Contemporáneo. / juan carlos vázquez

ESTÁ la ciudad para comérsela. En manos de los cabales, de la nueva versión de aquellos habitantes del poema de Villalón que poblaban las islas del Guadalquivir, los moros que nunca se quisieron ir. Ayer recorríamos la calle Jesús del Gran Poder desde el Duque hasta la Capillita del Carmen. Al pasar por delante de la casa donde vivía Manuel Salinas, mentalmente imaginé que llamaba a la puerta y me abría el pintor o en su defecto su amigo y huésped Diego Carrasco. Entraba y le contaba lo mucho que nos ha gustado la exposición de su obra en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo.

Se titula Abstracto Estricto y los textos del comisario, Pepe Yñiguez, no desmerecen la calidad de los cuadros. Arranca con un retrato del padre del artista, el sevillano que conoció a María Asunción Milá de Salinas, que en julio ha cumplido 105 años, que celebró los cien con casi todos sus hijos en Esplugas de Llobregat, la patria chica de Lamine Yamal. “La belleza es el premio a la verdad”, se lee en alguno de los textos, que se acompaña con una frase de Gauguin: “Un cuadro, antes que ser un caballo de guerra, una mujer desnuda o cualquier anécdota, es esencialmente una superficie plana, cubierta de colores en un cierto orden”.

En los ochenta me hice amigo de Salinas, que era devoto de la Semana Santa, agnóstico de la Feria y sus vanidades. Uno se lo imagina escuchando a Amancio Prada mientras pintaba y poniéndole voz el berciano a un verso de san Juan de la Cruz que Yñiguez incluye en los textos: “deseando nada”. En las antípodas del nihilismo o de las naderías. La nada es la materia del Todo, que en Sevilla eligió como símbolo el No&Do.

El Monasterio de la Cartuja es el Guggenheim de la Exposición de 1992. Las taquillas abren a las once de la mañana y la cafetería cerró sus puertas. Una pena. Café imaginario paseando por los jardines, junto al hombre-orquesta de Curro González o el ombú que plantó Hernando Colón, el hijo del Almirante. Un boxeador cubano nacionalizado español, Enmanuel Reyes, ha dicho que él es más español que los españoles “porque a mí me descubrió Cristóbal Colón”. Una estatua del descubridor simboliza el tránsito de este complejo museístico de monasterio en fábrica de cerámica. En tiempos de cartujos, Cristóbal Colón (1451-1506) residió en sus estancias antes de comenzar su serie de viajes. El uso monástico y religioso acaba en 1835 con la desamortización de Mendizábal y el empresario Charles Pickman lo convierte en fábrica de cerámica. Vestigios de ambos usos conviven en la Cartuja. La marquesa viuda de Pickman sufragó la erección del monumento a Colón en 1886 recordando que sus cenizas estuvieron en este espacio entre 1513 y 1536. Durante siglos, Sevilla y Santo Domingo, “la tierra que más amó Colón”, han pleiteado por el destino de los restos de quien tanto sumó, del marino nacido en Génova y que murió en Valladolid.

La Cartuja es un edificio de 1400 en cuya adaptación para nuevos usos intervinieron arquitectos como Guillermo Vázquez Consuegra (conversión de la zona fabril en Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico) o los hermanos José Ramón y Ricardo Sierra Delgado en la restauración del área conventual para uso expositivos y administrativos. Salinas y Vázquez Consuegra coincidieron en una de las Jornadas de Arte Contemporáneo que cada año, en condiciones rayanas en la heroicidad, organiza el catedrático Fernando Martín.

Muy cerca de este edificio del siglo XV, en el mismo recinto que ya popularmente se conoce como la Cartuja porque todo lo bautiza (estadio de la Cartuja, Cartuja Center…), hay un edificio del siglo XXI. La sede expositiva de Caixaforum junto a la Torre Sevilla del arquitecto argentino César Pelli, viaje en planos desde las Torres Petronas de Kuala Lumpur hasta la rotonda del Cachorro, y el centro comercial anexo.

Fue una mañana de exposiciones. Con algunas pasarelas curiosas entre el Monasterio y los sótanos vanguardistas muy cerca del World Trade Center. Una de ellas tiene nombre propio. En la entrada del monasterio de la Cartuja, junto a la sede de la Universidad Internacional de Andalucía, el espectador que se pasa por taquilla se queda atónito ante dos esculturas gigantescas: una cara y una mano, una Meganiña esculpida por Cristina Lucas (Jaén, 1971). Curiosamente, la misma artista que aparece en el video que se proyecta de forma ininterrumpida en la exposición de Caixaforum ‘Veneradas y temidas. El poder femenino en el Arte y las Creencias’. La escultora la emprende a martillazos contra un Moisés de Miguel Ángel. La muestra es un apasionante recorrido por diosas, musas y cultos ancestrales, desde Shiva o Kali a la Virgen María.

La otra pasarela es de colores. En la Cartuja se conservan las yeserías barrocas que servían de marco a una serie de cuadros de Zurbarán que ahora están en el Museo de Bellas Artes. Un espacio que durante la ocupación francesa fue la carnicería del cuartel. Y en la Cartuja se celebró en 1999 la magna exposición conmemorativa del quinto centenario del nacimiento de Velázquez, con Jonathan Brown y John H. Elliot paseando por donde siglos antes lo habían hecho los cartujos.

La muestra In Ictu Oculi homenajea en el título a los cuadros de Valdés Leal en el Hospital de la Caridad. Es una propuesta de Ignasi Aballí (Barcelona, 1958). El silencio es la música de Sevilla en agosto. “El silencio es el gran arte de la conversación” (Helène Cixous). “El silencio es el sonido más perfecto” (Jean-Luc Nancy). Son dos frases del catálogo de Aballí. En la Liturgia de la misa, el silencio es tan importante como las lecturas o la homilía. Es una muestra llena de silencios, hasta el minuto de silencio. Al final, entre tanto blanco (el color más silencioso: la paleta se quedó en blanco), el artista desarrolla una historia de los colores, tantos los puros como las mezclas. Del azul aprendemos que procede del lapislázuli de Afganistán que fue reelaborado en Venecia.

En Caixaforum, junto a las Veneradas y Temidas (que uno recita inconscientemente como el Veteranos y Noveles del himno del Real Madrid) y la Estrella de Miró que el pintor capicúa (1893-1983) hizo con el artista textil Josep Royo como símbolo de la entidad bancaria, hay una muestra titulada Colores del Mundo. La teoría de Ignasi Aballí convertida en demostraciones empíricas a través de bellísimas fotografías de National Geographic. Una de ellas firmada por mi paisana Cristina García Rodero (Puertollano, 1949).

Colón estuvo en la Cartuja y es el referente fundamental de las dos Exposiciones que celebró Sevilla, la Iberoamericana de 1929 y la Universal de 1992. No se pierdan la exposición de Manuel Salinas (1940-2021). Un “homenaje a la pintura y a la vida de un pintor que se retrata en todos y cada uno de sus cuadros…”. Que nació en la Casa de Salinas, casa-palacio del siglo XVI construida con influjo renacentista. Un pintor con alma, la abstracción de Dios, que creció junto a la iglesia de santa Cruz, que era vecino del Gran Poder y pintó el paño de la Verónica para la hermandad del Valle. 

La Cartuja es inagotable como pinacoteca de vanguardias. Desde los enterramientos de los Ribera, protectores del Monasterio, hasta el enigmático currante de MP & MP Rosado, los gemelos nacidos en 1971 en San Fernando. Y mientras abren la taquilla pueden ver el libro Flamenco y Fotografía con textos de Caballero Bonald, Agustín García Calvo o Luis Clemente y fotos espectaculares de Mario Maya, Camarón, Agujetas o Martirio. Buena mañana de museos por la Avenida de los Descubrimientos 32 años después de la Expo 92.

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