SUCESOS
Un hombre mata a su mujer y se suicida en Estepa

"Es un orgullo ayudar a 150.000 haitianos"

Son y están

Pilar Palomino, junto al campamento base que instalaron en Puerto Príncipe hace un año.

16 de enero 2011 - 05:03

LA terrible catástrofe de Haití, con más de 220.000 muertos, tiene acento sevillano en la voz de una mujer joven que hace seis años hacía sus pinitos en el voluntariado de cooperación con el Tercer Mundo, que hace tres años empezó a ser contratada por Cruz Roja para dedicarse de lleno a República Dominicana y Haití, y en quien se confió tras el devastador seísmo, del que se cumple un año, para poner en pie una operación de ayuda de larga duración y mucha complejidad por la falta de equipamientos del país más pobre de América. Pilar Palomino coordina en la actualidad a ingenieros, médicos, arquitectos, aparejadores, enfermeros, economistas, técnicos de agricultura y abogados para una labor tan interdisciplinar como la de consolidar la esperanza de vida de comunidades diezmadas por los masivos derrumbes y con la miseria a cuestas día y noche.

-¿Cuál fue la primera vez que estuvo en Haití?

-El 30 de diciembre de 2007. Pasé el fin de año en Puerto Príncipe como vacaciones de mi trabajo en la República Dominicana, donde estaba contratada por Cruz Roja para resolver problemas causados por graves inundaciones. Llegué por vez primera a la República Dominicana como parte del Máster de Ingeniería del Agua que desarrollaba con la Universidad de Sevilla. Y a partir de entonces empecé a realizar actividades de cooperación en ambos países de la isla. Dio paso a un proyecto binacional de infraestructuras de agua potable, saneamientos, letrinas, etcétera, a ambos lados de la frontera norte. Teníamos oficina y alojamiento en Puerto Príncipe. Y descubrí que Haití era como un trozo de África en el Caribe, y en él quería trabajar.

-¿Dónde empezó con tareas de cooperación al desarrollo?

-En la Escuela de Ingenieros de Sevilla, mientras hice la carrera, en la especialidad de ingeniería de telecomunicaciones, me vinculé como voluntaria a la ONG Ingenieros sin Fronteras. Desde 2004 participé en misiones cortas, de unos dos meses, en Perú, en Kenia y en República Dominicana.

-¿Dónde estaba el fatídico 13 de enero de 2010?

-En Santo Domingo, preparando mi marcha hacia Haití. Por horas no me cogió el terremoto allí. El día 11 había llegado procedente de Perú, donde había estado de vacaciones con mi familia. Y el 12 estuve comprando material para llevarme a Puerto Príncipe. El temblor también se notó en Santo Domingo. En la CNN escuché que el epicentro estaba en Haití. Temí por la vida de los compañeros de Cruz Roja allí destinados. Sin conexión telefónica, tardamos horas en localizar gente a través de Skype en internet y pude hacerme una idea de la magnitud del desastre. Aún no supe que se había derrumbado tanto nuestra oficina como nuestra casa. Y pasaron varios días hasta que nos localizamos todos.

-¿Cuándo llegó a Puerto Príncipe?

-Al día siguiente del seísmo salimos por carretera hacia Haití cinco miembros de Cruz Roja con un pequeño convoy de ayuda. Tardamos poco en llegar porque yo conocía bien los atajos, y los soldados de la ONU habían descongestionado las vías principales. En sentido contrario era fuerte el éxodo de la población a pie, con sus escasos enseres en la cabeza. Y respetaban nuestra marcha, nos parábamos a veces para atender a heridos.

-¿Qué pudieron hacer en el caos de los primeros días?

-Los temblores fuertes eran constantes. Montamos un campamento, restableciendo con dificultades las conexiones por radio e internet. Dormíamos al aire libre. Y nos reunimos con colegas de Cruz Roja de otros países para repartirnos tareas en los campamentos que la población fue creando de modo espontáneo para vivir lejos de las ruinas. Todo era muy difícil. El Gobierno estaba desarbolado. No había bancos abiertos, ni posibilidad de comprar comida, nos la mandaban desde Santo Domingo. También estaba bajo mínimos el operativo de la ONU, igual que el Gobierno sufrió la muerte de muchos trabajadores, y se notó en la capacidad de respuesta durante los primeros días.

-¿Atender a los haitianos ha sido su 'máster' en experiencias de vida? ¿Qué ha cambiado en su personalidad?

-Es un máster completísimo e impresionante. Se trata de la operación humanitaria más grande en la historia de Cruz Roja Española, ante el doble reto de terremoto y cólera. Mi personalidad se ha reafirmado. Éste es el trabajo que me apasiona y lo que en mí prima es el convencimiento de todo lo que me queda por aprender.

-¿A cuántas personas están atendiendo hoy en día?

-Ahora somos un equipo de 40 españoles y 350 haitianos. Cada día estamos abasteciendo con agua potable y saneamientos, letrinas, drenajes, etcétera, a 150.000 personas en 21 campamentos. Hemos construido más de 1.000 viviendas para otras tantas familias. Estamos reconstruyendo 18 infraestructuras sociales (escuelas y centros de salud). Y en la lucha contra la epidemia de cólera atendemos a 200.000 personas en prevención, tratamientos, desinfección, etcétera.

-¿Es fácil integrar a los haitianos en la ayuda a los damnificados?

-La mayor parte del trabajo lo hacen ellos, y se acrecienta la mejor complicidad con la población. Queremos que los haitianos generen por sí solos las soluciones a sus problemas. Dentro de un año, el número de españoles en este despliegue de Cruz Roja bajará de 40 a 15, y en 2013 seremos sólo 7.

-¿Qué es lo más terrible, y qué lo más hermoso que ha vivido en Haití durante los últimos meses?

-Lo más terrible fue descubrir la epidemia de cólera. No lo esperábamos, después de todo el esfuerzo hecho tras el terremoto nos cogió algo de sorpresa. Lo más hermoso es constatar la fortaleza de ánimo del pueblo haitiano. Su extraordinaria disposición a trabajar en pro de los demás y superar las dificultades. Pensemos que todos han perdido a seres queridos y amigos, pero no se han refugiado en su dolor. Pese al cansancio, mantienen viva la esperanza de alcanzar algún día la prosperidad.

-¿Cómo es ahora el guión de un día suyo en Haití?

-Me levanto a las 5:30 de la madrugada. Hay días más sobre el terreno y en otros estoy más en la oficina, de la que entro y salgo para reunirme con autoridades y con nuestros equipos. Acabamos sobre las 7 de la tarde. Tras los primeros meses en campamentos, donde resulta muy agotador dormir en las tiendas, ahora nos alojamos en casas que compartimos, para 8, 5 ó 4 personas. A veces logro tener momentos de privacidad. Me gusta mucho leer y escribir, llevar al papel mis reflexiones. Cuando puedo, contacto con la familia y los amigos.

-¿Cómo les afecta la convulsión política que vive Haití? ¿Todos los aspirantes a la presidencia les tratan de igual modo?

-La demora en el proceso electoral está generando retrasos en decisiones estratégicas, y desde diciembre hay peores condiciones de seguridad y movilidad. Aunque he visto cómo manifestaciones y barricadas han quedado expeditas al ver sus protagonistas que nuestros equipos pedían paso. Haití es una democracia demasiado joven y con muchas limitaciones. Sólo ha tenido cierta estabilidad desde 2005. Al próximo Gobierno le queda una tarea titánica.

-¿Ha tenido experiencias negativas de asaltos, robos o agresiones? ¿El reparto de ayuda está libre de mafias y mercado negro?

-No he sufrido ningún incidente de ese tipo. Haití es un país con mala prensa, pero la mayor parte de su población es muy tranquila y respetuosa. Muchos países a los que los españoles vamos de veraneo son más peligrosos. Ya no hay escenas de repartos masivos de medicinas y alimentos, y sólo hubo episodios de tensión por la inquietud propia de aquellas primeras semanas sin ley ni orden. Y no hay mercado negro.

-Organizaciones como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos han denunciado esta semana que hay gran cantidad de casos de violencia sexual contra mujeres y niñas en campamentos de refugiados.

-He leído esos informes, pero en los 21 campamentos donde intervimos nosotros no nos han reportado un solo caso de ese tipo. Es probable que estén concentrados en algunos de zonas conflictivas, igual que en cualquier ciudad hay barrios conflictivos.

-¿Qué siente cuando conoce que el 36% del dinero prometido en ayudas por la comunidad internacional no ha llegado a Haití?

-El apoyo ha sido enorme, casi todo canalizado por organizaciones no gubernamentales. Lo que ha llegado poco es la ayuda comprometida por los países en la cumbre de mayo de 2010. Es clave para la reconstrucción de Haití. Recuperar las infraestructuras de una ciudad tan grande como Puerto Príncipe escapa a las posibilidades de las ONG, que estamos ahora profundizando en programas de desarrollo aplicados a las familias y a comunidades rurales. En los últimos tres meses, medio millón de personas han dejado de vivir en campamentos para trasladarse a viviendas en sus lugares de origen. Pero todavía queda un millón en tiendas de campaña.

-¿En Haití hay censos fiables?

-No, hay quienes dicen que tiene 8 millones de habitantes, otros piensan que son 9 ó 10. Se debate si Puerto Príncipe tiene entre millón y medio y tres millones.

-¿Han frenado el cólera?

-Sí, pero no podemos bajar la guardia. En las próximas semanas podría repuntar. La buena noticia es que el contagio no ha alcanzado los niveles de dramatismo que temíamos.

-¿La República Dominicana está a la altura de la cooperación que requiere Haití, o levanta barreras contra su enorme pobreza?

-Durante las primeras semanas la respuesta de su Gobierno y de su población fue impresionante. Ahora estamos ya en una situación parecida a la etapa anterior al terremoto: dos mundos muy distintos que se mezclan poco, con los recelos a flor de piel de una historia de guerras e invasiones. Son relaciones complejas, como las que hay entre la población de la Bahía de Algeciras y el norte de Marruecos, con la pobreza viajando en pateras.

-Cuando regresa a Sevilla, ¿cómo es la descompresión por un cambio de vida tan drástico?

-Me cuesta poco adaptarme, tengo bien asentado que aquí y allí son mis dos vidas, el cambio me sale con naturalidad. Hasta el verano no volveré de nuevo a Mairena.

-¿Haití trastocó sus planes?

-Ya lo siento como mi lugar en el mundo. Antes del terremoto, tenía proyectado irme al oeste de África.

-¿En Sevilla, qué le gusta y qué le desagrada?

-Me gusta la forma de vivir en la calle, de plantearse el día a día. Menos el excesivo uso del claxon para hacer ruido. A Sevilla le hace falta más actividad cultural, tanto en lo clásico como en lo alternativo. Conozco muchos jóvenes con talento en la música, el teatro, etcétera, que han de marcharse por falta de oportunidades.

-El paro juvenil es enorme pero los jóvenes no lo hacen notar.

-La sociedad del bienestar ha dormido a los jóvenes. Tienen que implicarse más en la política local. Están esperando que la crisis pase, creo que muchos no son conscientes de que no ha tocado fondo.

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