"El párroco de la Magdalena decía que el Club Yeyé era un antro de perdición"
Los invisibles
Buzo del Arenal, paisano de Vázquez Díaz, este empresario trajo a Sevilla a Los Pekenikes y a Elton John, a Massiel y GunsN'Roses. Fundó el club Yeyé y publica su primera novela.
NACIÓ en un pueblo con nombre de emperador romano y se vino a Sevilla a vivir a una calle con nombre de cine de verano, Alfarería. Ahí se condensa la exagerada vida de Rufino González (Nerva, 1935), el empresario que en 1967 abrió el Club Yeyé.
-¿Quién lo inaugura?
-Fue tremendo. Lo iban a abrir Los Relámpagos, pero esa noche cayó una gota fría en Sevilla. Con la colaboración de La Voz del Guadalquivir, trasladamos el escenario del patio de San Laureano al estadio de la Macarena.
-¿Dónde estaba el club Yeyé?
-Donde tuve mi primer cine de verano, el Alfonso XII, que abrí con el dinero que me prestó un tío político de mi mujer, Guillermo Coll, un mallorquín que jugó en el Betis. Estaba donde se hizo su casa Hernando Colón, el hijo del almirante. Era un patio de servidumbre que cubrimos con posters ilustrados por Manuel Hidalgo, que pintaba los carteles de los cines. Posters del Bueno, el Feo y el Malo, del Gordo y el Flaco, Moshe Dayan, Marlon Brando, Virna Lisi. Los eligió Jesús Quintero.
-¿Por qué lo creó?
-Al terminar la temporada del cine de verano, se organizaban bailes de juventud. Era el momento del pop y del rock. Hice un viaje a Madrid, a ver las salas de fiestas que la familia Reyzábal hizo en los sótanos de sus cines.
-¿Encajó en la Sevilla mariana?
-El párroco de la Magdalena me quería echar de Sevilla, decía que el Club Yeyé era un antro de perdición. Pero a las diez de la noche terminaban las funciones.
-¿Qué grupos pasaron?
-Los Relámpagos, Los Salvajes, Los Canarios, con Teddy Bautista y su padre, que era mánager en ruta, Los Pop Tops, Karina, Massiel, Bruno Lomas, Los Pekenikes, Los Bombines, Los Smash... La novedad fue La Jaula de Oro donde se metían tres parejas a bailar con una artista. Llevé a María Jiménez cuando era la Gitana Yeyé. La contraté en Los Gallos.
-¿Abrió más salas de cine?
-Me dediqué al cine durante 33 años, hasta que la Expo se los cargó. El segundo lo abrí en Madre de Dios, el Acapulco. Sevilla empezó a deslojarse en la parte antigua y a ocupar nuevas barriadas. Lo sé de buena tinta. Aprobé las oposiciones de la Organización Sindical y fui jefe de adjudicaciones de la Obra Sindical del Hogar. Era el que daba las viviendas.
-¿Cuándo llega a Sevilla?
-En 1947. El año que vino Evita y murió Manolete. Estuve tres años en San Juan de Dios por una poliomielitis. El doctor Rodríguez del Valle, que era médico del Betis, decía que más que la polio parecía que tenía un resfriado. Colaboré con el Telefóno de la Esperanza porque había gente que se deprimía, sobre todo las mujeres, que llevan peor lo de la cojera.
-Se atrevió con todo, y ahora, con 76 años, publica una novela...
-Nerva era un pueblo muy culto. Tenía dos casinos, yo fui bibliotecario de uno de ellos. Los obreros hacían teatro leído. Cuando los ingleses regentaban la cuenca minera, como no querían que se produjera la emigración que hubo en la posguerra, dejaban que la gente les robara el cobre, y los mineros, en la fiambrera de la comida, metían un trocito de cobre.
-Antes de que el fútbol se convirtiera en un espéctáculo, usted llevó el espéctáculo al fútbol...
-Primero al campo del Sevilla. Pusimos un cine de verano que no funcionó. Se empeñó Pepe Ortiz, que era director del teatro Lope de Vega y estaba en la directiva de Gabriel Rojas. En 1992 llevé al campo del Betis a Elthon John, a Mecano y a GunsN'Roses. El día que actuaba este grupo, el 30 de junio, Lopera sustituyó a Hugo Galera en la presidencia, y se fue al traste el concierto de Michael Jakson, que firmó un contrato para el 23 de septiembre.
-Ha sido un personaje...
-Iba mucho a La Carbonería cuando Paco Lira la tenía en La Cuadra. Dice que nunca se olvida del descapotable de Quintero, de su novia negra, y de mi bastón.
-¿Qué es lo más raro que hizo?
-Una Feria de Sevilla para Televisa de México en 1977. Cogimos una caseta en Pascual Márquez, la única con teléfono, de porteros ex guardias civiles y suelo de esparto para que no se quedaran roncos los cantantes con el albero.
-¿Le ha marcado ser de un pueblo de artistas?
-Allí aprendíamos muy pronto a conjugar los verbos y a hacer raíces cúbicas. Soy paisano del maestro Rojas, autor del pasodoble Nerva, que no le gusta nada a los toreros porque la gente está más pendiente de la música que del toro y los toreros. Rojas también tenía polimielitis.
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