Cuando una nueva vida empieza siendo menor de edad y a bordo de una patera
Issiagia Bangoura y Kone Yossodjo son auxiliares de enfermería en el Hospital San Juan de Dios de Sevilla. Los dos eran apenas unos niños cuando llegaron a España tras emprender en solitario un peligroso viaje que culminó en una endeble embarcación en mar abierto
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Los de Issiagia Bangoura y Kone Yossodjo son dos testimonios positivos de integración social y laboral tras su paso por un centro de menores extranjeros no acompañados. Subir a una patera es algo que no le recomendarían a nadie. "Se pasa mucho miedo", reconocen al unísono. Pero arriesgar la vida por un supuesto futuro mejor y dejar de ser una carga para su familia es el único pensamiento que se les pasó por la cabeza cuando, siendo apenas unos niños, el destino les brindó lo que para muchos como ellos se postula como la mejor de las suertes: la oportunidad de subirse en una endeble embarcación en busca de una vida mejor en España.
Hoy, el sueño europeo de estos jóvenes se ha cumplido. Fueron acogidos por familias sevillanas, están totalmente integrados en la sociedad, se han formado académicamente y tienen un empleo. Tras coincidir en el centro de acogida de menores extranjeros Miguel de Mañara. de la Fundación Samu. en Montequinto, Issiagia y Kone han vuelto a curzar sus destinos en el Hospital San Juan de Dios de Sevilla donde trabajan como técnicos auxiliares de enfermería (TCAE). Es allí donde nos reciben, con bata blanca y pocas horas de sueño tras una noche de guardia. Son muy conocidos entre sus compañeros. Una pierde la cuenta de las veces que los saludan en la breve distancia que separa la zona de hospitalización de la cafetería del centro. No pierden la sonrisa en toda la conversación. Aparentan más edad de la que tienen, seguramente por todo lo que han vivido ya.
Kone nació en Costa de Marfil hace 23 años y llegó a España en 2016, con 15. Compagina su trabajo con su afición al atletismo donde ha logrado hacerse un hueco en las competiciones sevillanas y en Andalucía, donde llegó a ser campeón en 3.000 metros con obstáculos y 5.000 metros. A nivel nacional, es subcampeón de España en 3.000 metros. De su absoluta integración en la sociedad sevillana da cuenta la medalla de la Virgen del Rocío que lleva en su bata. "Yo soy musulmán, pero si una paciente me da esta medalla para que me proteja, yo la cojo y la guardo como un amuleto", explica risueño.
Cuenta que siempre quiso ver "qué había más allá" de su país, pero que nunca lo contó a nadie. La guerra, la posterior muerte de su padre y los problemas económicos de su familia le empujaron a marcharse de casa, dejando atrás a su madre y a cuatro hermanos. "Me dieron su bendición y me dejaron hacer lo que yo había decidido", relata.
Da una respuesta de manual a la pregunta de por qué se marchó de su país a tan corta edad: "para buscar un futuro mejor". La contestación, por muy manida que esté, no deja de ser veraz atendiendo a la trayectoria del joven costamarfileño, que así relata su travesía hasta llegar a España. "Fue un camino largo de país en país. Tuvimos que sortear el Ébola, que era una gran amenaza en Senegal. Llegamos a Marruecos desde Mauritania. Hice tramos en autobús y otros andando para poder llegar a Tánger con el dinero que llevaba. Allí estuve más de un año trabajando y ahorrando y ya me informé sobre cómo cruzar a España. No era mi primera idea, pero las condiciones en las que viví en Casablanca me empujaron a ello", cuenta de sus primeros pasos para llegar a Europa.
La vida en Marruecos tampoco fue fácil para Kone. "Había mucho racismo y no tenía futuro, por lo que decidí arriesgar mi vida, subirme a una patera , cruzar el Estrecho y llegar a España", afirma. Así, contactó con la gente que organizaba el viaje en patera. Tardaron tres meses en completar el grupo en los que le tocó "malvivir" en Tánger. Recuerda con respeto el momento de echarse al agua. "Había visto el mar siempre de lejos. Nunca olvidaré el sonido del agua chocando contra las rocas y la propia patera en mitad de la noche. Era cómo un salto al vacío. Tuve mucho miedo", relata.
Llegó a Tarifa donde pasó 11 días en un centro de detención mientras el Gobierno les otorgaba un destino. Era mayo de 2016 y tenía 16 años. Los otros jóvenes que llegaron con él a España en aquella patera decidieron continuar su viaje hacia Francia, pero él optó por quedarse aquí. Le tocó venir a Sevilla donde le acogió una familia americana una vez cumplida la mayoría de edad.
Así llegó al centro de acogida de menores extranjeros Miguel de Mañara de la Fundación Samu donde se formó como auxiliar de enfermería y coincidió con Issiaga, el otro protagonista de este reportaje y ejemplo de integracióna a sus 24 años. Nacido y criado en Guinea, el joven salió rumbo a España con 14. No llegó a Marruecos hasta cuatro meses después y a España tras cumplir los 16.
Cuenta que nadie de su familia sabía de sus intenciones de abandonar su casa. "Fue una decisión que tomé yo sin consultarlo. Nadie de mi familia me hubiera dejado hacer lo que hice", afirma. Se aventuró a cruzar el Estrecho para "mejorar" la situación de pobreza que vivía su familia. "Yo veía que mi familia no estaba en condiciones en cuanto a la educación o los servicios sanitarios que nos podían dar. No dije nada, me preparé, conseguí algo de dinero y salí de allí", remarca. Contactó con su madre ya una vez fuera de Guinea. "Hablé muy poco con ella durante la travesía hasta llegar a España por miedo a que me diera un bajón y me arrepintiera", relata emocionado.
Como Kone, en Marruecos le tocó sufrir la peor cara del racismo. Fue víctima de un robo, tuvo que enfrentarse a un grupo que irrumpió con violencia en busca de sus compañeros en el piso en el que tenía alquilada una habitación en un barrio marginal, le agredieron y todo ello le empujó a decidir salir de allí. Cuenta que hizo "todo lo posible" para no cruzar por el agua porque "llegaban muchas noticias de personas que se ahogaban en el intento". Pero al final fue la única vía que pudo pagar.
En su caso, embarcó en Nador, al este de Marruecos, a una mayor distancia de la costa española, junto a 27 personas más, entre ellas cuatro mujeres. La intención era llegar a la zona del mar donde el rescate de los inmigrante corre a cargo de Salvamento Marítimo español, pero se perdieron. "Quedamos en medio de la nada, sólo había agua y ya nos daba igual quien nos recogiera", explica Issiaga. Pero se obró un milagro. "Se empezó a hacer de día y vimos llegar un helicóptero. Nos dimos por salvados, pero nos dio varias vueltas y se fue. Estuvimos más de una hora esperando. Volvimos a verlo y debajo venía el barco de Salvamento Marítimo. Ahora sí habíamos cumplido la primera parte de nuestro sueño", sostiene.
Llegó a Almería, luego pasó por Tarifa, pero fue en Sevilla donde, tras pasar por el centro de la Fundación Samu, donde se formó como auxiliar y celador y trabajó como educador con otros menores que llegaban como él lo hizo años antes, sucedió el segundo milagro. Una familia de Castilblanco le adoptó, le proporcionó un hogar y lo convirtió en uno más. Juega al fútbol, en el equipo de Torre de la Reina. Y tiene un sueño. "Jugar en el Real Madrid", se confiesa entre risas.
Y es que, todas las tormentas amainan y, tras este episodio del que los jóvenes hablan con firmeza, consideran que ahora se sienten "felices y contentos". Sus vidas, como la de cualquier otro chico de su edad, comienzan a dar los primeros pasos. Issiaga se inició en el mundo laboral en una residencia de ancianos en Castilblanco. Allí una compañera le comentó que estaban buscando auxiliares en el Hospital San Juan de Dios y no lo dudó. "Aquí llevo desde noviembre de 2022", explica. Se mueve ágil por la primera planta donde, junto a los Hermanos de la Orden, se encarga de la atención sociosanitaria de pacientes y familiares. Tiene un lema que ya es famoso en el centro. "Aquí cura más la compañía que un paracetamol", se apresura a decir. "Sirve aquí, pero también se puede aplicar an la vida en general", dice en alusión a sus peores momentos lejos de su familia.
Cuando se le pregunta a Kone por cómo llegó al hospital y, más concretamente a la planta de pacientes crónicos y cuidados paliativos, responde con tono sincero. "Es algo que nunca hubiera pensado porque lo pasé muy mal cuando murió mi padre. Creía que no iba a saber separar mi trabajo de mi vida personal y que eso me iba a afectar, pero antes de llegar aquí trabajé como celador en una residencia de educación especial y allí se me abrieron los ojos. Me cambió la forma de ver la vida", explica emocionado. No se lo pensó. Cogió la vacante que le ofrecieron en San Juan de Dios y ya suma dos años en plantilla.
"Son dos hombres felices e independientes y, en nuestro centro, un gran ejemplo para otros", reflexiona en voz alta el hermano superior de la Orden hospitalaria en Sevilla, Guillermo García.
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