Ante un nuevo monumento
El busto de Vega Inclán se alza a la altura del espectador, en el centro el espacio, sobre un simple y discreto pedestal de metal, y este a su vez sobre un batiburrillo de muretes de fábrica revestidos de delgadas placas de caliza crema o de granito gris
El pasado 17 de diciembre, alcalde al frente, se descubrió un busto en recuerdo de Benigno de la Vega Inclán en el lugar que la ciudad de Sevilla ha dedicado a su memoria gracias a la iniciativa ciudadana: una empresa sevillana lo ha patrocinado con la colaboración de la asociación de vecinos del barrio.
El busto representa al personaje. El rostro y el asomo del traje muestran su figura y su época, y un escultor de prestigio lo modela. Su expresión no es estática, el gesto levemente erguido y los movidos pliegues de sus ropas resaltan el dinamismo, la actitud de un hombre de acción al que se quiere recordar por sus hechos. Las huellas de las manos del artista en el barro con el que modeló su figura, fijadas para siempre en el bronce, sugieren que quiso atraparlo en un momento de su hacer, casi un apunte trazado al paso entre uno y otro empeño de Vega-Inclán. La obra es una representación del físico y los rasgos del personaje, pero también revela la calidad de la mirada y las manos del autor.
Hasta aquí el cometido y la propuesta del escultor. ¿Y la ciudad? Sus administradores le reservan un lugar para que forme parte de la herencia que dejaremos a los que nos sucedan.
Recordemos otros monumentos sevillanos: Murillo en la plaza del Museo, Velázquez en la plaza del Duque. Bécquer en el parque de María Luisa, Joselito en el cementerio de San Fernando... En todos ellos la ubicación, pedestales y leyendas que les acompañan, su diseño y materiales, determinan nuestra relación con el personaje. Son muestra de los intereses, el civismo y la cultura de la ciudad y de sus dirigentes.
El busto de Vega Inclán se alza a la altura del espectador, en el centro el espacio, sobre un simple y discreto pedestal de metal, y este a su vez sobre un batiburrillo de muretes de fábrica revestidos de delgadas placas de caliza crema o de granito gris que bordean arriates y jardineras junto con unos paños de burdo enrejado. Todo de una geometría incierta, dudosos encuentros y calidad ínfima, barata.
¿Esto es lo que la ciudad propone para ese homenaje? ¿Esta es la herencia que queremos transmitir a los que vengan después de nosotros? ¿La ciudad de la Giralda y su cuerpo de campanas, la de los patios del Alcázar, de las columnas de la Alameda y los sepulcros de la Catedral, puede permitirse semejante ordinariez?
Sevilla tiene historiadores competentes, escultores, pintores y arquitectos capaces, y también hombres y mujeres sensibles que han nacido y crecido entre sus muros, a los que pedir opinión y en los que confiar para decidir actuaciones que, equivocadamente, pueden parecer menores frente a los grandes proyectos, pero que revelan la capacidad y el empeño de los responsables de nuestro patrimonio, el que tenemos hoy y el que entre todos construimos para el mañana.
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